Carlos Bonfil
François
Ozon se ha vuelto en poco tiempo uno de los cineastas franceses más
reconocidos en México. Desde los tiempos del malogrado Festival de Cine
Francés en Acapulco, donde se presentó su estupenda cinta Bajo la arena (Sous le sable, 2000) –algo que condujo a una revisión de otras cintas suyas, Comedia de familia (Sitcom, 1998) o los dramas Mirando al mar (1998) o Los amantes criminales
(1999)–, no ha dejado de crecer el interés por la originalidad formal y
las incesantes exploraciones temáticas del realizador. Cada nueva cinta
suya es una sorpresa, cuando no una provocación. Hay reelaboraciones retro, a la manera de pastiches, de sofisticadas comedias de George Cukor o Mitchell Leisen, con repartos multiestelares (Ocho mujeres/Huit femmes, 2002), fábulas sociales lúdicamente feministas (Mujeres al poder/Potiche, 2010), o cintas desconcertantes como Tiempo de vivir (Le temps qui reste, 2005), Mi refugio (Le refuge, 2009) o Sólo los niños van al cielo (Ricky, 2009).
En ese pequeño catálogo de novedades y tributos autorales, comedias
de vodevil o dramas detectivescos que es la filmografía de Ozon,
resulta difícil encontrar una sólida constante estilística o alguna
obsesión distinta al iconoclasta gusto por la dispersión y lo
imprevisto. El resultado es una filmografía desigual, a menudo
brillante, jamás reiterativa, que por momentos roza la genialidad. El
talento del director es, con mucho, superior al de la mayoría de sus
colegas contemporáneos y su atractivo comercial muy eficaz. A ninguno
de sus seguidores sorprende ya esa destreza para construir narraciones
plagadas de ironía y suspenso, con vueltas de tuerca finamente
perversas, dignas del mejor Chabrol, o muy próximas al talento
literario de Patricia Highsmith.
En la casa (Dans la maison, 2012), cinta presentada el año
pasado en el Tour de Cine Francés, y que por fin se estrenará
comercialmente, es un claro ejemplo de ese procedimiento narrativo.
Basada en El chico de la última fila, una obra teatral del
español Juan Mayorga, la cinta describe un curioso caso de vampirismo
intelectual. La novedad es que la dominación paulatina la ejerce Claude
(Ernst Umhauer), brillante alumno adolescente de un liceo francés, y la
persona cautiva, objeto de la posesión moral, es un hombre maduro,
Germain (Fabrice Luchini), su escéptico y cansado profesor de
literatura. Entre los trabajos escolares que llegan a la mesa de este
último destaca la extraña narración que hace el insondable Claude de
sus faenas de espionaje en la intimidad doméstica de Rafael, un
condiscípulo suyo. Germain detecta de inmediato el talento literario de
su alumno, de quien le sorprende y fascina la facilidad con que maneja
el lenguaje, su descripción de atmósferas y la precocidad con que
observa la sensualidad femenina. Esther (Emmanuelle Seigner), la madre
de su compañero, es el singular objeto de la curiosidad y del deseo
adolescente. Todo escala dramáticamente hasta el punto en que el
intricado ejercicio de voyeurismo y la sorda solicitación sexual a que
se libra Claude, cautiva y perturba al profesor y también a Jeanne
(Kristin Scott Thomas), su intrigada esposa y confidente cómplice.
Como en la cinta Swimming pool
del mismo director, el placer literario es un espejo deformante de las
soterradas pulsiones eróticas de los personajes a cuadro. Hay ahora una
colisión generacional más evidente y de modo más agudo aún el contraste
entre la frustración intelectual del profesor Germain y la arrogante
displicencia del joven alumno que escribe y brilla sin esfuerzo,
aventajando con soltura al académico fatigado, revelándose dueño de
aquellas situaciones que hacen perder todo control a sus casi pares
adultos. Estos juegos de poder estaban presentes ya en Gotas de agua sobre piedras ardientes
(2000), cinta basada en una obra teatral del alemán Fassbinder, donde
un hombre también maduro medía su propia capitulación moral frente al
joven amante que pretendía dominar, y de cuyo misterioso poder de
seducción quedaba en definitiva cautivo. En la cinta En la casa,
las pulsiones eróticas son mucho más discretas, apenas discernibles; lo
que prevalece, de modo más perturbador, es la lenta descomposición
moral de un universo familiar plagado de frustraciones y anhelos
cancelados. A ese territorio llega el adolescente Claude con un poder
de observación tan inclemente y agudo como el del propio cineasta.
Entre la fina perspicacia del Henry James del relato corto El alumno
y la sulfurosa disección moral del mejor Fassbinder, influencia
declarada, la incursión de François Ozon en una nueva obra teatral,
esta vez española, es todo un acierto.
En la casa, estreno a partir del martes próximo en Cinépolis Diana, Interlomas, Perisur, Plaza Satélite y Plaza Universidad.
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