2/22/2014

Las mujeres iraquíes sufren el legado de Abu Ghraib




Asia Times Online

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

“La primera vez que me aplicaron descargas eléctricas, me quedé sin respiración, el cuerpo se me puso rígido y la bolsa se me salió de la cabeza”, relató Israa Salah, una detenida iraquí, a Human Rights Watch (HRW) en un testimonio desgarrador dado a conocer la pasada semana.

Israa, que no es su nombre real, fue arrestada por las fuerzas estadounidenses e iraquíes en 2010, según el informe de 105 páginas “No One is Safe” [“Nadie está a salvo”] de HRW publicado el 6 de febrero. El informe dice que Israa fue torturada hasta el punto de acabar admitiendo acusaciones de terrorismo que no había cometido; ella es sólo una de las miles de mujeres iraquíes detenidas ilegalmente y sometidas a torturas y abusos.

HRW escribe que esposaron a Israa, le obligaron a ponerse de rodillas y estuvieron golpeándole el rostro hasta romperle la mandíbula. Cuando se negó a firmar una confesión, le colocaron cables eléctricos en las muñecas.

Bienvenidos al Iraq “liberado”, la incipiente “democracia” que las autoridades estadounidenses no dejan de celebrar. No se puede negar que las brutales políticas del gobierno iraquí bajo Nuri al-Maliki son una continuación de las mismas políticas de la administración de EEUU que gobernó Iraq desde 2003 hasta la salida de sus tropas en diciembre de 2011.

Es como si los torturadores hubieran leído el mismo manual. En efecto, lo leyeron.

La tortura y trato degradante a los prisioneros iraquíes –hombres y mujeres- en la prisión de Abu Ghraib no fue un incidente aislado perpetrado por unas cuantas “manzanas podridas”.

Desde que aparecieron las revelaciones de torturas a los prisioneros en esa infame prisión, muchas otras historias de los abusos estadounidenses salieron a la luz no sólo por todo Iraq sino también en Afganistán. Los crímenes no fueron perpetrados únicamente por los estadounidenses, también por los británicos, seguidos por los iraquíes seleccionados para que continuaran con la misión de “democratización”.

No One is Safe” presenta horrorosas pruebas de los malos tratos a las mujeres por parte del criminal sistema judicial iraquí. El fenómeno de los secuestros, torturas, violaciones y ejecuciones de mujeres está tan extendido que resulta impactante incluso para los ínfimos niveles de respeto a los derechos humanos que imperan en el país.

Si esos abusos se hubieran producido en otro lugar, la indignación mundial habría sido inmensa. Algunos en los medios liberales occidentales, supuestamente obligados por los derechos de la mujer, habrían exigido algún tipo de intervención humanitaria, incluso la guerra. Pero en el contexto del Iraq de hoy en día, es poco probable que el informe de HRW reciba mucha cobertura.

Una expresión en boga aparecida desde la publicación del informe es que los abusos confirman la “debilidad” del sistema judicial iraquí. Resulta entonces que el reto está en fortalecer un sistema débil, quizá canalizando más dinero, construyendo instalaciones más grandes y proporcionando mejor control y formación, aspectos que probablemente debería llevar a cabo personal estadounidense.

Ausentes están las voces de los mismos grupos de mujeres, intelectuales y feministas que parecen estar constantemente angustiadas por las prácticas matrimoniales en Yemen, por ejemplo, o por las mujeres veladas en Afganistán. Pero hay poca o ninguna conmoción e indignación cuando son mujeres morenas las que sufren a manos de los hombres y mujeres occidentales, o de sus compinches, como sucede en Iraq.

Si el informe de HRW hubiera aparecido de forma completamente aislada de la desgarradora situación política creada por la invasión estadounidense de Iraq, uno podría excusar a regañadientes el relativo silencio. Pero no es así. La “cultura” de Abu Ghraib forma parte de la misma táctica con la que los iraquíes están siendo gobernados desde marzo de 2003.

Años después de la investigación llevada a cabo sobre los abusos de Abu Ghraib, el General de División Antonio Tabuga, que fue quien la dirigió, reveló que había más de 2.000 fotos sin publicar documentando otros abusos. “Una foto muestra a un soldado estadounidense violando a una prisionera mientras en otra se muestra a un traductor violando a un detenido”, informaba el periódico Daily Telegraph en mayo de 2009.

El General de División Taguba había apoyado entonces la decisión de Obama de no publicar las fotos, no por un razonamiento moral, sino sencillamente porque “las consecuencias podrían poner en peligro a nuestras tropas cuando más las necesitamos, los únicos protectores de nuestra política exterior, y de las tropas británicas que están intentando construir seguridad en Afganistán”. Desde luego, los británicos, los constructores de la seguridad en Afganistán, escribieron su propia historia de infamias en una campaña de abusos que no ha cesado nunca desde que pusieron el pie en Afganistán.

Teniendo en cuenta el cargado ambiente político en Iraq, los últimos informes de abusos tienen su propio y único contexto. La mayor parte de las mujeres objeto de abusos son sunníes y su libertad ha sido un llamamiento importante a la rebelión en las provincias sunníes del centro y oeste de Iraq.

En la cultura árabe, el deshonor por la ocupación y el saqueo de la tierra va después de la deshonra a las mujeres. La humillación que millones de iraquíes sunníes sienten no puede explicarse con palabras, y la militancia no es una respuesta sorprendente ante las implacables políticas del gobierno de deshumanización, discriminación y violencia.

Aunque el Iraq posterior a la invasión estadounidense no ha sido ningún puerto seguro para la democracia ni los derechos humanos, el “nuevo Iraq” tiene una cultura de impunidad en la que no hay nada sagrado. De hecho, deshonrar a sociedades enteras ha sido una de las tácticas utilizadas en la guerra sucia de al-Maliki. Según informaba Associated Press, citando el informe de HRW, muchas mujeres iraquíes han sido “acosadas y acorraladas por supuestas actividades terroristas de los hombres de sus familias”.

“Las fuerzas de seguridad y los oficiales iraquíes actúan como si abusar brutalmente de las mujeres fuera a hacer más seguro el país”, dijo Joe Stork, director adjunto para Oriente Medio de HRW. No es más que la misma lógica que postulaba que a través de la “conmoción y el terror” podría someterse a los iraquíes.

Ya ha quedado demostrado lo erróneo de tal teoría. La guerra y la rebelión en Iraq proseguirán mientras los responsables de las masivas prisiones iraquíes no sean capaces de comprender que la condición previa para una paz duradera es el respeto a los derechos humanos.

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