Gustavo Esteva
El juego de palabras se
prolonga. Debemos empeñarnos, realizar un esfuerzo inmenso para
deshacernos del legado de Enrique Peña, para despeñarnos. Empeñar es
también que lo propio se haga ajeno, como al visitar el Monte de Piedad.
Y empeñarse es hoy, en México, asumir hábitos del régimen peñista.
Todo esto pasó el primero de diciembre. Los gestos de Peña reflejaron
bien lo que sufría al escuchar la denuncia de sus horrores y cómo se
desmantelarían los que para él eran sus mayores logros. Nos despeñamos.
Pero vino después el AMLO Fest. El entusiasmo popular tenía respuesta
cálida y sencilla en el Presidente. Pero empezó entonces un espectáculo
que pretendía mostrar una nueva relación entre el gobierno y los
pueblos indios. Fue un ejercicio ofensivo, ridículo y contraproductivo,
inscrito en la tradición de 90 años del Antiguo Régimen, bajo el cual se
entregaba el bastón de mando al presidente o gobernador en turno para
afirmar dominio y subordinación.
En los pueblos, la ceremonia que se imitó de esa manera grotesca
tiene carácter muy distinto. Los mayas peninsulares la organizaron por
última vez en 1847. La
vara de juramentoque aún usan muchos pueblos simboliza la lealtad de la nueva autoridad a su comunidad. La vara o el bastón no dan poder o mando sino compromiso. Y es una ceremonia íntima, entre personas que se conocen y respetan, que asumen plenamente su significado compartido.
Lo que se hizo en el Zócalo viola esa intimidad y sigue la tradición
del PRI, para proclamar el sometimiento de los pueblos indios ante el
Presidente. Es una actitud racista, como la que adoptó Enrique Krauze
ante el zapatismo en 1994. Según él,
la mentalidad indígena siempre (está) en busca del guía, del que la va a redimir. En el espectáculo del primero de diciembre transpiró ese racismo que atribuye a los pueblos indios una actitud de subordinación ante el poder.
La contradicción más grave que enfrenta AMLO es que logró llegar a la
posición que buscó por décadas cuando el sistema de representación se
encuentra en quiebra. Los 30 millones de votos le dieron legitimidad
formal y facultades administrativas. No debe confundirlos con
representación real. En una espléndida carta que dirigió Jerôme Baschet a
los
chalecos amarillos,
los que no son nadade Macron, muestra que esta insurrección popular en Francia corresponde a la quiebra generalizada del sistema de representación. Ya no se cree en él. Y Jerôme escribe desde Chiapas, para hacer la liga pertinente con quienes han estado creando una alternativa. La doble negación es en realidad afirmación. Quienes
no son nadason alguien. Esas personas reales, que hoy se levantan en todas partes, afirman ahora que quienes se dicen sus representantes son ya nada.
Los pueblos que seguimos llamando indígenas no creen en la
representación. La más legítima de sus organizaciones, el Congreso
Nacional Indígena, no pretende representarlos. Marichuy nunca se asumió
como representante; fue la vocera del Concejo Indígena de Gobierno.
Quienes fueron al Zócalo, seleccionados desde arriba y rompiendo en
muchos casos acuerdos de asamblea, no representan a los pueblos y ni
siquiera a sus comunidades. Se prestaron, por unas migajas, a simbolizar
una subordinación al poder que en modo alguno comparten los pueblos.
Hacia afuera, especialmente para los no indígenas, el símbolo era claro:
los pueblos entregaban a AMLO el mando. Pero eso es, precisamente, lo
que los pueblos nunca han hecho ante los
poderes, lo que han resistido por más de 500 años.
Millones celebran hoy mejores condiciones materiales, con pensiones y
becas. Otros celebran con fundamento decisiones indispensables. Pero el
primero de julio sólo cambió el capataz de la finca mexicana del
capital, como explicaron los zapatistas el 30 de agosto. Aunque sus
motivos e intenciones fueran muy otros, el nuevo capataz tendrá que
atenerse a la lógica del capital. Actúa dentro de límites muy estrictos,
dentro de los que se mueve gente hecha al acasillamiento, a la
esclavitud y la servidumbre, los que no saben qué hacer con la libertad.
A veces, como explicó el subcomandante Moisés, los caporales que vienen de abajo son los peores con el látigo (enlacezapatista 20/8/18 y 12/4/17).
Los pueblos andan en otra cosa. Para muestra basta un botón: “La libre determinación no está a consulta” ; o “Oaxaca: territorio prohibido para la minería”.
Abajo corren otros vientos.
PD. Lindo el principio liberal: nada fuera de la razón y el
derecho, todo por la justicia. Pero…¿quién los define? ¿Qué hacer ante
un derecho irracional e injusto, que defienden los jueces que definen
legalmente cuál es la razón, qué es el derecho, en qué consiste la
justicia?
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