9/03/2013

El país del optimismo




Alberto Aziz Nassif
Parece lejano el día en que Enrique Peña Nieto tomó posesión del cargo de Presidente de la República. Aquel 1 de diciembre de 2012 emitió un discurso en Palacio Nacional para renovar expectativas. Así son los rituales de paso. Hoy, nueve meses después, el presidente Peña Nieto vuelve a emitir un discurso, pero su capacidad de renovación de expectativas ha bajado de forma importante y las calles han sido ocupadas por un movimiento magisterial que ha puesto en jaque la movilidad en la capital del país. En este contexto llega la entrega del Primer Informe de gobierno. 

El mecanismo del Informe ha cambiado, hay novedades en el ritual: ya se dejó atrás el día del Presidente y el día contra el Presidente, ahora sólo se entrega el documento. Hay que reconocer que hay un déficit en el acto de informar y rendir cuentas. El problema no se resolvió, simplemente se suprimió. Ahora la protesta callejera va en aumento. Se podría pensar que así es la normalidad democrática y que la inconformidad es signo de que se han afectado intereses. Pero también es posible pensar que las negociaciones no han sido eficaces y que el balance entre mayorías y minoría está confuso. 

De las diversas posibilidades que había para el mensaje presidencial se optó por la más convencional, es decir, por quedarse dentro del discurso propagandístico de los informes de gobierno que expresan a un país del que sólo hay pequeños fragmentos reales. La oportunidad de haber hecho un reconocimiento del país existente no llegó. Al presidencialismo en México le resulta mucho más fácil construir un escenario confortable en donde la narrativa sea apegada a los spots publicitarios y el mensaje sea una ratificación de las metas logradas. La versión del Presidente se desarrolló a partir de una premisa: el dilema del gobierno era entre administrar o transformar, entre seguir con las inercias o hacer los cambios necesarios. Luego argumentó cada uno de los cinco ejes de su política pública (seguridad y paz, inclusión, educación de calidad, bienestar económico y responsabilidad global), y con algunas cifras indicó los resultados. Con la premisa y los argumentos llegó a la conclusión de que el país va por el rumbo correcto y que hay que creerlo porque todavía faltan algunas reformas importantes (energética y fiscal) para que tengamos un crecimiento económico alto. De esta forma unió la premisa de transformar (mover) a México con la conclusión de que ahora es el momento de hacerlo. La consigna presidencial es que vamos muy bien, pero se necesitan las reformas, ahora o nunca. 

El discurso asume dos supuestos que son complicados de validar. El primero es la gran promesa de la prosperidad, creación de empleos y enormes cantidades de inversión que llegarán, para lo cual sólo se necesita hacer las reformas. Así se ha vendido la reforma energética. Pero tenemos sexenios en donde se ofrece lo mismo ante las reformas y los beneficios no llegan a los bolsillos de los ciudadanos. Se invita a conocer el contenido de las reformas, pero lo que se ofrece son campañas de propaganda que desinforman. Se ofrecen vinculaciones entre reformas y abaratamiento de servicios, pero no se dice cómo se van a lograr esos objetivos. De la misma forma se anuncia la calidad educativa como un resultado de la evaluación punitiva de los maestros, pero no se habla del modelo educativo, de la convivencia y corrupción entre autoridad y sindicato, que fue una creación del régimen priísta y que se agravó con el panismo. ¿Lleva la reforma a la calidad educativa? 

El segundo supuesto complicado es el de la democracia y el juego entre mayorías y minorías. Peña Nieto y su coalición se asumen como mayoría y a las disidencias, o a la oposición a sus proyectos, se les ubica como minorías. Si el supuesto es correcto, entonces la representación política es democrática y que gane el proyecto legislativo que más votos tenga. Sin embargo, la democracia esta vulnerada y la representación que existe es frágil y está formada de varias minorías, por eso es importante el consenso. Ante este problema, las voces más conservadoras piden mano dura y tanquetas con chorros de agua en contra de los manifestantes; se reclama ir de prisa y con fuerza. Sin embargo, voces progresistas piden moderación y prudencia, porque los ritmos democráticos necesitan de negociación amplia y tolerancia. ¿Cuál es la prisa? 

En Los Pinos los aplausos acompañaron el optimismo publicitario de Peña Nieto, pero al país real —donde abundan la inseguridad, la corrupción, las prácticas monopólicas, el clientelismo y la informalidad— se le dificulta reconocerse en las promesas presidenciales.


@AzizNassif
Investigador del CIESAS

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