La
cuestión indígena en la historia de nuestro país se ha querido suprimir
sistemáticamente desde las altas esferas del poder, pues tal supresión
es condición para asegurar el establecimiento de los modos de
explotación y opresión. El estado-nación mexicano puede permitirse todo
tipo de discusión al respecto, pero siempre mantiene imperturbable su
condición de alienar-excluir toda agrupación social que vaya contra sus
intereses y máxime las de nuestras raíces, a sus preceptos de
dominación burguesa, están en su propia construcción una batalla
histórica por destruir y desposeernos de lo indígena en tanto tal,
cultural, política, económica, racial y políticamente. A la vieja
costumbre, aunque por otros medios, para la burguesía el mejor indio es
el indio muerto.
Pese al esfuerzo persistente de los
potentados del capital, sus aparatos y personeros, la cuestión indígena
es un problema actual al que se han proyectado distintas perspectivas
de clase. La existencia de un movimiento indígena en lucha y
resistencia sustentado en doce millones de personas ligadas
directamente a lazos indígenas, y rodeada por unas mayorías mexicanas
vinculadas a dicha cultura es la evidencia irrefutable de la cuestión
indígena.
Las alternativas que se plantean a los problemas
indígenas corresponden según los intereses de clase que se ponen en
juego. Es sabido que las clases en el poder empujan la línea de
siempre, que sus relaciones de dominación lleguen al extremo en torno a
la formación indígena, el etnocidio a ultranza por todo tipo de medios
posibles violentos, legales, diplomáticos, migraciones,
desplazamientos, fragmentación territorial, violaciones, feminicidios,
neomaltusianos (control de la natalidad y esterilización forzosa). Las
capas medias burguesas y pequeño-burguesas en una abigarrada gama de
sesudas propuestas humanitarias se empeñan en la solución mediatizada
de derechos políticos, culturales y educativos, occidentalización de su
vida y mentalidad.
Estas tendencias no desconociendo el
problema fundamental procuran anularlo o desincorporarlo de los otros
aspectos de la cuestión indígena para restarle trascendencia y
sustento, para hacer prevalecer precisamente intereses bien definidos y
del mismo orden de lo que consideran lo menos importante, la
propiedad de los medios de producción y la condición indígena de la
sociedad mexicana en los sentidos centrales de su vida social y su
composición humana.
En este bregar con la problemática
indígena vemos cómo se han formulado ideologías que obscurecen el
carácter, la naturaleza de “las etnias y la nación”, una relación
llamada a la subordinación de las primeras en la segunda, que a lo
largo de la historia conllevó a la opresión de la clase dominante sobre
nuestros pueblos y la proliferación de mecanismos de despojo. Tales
fueron las condiciones históricas del desarrollo de esta integración a
todas luces hegemónica de una burguesía blanca y mestiza desligada del
real proceso de formación de la sociedad mexicana.
Lo cierto
es que prevalece un principio firme respecto a las condiciones
materiales e históricas de esta cuestión. En el alumbramiento del
sistema capitalista la mayoría de las naciones se han establecido en
distinto grado partiendo de una variada composición clasista, racial,
tribal y étnica de sus hombres y mujeres, pero las formas de dominación
generalmente tienden a establecer todo tipo de medios y procedimientos
para el control de nuestros pueblos, y para nuestro caso, este fue un
instrumento de la burguesía para imponer su pregonada superioridad.
La etnia sería así según la antropología eurocéntrica un grupo humano
también históricamente formado sobre una base racial y tribal y con su
comunidad de idioma, territorio y cultura propios, aunque limitadamente
locales o disgregadas en regiones un tanto más grandes, a manera de
mosaico étnico, en comparación con las características nacionales. Por
ende toda etnia tendría un estatus, una estratificación social de
pertenencia dentro de la pirámide del poder burgués, hasta debajo de la
escala. Tómese en cuenta que las diversas etnias indígenas así
consideradas en nuestro país (62 etnias indígenas) oscilan de entre
varios cientos de habitantes, otras con una base de algunos miles, unas
con decenas otras más con centenas de miles, y así, muy
diferenciadamente en cuanto a la magnitud de sus integrantes, hasta
llegar a las dos mayores que son la náhuatl con un poco más de dos
millones disgregados principalmente por la zona central del país, y el
poco más de millón y medio de mayas en condiciones semejantes; todo
ello exhibiría su condición general de “minorías” subordinadas, sin
perspectiva en los marcos de la estructura del sistema capitalista y
sus relaciones de poder.
Los pueblos indígenas vistos como
etnias, es decir, separados del conjunto de una población
mayoritariamente integrada a los carriles hegemónicos, pero
contradictoriamente ligada a esta cuestión -¿cómo negar el fondo
indígena en la pintura de Siqueiros o Rivera?, ¿de qué forma comprender
el ejido?, ¿cómo rechazar el español indigenizado del habla mexicana?,
¿dónde esconder los productos de origen indígena y algunas de sus
formas de producir?- se han sostenido en resistencia en los márgenes de
una unidad nacional mayor, manteniendo una propia y peculiar
especificidad, aunque no por ello al margen de las dinámicas clasistas
e históricas de la nación jugando en estas un elevado papel.
De las formaciones tribales, confederaciones tribales y las sociedades
explotadoras indias; a la actual configuración de los pueblos indígenas
en México existe todo un proceso histórico en que se asimila formas no
originarias de producción, distribución e intercambio, así como a nivel
superestructural incorporan formas de organización social, religiosa
manifestaciones culturales y de escritura entre muchas otras que
vinieron a imponer su control. El hecho de que las así llamadas etnias
indígenas se constituyeran en tales, y no en naciones como ha sido el
curso histórico de otros países, es bastante claro, la colonización
europea rompió dicho curso estableciéndose posteriormente la
nacionalidad mexicana dominante de fuertes lazos para su dominación por
las potencias e imponiendo a las etnias una condición de disolución
constante en el sistema capitalista. No obstante México es un país
pluricultural, que mantiene una forma de sujeción sobre sus pueblos muy
conveniente a la acumulación capitalista, y es ello lo que mantiene al
país en esas circunstancias en cuanto a la no solución de su cuestión
indígena, no permite se desarrollen elementos de nación y
administración política indígena ni que estos se eleven en rectores de
sus intereses.
La nación mexicana en tanto relación para la
hegemonía burguesa sobre los explotados y oprimidos de las clases
laboriosas y pueblos indígenas, al igual que algunas otras de América y
el mundo, tiene una peculiaridad histórica derivada de la presencia de
una multiplicidad de pueblos colocados en situación de exclusión y
subordinación dado que sus diferencias y condiciones sociales llevaron
a su opresión, lo cual ha sido una circunstancia histórica, que no es
definitiva de cara a la lucha de clases y la concepción de la nación
indígena. Pero hay que aclararlo, la nación mexicana es inconcebible
sin sus raíces indias, europeas, asiáticas y africanas, no simplemente
por el mestizaje y la variedad de sus grupos o “razas” según la vieja
jerga de conquista, sino por sus aportes dados al desarrollo nacional
en todos los sentidos. Ni debemos desentendernos del hecho irrefutable
de que la raíz indígena está presente en la mayoría de la sociedad
mexicana.
En el desarrollo histórico de la nación mexicana,
no podemos hacer abstracción de este hecho, aun cuando los pueblos
indígenas existentes mantengan características propias y no compartidas
con el grueso de la sociedad mexicana, como algunas formas de
producción, vida colectiva y propiedad, el idioma y una envoltura
cultural específica; ya que con ello no se debilita los rasgos más
notables de nuestra nacionalidad como pretende la burguesía para
provocar el rechazo a lo indígena y marginarlo en lo artesanal y lo
arcaico, al contrario, se alimentan continuamente de esos caracteres
específicos. Y por lo que concierne a las etnias indígenas, no dejan de
reflejar muchos de los rasgos de la mexicanidad si se ve a esta última
como integración de todas las venas indígenas del país bajo la
denominación de uno de sus pueblos más avanzados de nuestra historia.
Esta es una característica no general, pues en otros países los pueblos
indígenas estuvieron y están al margen de todo desarrollo de nación, en
muchos casos las etnias permanecen al margen de cualquier nacionalidad,
aún cuando su territorio sea incorporado a algún Estado-nación, ello
depende de las circunstancias históricas en las que el tipo de
dominación se cierra completamente al proceso de integrarlas o de verse
condicionados a aceptarla dada su rebeldía y resistencia como grupos
humanos oprimidos aspirantes a la emancipación social.
En
nuestro país, la contradicción entre las etnias y el Estado nacional
burgués está claramente definida por el dominio de las clases
explotadoras, en la base y superestructura del sistema capitalista
implantado.
Cabe señalar también que algunas naciones en sus
orígenes, como parte del proceso de su integración, han roto con el
tema étnico sin forzar o violentar su especificidad. En el caso de
nuestro país, entre las clases en el poder ha prevalecido hasta
nuestros días, la integración forzosa de los pueblos indios a la vida
nacional eliminando sus peculiaridades, condicionando su desarrollo
social al abandono de estas. Lo anterior es un punto de diferencia con
las tendencias humanitarias indigenistas que enfocan el problema sin su
contexto histórico, es decir, haciendo a un lado la naturaleza del
desarrollo social, sus leyes económicas y sus contradicciones de clase,
para dolerse de la crueldad de los conquistadores, los colonialistas y
todos los representantes de las clases explotadoras y hasta fomentar
actitudes reaccionarias contra las masas trabajadoras no indígenas.
Esta situación se da a causa de un problema nodal, el de la propiedad,
y específicamente aunque no únicamente, el problema de la propiedad de
la tierra, No es ningún secreto el hecho de que la rapaz sustracción de
la tierra hecha a los indígenas, la creación de la gran propiedad
terrateniente, el establecimiento del poder político de la democracia
burguesa y la imposición de la vida social propia del sistema
capitalista, son los pilares del problema indígena.
Este
problema de la propiedad destaca lo siguiente: en primer lugar se pone
de manifiesto la gran propiedad de la tierra, extendiéndose por un lado
a la propiedad terrateniente de los grandes ganaderos y
agroindustriales (cañeros, viticultores, madereros, cafetaleros,
productores de maíz, jitomate, forrajes, etc.) y a las grandes empresas
que desplazan a los indígenas de sus territorios, abarcando a PEMEX, la
producción de electricidad, pesqueros, acaparadores, comerciantes de
todo tipo de productos de los pueblos indígenas, y comerciantes en
general que dirigen sus negocios particularmente a los pueblos
indígenas. Y tiende sus redes no solo al dominio de la propiedad, sino
de la fuerza de trabajo indígena adulta e infantil por medio de toda
una legión de contratistas por los salarios más bajos que en muchos
casos llegan a la mitad de lo que se suele llamar salario mínimo por
ejemplo en la cosecha de maíz, recolección de café, tomate, licores,
frutas, fabricación de artículos de madera, artesanías y fibras, etc.
Por lo tanto la acción histórica emprendida contra los pueblos indios
por desplazarlos, expropiarlos y explotarlos, obvio, tendría que
reflejarse opresivamente contra sus rasgos raciales, culturales,
religiosos y administrativos, para hacer prevalecer la gran propiedad
privada y las formas de explotación que ésta implica; esta es la gran
causa del atraso económico y social en general de los pueblos indios.
Los patrones de explotación en la perspectiva feudal y luego
capitalista e imperialista, implicaban mantenerlos en la ruina, la
marginación y la ignorancia, el Cancún turístico y la administración
burguesa del patrimonio histórico indígena serían entonces unas de las
formas del saqueo indígena.
Frecuentemente se ha negado que
los pueblos indígenas se encuentran escalonados en distintas clases
sociales con intereses antagónicos y que incluso haya quienes siendo
indígenas sean voraces explotadores, definitivamente no son ajenos a la
división en clases sociales ni mucho menos a la lucha de clases, entre
indígenas podemos ver burgueses, campesinos medios y pobres,
comerciantes, artesanos, proletarios y una capa intelectual, sin
embargo su estratificación de clases dista de estar muy por debajo del
promedio general.
Tampoco hay que olvidar que no todos los
indígenas se plantean un problema étnico, pues dolorosamente o sin
dolor muchos de los que emigran se integran al grueso de la sociedad o
grupos sociales afines en las nuevas condiciones en que se encuentran,
en ciertos casos rompiendo paulatinamente con su conciencia étnica, o
simplemente se ven obligados a romper con sus lazos culturales en sus
propios lugares de origen. Esta ha sido en gran parte la salida que el
sistema capitalista diseña para “solucionar” la cuestión indígena y que
como sabemos es parte del etnocidio que perpetra el sistema.
El problema indígena es por lo tanto, un problema de dominación político-económico, social, cultural e histórico,
cuya solución depende en primer lugar de la resolución del problema de
la propiedad de los medios de producción. Las corrientes gran burguesas
neoliberales y socialdemócratas, en sincronía con las tendencias
pequeño-burguesas actuales; hacen a un lado ese aspecto fundamental de
la cuestión indígena.
En efecto, la cuestión indígena abarca
problemas étnicos de orden administrativo, educativo, cultural, racial,
etc., a los cuales se ha dedicado especial atención por esas tendencias
y siempre en una relación de subordinación del ente protector. No
podemos más que reconocer la asiduidad con que han hecho esfuerzos por
profundizar estos puntos obteniendo buenos resultados, pero siempre
procurando elevarlos a primer plano y ocultar lo fundamental, el acceso
a los medios de producción en general, el acceso a la tierra y de éste
modo, el derecho a un territorio autónomo con organización propia,
emanada desde abajo, de democracia popular, que implique la demanda de
expropiación de los terratenientes enquistados en los pueblos indios.
A su vez en la acción de desintegrar a los pueblos indios hay que
destacar el papel del Ejército en términos tanto de represión como por
el hecho de mantener su presencia en las zonas indígenas, al igual que
por la continua absorción de su juventud para fines de reclutamiento
por si fuera poco mediante una propaganda chovinista, y ya dentro de
sus filas rompiendo la conciencia de etnia entre los soldados.
Pero volvamos al plano económico, la integración que plantea la
burguesía es clara, desde su posición las etnias son un estorbo para
penetrar los capitales a lugares que cuentan con importantes reservas
de energéticos y otros recursos a los que el capital ha echado los
ojos.
La “ley indígena” fue clara al respecto, se rige por
los lineamientos más retrógrados de socavar la cuestión indígena por
medio de la penetración capitalista, no como hecho colateral, sino como
la intención central. Coadyuva a la penetración monopolista hacia los
pueblos indígenas, la explotación de éstos y la sustracción de sus
recursos al condicionar la defensa de los intereses gran burgueses
privados y estatales, la protección a la gran propiedad de la tierra, y
forzar a los indígenas jornaleros, campesinos, artesanos y su
intelectualidad media a lidiar con las "libertades" capitalistas sobre
las formas de propiedad, para adentrarlos aceleradamente al proceso de
su pauperización y proletarización, veamos: "Acceder, con respeto a
las formas y modalidades de propiedad y tenencia de la tierra
establecidas en esta Constitución y a las leyes de la materia, así como
a los derechos adquiridos por terceros o por integrantes de la
comunidad, al uso y disfrute preferente de los recursos naturales de
los lugares que habitan y ocupan las comunidades, salvo aquellos que
corresponden a las áreas estratégicas, en términos de ésta Constitución.
Para estos efectos las comunidades podrán asociarse en términos de la ley ." (3).
Es insuficiente pedir simplemente respeto a lo que le ha quedado a los
indígenas, de esta manera se termina por aceptar toda la trama de
despojos y se mutila la parte más radical y vital del programa social
indígena.
La única alternativa consecuente con la
problemática es la posesión plena de las zonas indígenas por los
propios indígenas, es decir, tanto sus pequeñas propiedades, como sus
territorios comunales y la de los grandes terratenientes, y de la
posesión plena de otros medios de producción creados a expensa suya.
En el terreno político administrativo a rajatabla el régimen impone una
política alevosa, de hecho niega a los pueblos indígenas el derecho a
su autodeterminación, aunque tampoco las posiciones de sus movimientos
han sido contundentes, pues rompiendo con ciertas características
colectivistas de integración, se sujeta a la municipalización y por ese
lado tendrán que vérselas con la administración política burguesa y
todas sus formas opresivas, ya que avalan de esta manera las
estructuras del sistema y la existencia del podrido aparato
administrativo, policiaco y judicial, aun cuando se reserven algunos
principios en esos terrenos, al respecto la experiencia de los llamados
municipios democráticos es aleccionadora. La municipalización es una de
las formas características de la administración democrático burguesa,
que deja a las regiones sin posibilidad de profundizar o realizar su
desarrollo, donde prevalece la defensa de la propiedad privada y de los
principios del democratismo burgués, a los cuales no han escapado ni
siquiera los muy afamados ayuntamientos democráticos. Ahí es donde se
detuvieron los Acuerdos de San Andrés que, sin embargo, por muy mínima
que resulte su contribución a la solución de la cuestión, son parte de
la resistencia de los pueblos indios.
Y así, sigue la
avalancha de acontecimientos al resquebrajar la más auténtica y digna
demanda de posesión de los medios de producción.
La demanda
del campo educativo, es fácilmente tergiversada por el Estado y la
burguesía, estos últimos proponen sistemas de becas para desde su joven
generación socavar las características culturales de los pueblos
indígenas y sus argumentos sobre la defensa radical y proletaria de sus
etnias. Se suele hablar de cierto sistema de enseñanza, un tanto libre,
pero subordinado al sistema general de educación burguesa. Nos parece
que la pauta es crear un sistema educativo propio de los pueblos
indios, sujeto a sus propias formas y acorde a sus propias necesidades,
ello no será posible si no se reúnen las condiciones materiales
indispensables donde la lucha magisterial debe recoger y radicalizar su
programa.
Al remarcar la preservación de sus costumbres y su
“cosmovisión” (lo que no es otra cosa que la sicología común respecto
al mundo, la sociedad y la vida, propia de cada pueblo), debemos
cuidarnos de no caer en el oscurantismo, la superchería, y
esencialmente al dominio de la mentalidad idealista pequeño-burguesa, y
algunas características propias de autoritarismo, que en lugar de
rescatar las aportaciones en este punto científicas, médicas,
artísticas, culturales y comunitarias, se dedican a ocultarlas con una
capa de misticismo indigenista contrario a la visión materialista y a
la lucha de clases, pues en lugar de abrir al pueblo indígena hacia la
lucha revolucionaria nacional e internacional, lo circunscribe
al único fin de luchar por una parte de sus demandas que incluso irán
en detrimento de su de por sí comprimida condición como grupo social.
Es cierto que el capital busca romper con su “cosmovisión” y sus
resabios de autoconsumo porque estas representan una barrera contra sus
modos de vida e inevitablemente de sus mercancías. No pretendemos
romper con las valiosas aportaciones de las costumbres y sicología
indígena, sino que ubicamos las manifestaciones idealistas que
predisponen a aceptar la opresión y explotación interna y externa.
Necesario es el auto-reconocimiento y visibilización en una orgullosa
nación indígena hacia una nueva república incluyente, de un nuevo pacto
social entre explotados y oprimidos. En definitiva el problema indígena
se resolverá sólo con la completa expropiación de la gran propiedad de
la tierra y de todos los medios de producción establecidos en los
territorios reconocidos como indígenas, y su entrega a los pueblos para
su usufructo colectivo, con el establecimiento de sus propias formas de
gobierno democrático y popular internas partiendo de sus formas de
consejo locales y regionales, con sus mecanismos de participación de
primer plano en la vida nacional, con su autonomía territorial, la
convivencia de iguales entre todo el pueblo mexicano, con el
establecimiento de su propio sistema educativo en todos los niveles, el
desarrollo de sus manifestaciones culturales progresistas.
A
estas alturas es claro que la cuestión indígena sólo encontrará su
solución con la instauración de una sociedad socialista democrática y
popular, como única garantía firme de llevar su programa hasta el fin,
pues encuentra en éste una armonía de intereses al postularse la
expropiación de los medios de producción y el establecimiento de la
forma de propiedad colectiva.
Sin la unidad de pensamiento y
acción de los pueblos de nuestro país no es posible hablar de una
solución acertada a sus problemas más profundos. La política
socialdemócrata y pequeño-burguesa al seno del movimiento indígena
pretende constreñirlo a su organización particular y separada del
conjunto del movimiento, manteniéndolo al margen de la perspectiva
revolucionaria por la expropiación de la propiedad privada y su
socialización.
El movimiento indígena de resistencia y
revolución, importantísimo venero para la lucha de clases, por medio de
sus consejos de pueblos y sus organizaciones que aglutinan a las
distintas etnias debe abanderar la lucha por la tierra, debe inclinarse
a las posiciones clasistas de los oprimidos, por la posesión de otros
medios de producción que hoy se encuentran en manos de la burguesía,
por la autonomía territorial y por sus propias instituciones indígenas
progresivas, democráticas y revolucionarias, uniendo sus luchas a las
del conjunto de la clase obrera, el campesinado y pueblo en general.
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