3/18/2014

Ebrard, el fin de un candidato


Análisis

Marcelo Ebrard durante el estreno de uno de los convoys de la Línea 12. Foto: Octavio Gómez
Marcelo Ebrard durante el estreno de uno de los convoys de la Línea 12.
Foto: Octavio Gómez
MÉXICO, D.F. (apro).- El 8 de julio de 2008, tras la muerte de 12 personas en la discoteca News Divine, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, removió a Joel Ortega como secretario de Seguridad Pública y anuló su proyecto de relevarlo en el cargo, pero seis años después vino la venganza: La víctima de entonces es ahora el verdugo.

La historia entre estos dos perredistas capitalinos –expriistas ambos– ratifica que no hay enemigo pequeño y que la venganza es un plato que se come frío: Ortega acató el despido con rostro desencajado, tras una discusión a gritos en el despacho de Ebrard, quien justamente empezaba a construir la Línea 12 del Metro.
Mientras Ebrard iba en ascenso, Ortega estuvo cuatro años en el limbo político hasta que, astuto por doble vía, se alió con Miguel Ángel Mancera, quien ascendió a procurador a raíz también del News Divine: Primero pactó con él para ser el coordinador de campaña, y al ganar acordó con él, en vez de una secretaría, ser director general del Sistema de Transporte Colectivo Metro.

Y fue ahí donde se fraguó el ajuste de cuentas político que, en lo fundamental, es un asunto de corrupción: Las fallas en la obra cumbre de Ebrard por vicios y defectos, que ha derivado en la suspensión del servicio en 11 de las 20 estaciones –¡durante seis meses!–, sólo tienen explicación en el robo de dinero público y/o en la negligencia e ineptitud, que también es corrupción.

Más allá de que la Arquidiócesis de México tilde de corrupto a Ebrard –en su propio ajuste de cuentas por avalar la despenalización del aborto y la ley para matrimonios de personas del mismo sexo–, y que la oposición ejerciendo su papel exija castigo a los responsables, los ciudadanos capitalinos no pueden ser omisos ni solapar las fallas de una obra que ya afectó la vida cotidiana de miles de mexicanos.

Desde el año pasado, el 13 de octubre –a un año de la entrada en operación–,  la firma alemana ILF Consulting Engineers advertía del deterioro en la Línea Dorada, un diagnóstico semejante al que Ortega filtró al diario Reforma, como antes lo hizo en El Universal, propiedad de su compadre Juan Francisco Ealy Ortiz.
La bomba estalló el pasado lunes 12, dos semanas después de que Ebrard se reunió con Mancera, el 25 de febrero, para discutir el asunto, como lo declaró el propio jefe de gobierno: “Ese punto es el que ocupó la plática, fue intercambio de información, nada más”.

Pero Ebrard afirma que el tema del Metro fue el segundo en importancia, porque lo que consumió el tiempo fue sobre el Partido de la Revolución Democrática (PRD), que Ebrard pretende presidir.

“Tenía información de primera mano de que Miguel Ángel pretendía truncar mis aspiraciones para contender por la dirigencia nacional del PRD. Por eso lo busqué, para que me aclarara personalmente si dicha versión tenía sentido y, de ser cierta, que me diera sus razones”, le dijo Ebrard a Raúl Monge, quien lo publicó en el semanario Proceso que circula esta semana.

“Mancera negó todo –agregó–. Me dijo que no tenía ni alentaba ningún movimiento para anular mi participación en la contienda interna para dirigir al PRD. Es más, me aseguró que él no iba a participar en ningún sentido en el proceso”.

Más allá de quién tiene razón y aun si la revancha de Ortega descarrila las aspiraciones presidenciales de Ebrard –por lo que se ha preparado toda su vida, como él mismo dice–, están de por medio la vida de mexicanos y la claridad en el manejo de los 26 mil millones 274 mil pesos que costó la obra, 11 mil millones más de lo previsto y 2 mil millones de recursos federales…
Comentarios en Twitter: @alvaro_delgado


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