5/13/2014

Ellos programan el futuro, nosotros manufacturamos



Miguel Carbonell

La nota de portada del New York Times del domingo 11 de mayo daba cuenta de una nueva tendencia en los Estados Unidos: cada vez más padres de familia inscriben a sus hijos en clases particulares que se toman después del horario escolar, en las cuales les enseñan desde muy pequeños a escribir programas de cómputo.

Desde el mes de diciembre de 2013 más de 20 mil profesores han tomado cursos de capacitación para darles clase a los alumnos a partir del primer año de primaria y hasta el último de la preparatoria para poder “escribir” nuevos programas computacionales. Para el siguiente año escolar que empieza en otoño más de 30 distritos escolares ya impartirán ese tipo de cursos regularmente, seguía diciendo la misma nota.

Que los niños estadounidenses estén tomando esas clases les va a permitir no solamente tener las habilidades técnicas para hacer nuevos programas de cómputo (los cuales pueden llegar a tener un valor incalculable en el mundo moderno), sino también ejercer la imaginación y la creatividad, que es el recurso natural más valioso que puede tener cualquier sociedad en la época en la que estamos viviendo.

Cuando leí la nota no pude dejar de pensar en lo que les están enseñando a nuestros hijos en las escuelas mexicanas y la forma en que uno y otro sistema pedagógico afectará el futuro de los alumnos.

Mientras que en Estados Unidos (pero también en Corea del Sur, Israel o Finlandia), las escuelas buscan generar uno o varios genios de las computadoras como Steve Jobs o Mark Zuckerberg, nuestras escuelas se conforman con producir egresados que alimenten las maquiladoras que producen los coches o las pantallas planas que requiere el mercado norteamericano.

Mientras que hoy en día las sociedades cada vez requieren de más ingenieros y personas que sepan de matemáticas, nuestras tres carreras más demandadas en México son Contaduría, Administración y Derecho.

Mientras que muchos países avanzados fomentan el aprendizaje creativo, nuestros niños pasan los primeros años de su educación repitiendo fechas históricas que les dictan sus profesores, sin saber la importancia que tienen o el significado de cada una de ellas.

Por eso es que en las pruebas internacionales nuestros jóvenes salen en lugares muy bajos respecto a su desempeño en matemáticas, comprensión de lectura o dominio del lenguaje. Estamos generando futuros trabajadores de maquiladoras y no jóvenes emprendedores que estén acostumbrados desde pequeños a la innovación productiva.

Y lo peor de todo es que la reforma educativa iniciada el año pasado apenas está comenzando a lograr el muy pequeño objetivo de evaluar a los maestros; parece que es toda una hazaña (y lo es, a la vista de las resistencias que ofrecieron algunos “profesores”), pero en realidad es un paso diminuto respecto a todo lo que necesitamos hacer para mejorar.

Ya lo he preguntado y lo vuelvo a preguntar: ¿qué están haciendo las autoridades (y todos nosotros, como sociedad) para tener al menos dos o tres universidades mexicanas dentro de las 100 primeras del mundo? ¿Es eso posible o ya de plano nos tenemos que resignar a la mediocridad perpetua? En caso de que sea posible, ¿cuándo sucederá?

La educación en el siglo XXI es la clave para el desarrollo de los países y de las personas. Pero esa educación no puede resumirse en tener a los alumnos sentados en las bancas del salón, repitiendo lo que sus profesores les dictan. Hacen falta muchas más cosas y no estoy seguro de que las escuelas mexicanas las estén promoviendo. Todo parece indicar que, si la sociedad en su conjunto no empujar de forma decidida para exigir un cambio de fondo en el sector educativo, tendremos que conformarnos con seguir produciendo especialistas en la maquila, mientras en nuestra frontera norte educan a sus niños para ser los inventores de las empresas que en el futuro van a venir a sustituir a Microsoft, Apple, Facebook, Dell y tantas otras. Sobre advertencia no hay engaño.

@MiguelCarbonell

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