5/17/2014

Nosotras ya no somos las mismas




¿En qué momento surge y se construye la colectividad? ¿De qué manera decenas se convierten en cientos y cientos en miles que denuncian al unísono abusos, atacan un sistema y lo convulsionan de raíz? ¿Cómo es que se genera ese sentimiento de empatía entre l@s un@s y l@s otr@s? ¿Cuál es el papel de las redes de apoyo en una sociedad capitalista que busca el cambio social?

El lunes 12 de mayo los diarios nacionales mostraron imágenes donde al menos 3 mil personas marcharon en las calles de Tampico, Tamaulipas contra la inseguridad y la crisis de violencia que se vive en la entidad, evidenciando no sólo el gobierno fallido de Egidio Torre Cantú, sino también la falta de Estado de derecho que se vive actualmente en México.

El hartazgo y la impotencia ante los atropellos suelen ser los detonantes de las movilizaciones sociales, el vern@s reflejad@s l@s un@s en l@s otr@s con nuestras carencias, frustraciones, anhelos y luchas permitiéndonos cohesionarnos como grupo y sumarnos contra el maltrato en todas sus formas.

Si en la marcha del 11 de mayo, ciudadanas y ciudadanos se fueron uniendo al contingente conforme éste circulaba por la avenida Hidalgo de Tampico, en clara muestra del rechazo a la violencia y la impunidad, ¿por qué éste tipo de acciones en que se suma la población por la legítima defensa de una vida pacífica no se replica con la misma fuerza en otro tipo de abusos como es la violencia contra las mujeres?

La omisión, el silencio, la indiferencia, la falta de solidaridad con las mujeres que viven y han vivido violencia simbólica y física es lacerante. Como si de un tabú se tratase y de tan “personal” que habría que ser ocultado, incluso llegándose a culpabilizar a la víctima por “no saber comportarse”, “por no prevenirse de salir a tal o cual lugar a altas horas de la noche”, “por no saber escoger a sus parejas sentimentales”, pareciesen justificar la violencia cometida contra ellas. ¿Será por ello que pocas voces se alzan en su defensa? ¿Querrán evitar ser vinculadas con aquellas que por tomar “malas decisiones” irremediablemente se convierten en víctimas de agresiones?

Incluso se llega a los extremos en que algunas mujeres pese a que han vivido violencia por parte de su contraparte masculina disculpan las agresiones, debilitando el apoyo que otras y otros les podrían brindar, lo que a la postre se convierte en justificación para que se retire la protección y se naturalicen actos de violencia. La responsabilidad total recae sobre la víctima femenina y la sociedad en contubernio con la impunidad de las autoridades se termina lavando las manos y por ende pocas son las veces que son castigadas las agresiones.

Pero ¿por qué este tipo de reacciones? ¿por qué si es tan claro para los demás la agresión, para la víctima femenina no lo es de la misma manera? Sin ánimo de generalizar puesto que tengo presente muchas mujeres actúan de manera resuelta desde la primera ocasión de maltrato alejándose y denunciando al agresor, otras muchas no. Esto genera que al no escudriñarse las raíces de tal fenómeno, se tome con indiferencia a la víctima como si de facto ella quisiese y aceptase las agresiones, - de lo cual yo difiero y considero demasiado simplista-.

A mi consideración este tipo de reacciones en que se justifican las agresiones tienen un componente cultural anclado en que en una sociedad patriarcal, en donde existe el dominio masculino sobre las mujeres, los hombres son los que detentan el poder simbólica y materialmente. Siguiendo este pensamiento ¿acaso no se quiere estar en alianza con el poder? Si para estar bien y en compañía tengo que estar unida con el poder masculino, dentro de una lógica un tanto retorcida, tendría sentido aceptar un sinnúmero de reglas que impone él, tales como obediencia, sumisión, pasividad. Pero en muchas ocasiones pese a que las mujeres siguen estos preceptos, las agresiones continúan sin que tengan oportunidad a hacer lo que ellas desean ¿A qué se debe? ¿No ha resultado la necedad por la aprobación masculina?

Simone de Beauvoir en su libro El Segundo Sexo ya decía que “las mujeres no han ganado sino aquello que los hombres les han querido conceder”, resaltando que la falta de solidaridad de trabajo e intereses entre las mismas mujeres las ha debilitado en formar un sentido de comunidad que las lleve a luchar todas juntas como lo hicieran los proletarios en la revolución en Rusia, los negros de América, los judíos de los guettos entre otros.

¿Cómo romper con la malsana unión que vincula a las mujeres con el patriarcado (reproducido tanto por hombres como por mujeres)? Las mujeres tenemos que ser más solidarias con nuestras compañeras de lucha, crear alianzas con ellas y hartas de vivir de rodillas denunciar las agresiones ejercidas contra nosotras y nuestras pares al vernos reflejadas las unas en las otras.

La impotencia y el hartazgo deben irrumpir tal y como en las marchas nacionales contra el crimen organizado, en una sola lucha, la de visibilizar las agresiones contra las mujeres por parte de todas y todos pero principalmente de las propias mujeres porque todas nosotras ya no somos las mismas.

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