5/16/2014

Nacer pobre en México es nacer predestinado



Por Pablo Majluf  @ceeymx

Agustina, mi empleada doméstica –"muchacha",  como se dice en el rígido lenguaje de las castas mexicanas– es una mujer muy inteligente. Es ingeniosa, práctica, trabajadora y perspicaz; hace su trabajo con oficio y asiduidad, incluso destreza. Tiene una envidiable sensibilidad para la música: es guitarrista principal de la banda Mariachi Femenil Xóchitl, un grupo de puras mujeres que, gracias a su calidad musical, han sido reconocidas en varias ocasiones (aunque efímeramente), incluso por la periodista Cristina Pacheco.

Es una mujer valiente con gran sentido de libertad: dejó a su marido alcohólico y golpeador, huyó de su natal Guerrero con hijos pequeños apenas en brazos, y migró al Distrito Federal, donde sacó adelante a su familia sirviéndose de poco más que su voluntad.

El infortunio de Agustina no es culpa de ella –está dotada de todos los atributos que un ser humano puede desear–, sino el país en el que involuntariamente nació, un país que, si analizamos su caso, a todas leguas es injusto y hostil. No lo digo porque ser empleada doméstica sea indigno –todo lo contrario: en otros países es un trabajo bien remunerado y respetado– sino porque Agustina no tuvo demasiadas opciones. El país no le permitió materializar sus múltiples cualidades en otra cosa; en algo que, digamos, hubiera sido resultado de una decisión vocacional. Difícilmente hubiera podido ser bióloga; o maestra de francés; ni siquiera vivir de la música que tanto le gusta. Estaba confinada –no por incapacidad, sino por adversidad– a un mercado laboral muy reducido.

Primero que nada, porque nació pobre en un país sin "movilidad social", aquella cualidad de las sociedades justas e igualitarias que le permite a una persona, a través de méritos, saltar de un estrato socioeconómico a otro a lo largo de su vida.

De acuerdo con el Informe de Movilidad Social 2013 del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), en México esa esperanza es casi nula. Por ejemplo, sólo 4 de 100 mexicanos que nacen en el quintil más bajo de pobreza –el mismo en el que nació Agustina– alcanzan el más alto. Es increíble…¡sólo 4 de 100! Peor aún, 48% de los que nacen en la mitad más pobre jamás se mueven de ahí. Si lo comparamos con los paladines de la movilidad social –Noruega, Finlandia, Dinamarca, donde las cifras son, en promedio, cuatro veces superiores– parece que nacer pobre en México es nacer predestinado.

Esto es así porque, como lo indican otros datos del informe, nacer pobre en México significa no recibir los instrumentos –educación, entrenamiento, capacitación, becas, incluso alimentación–que precisamente alguien como Agustina necesitaría para materializar sus cualidades. Según el informe, por ejemplo, 97% de los que nacen en el quintil más bajo de pobreza como ella, no llega a la universidad. En pocas palabras, Agustina nunca tuvo siquiera acceso a las credenciales básicas que el sistema laboral demanda.

En segundo lugar, porque nació mujer. La cifra anterior se ensombrece si de mujeres hablamos. Sólo 1% de las mujeres que nacen en el quintil más pobre llega a la universidad;75% ni siquiera terminan primaria. Y estos patrones se repiten de generación en generación. Si eres mujer, por ejemplo, y tu papá se dedicó a la agricultura –como fue el caso de Agustina–, la probabilidad de que no termines secundaria es del 65%.  A su vez, dado que Agustina tiene un trabajo manual de baja calificación, la probabilidad de que sus hijos lleguen a las universidades es sólo del 6%.

Si tomamos en cuenta otras variables como escolaridad de los padres y abuelos, roles de género, capitalismo de compadrazgo, salud, sistema judicial, infraestructura rural, e inseguridad, es evidente que Agustina, como Sísifo castigado, ha tenido que cargar una inmensa piedra contra montaña para poder llegar a la cima. La diferencia es que Sísifo hizo enfadar voluntariamente a los dioses del Olimpo, mientras que Agustina sólo nació, sin querer, en un país donde salir del Hades es casi imposible.

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