El palacete fue construido por el ex presidente Ávila Camacho en su rancho La Herradura
Las historias de lujo y derroche de los presidentes de
México en Los Pinos (ahora desmantelado) lucen como un humilde juego de
niños ante los recuerdos palaciegos que almacena la espectacular
Residencia Soledad Orozco, ostentosa propiedad de la Presidencia de
República de cuya existencia y función actual o futura no ha informado
el nuevo gobierno federal.
El palacete fue edificado por Manuel Ávila Camacho al concluir su
mandato presidencial en 1946, en lo que fuera su rancho La Herradura,
una parte del cual fue fraccionada y vendida a particulares en 1962.
El arquitecto Rafael Fierro Gossman narra en su blog Grandes casas de México la
historia de esa mansión por la que alguna vez pasó la crema y nata de
la clase política priísta de la segunda mitad del siglo XX y que desde
2000 fue usada de manera discrecional por Vicente Fox, Felipe Calderón y
Enrique Peña Nieto.
▲ Aspectos del interior de la casa. |
“Según cuenta Manuel Ávila Camacho López, hijo del general Maximino
Ávila Camacho y sobrino de don Manuel: ‘los terrenos de La Herradura
fueron regalo del presidente Pascual Ortiz Rubio a mi tío, como también
regaló a mi papá los terrenos del Batán’.
“En los tiempos de los ‘presidentes-militares’, los favores se
pagaban con propiedades, como el mismo presidente Ávila Camacho
agradeció al doctor Octavio Mondragón cuando le salvó de un atentado en
abril de 1944, regalándole una casa en Lomas de Chapultepec (Sierra Fría
260, esquina con Aconcagua)”, detalla el blog de Fierro.
La publicación añade que al concluir su gestión, Ávila Camacho decidió con su esposa redificar
la casa del rancho. Encargaron al arquitecto Manuel Giraud Esteva el diseño. Para 1947 el versallesco palacete de La Herradura estaba terminado.
Cuenta con amplios jardines y un lago, excavado en la zona alta del
terreno, bordeado por pinos, cedros, eucaliptos y palmeras, con área de
cocheras y alojamiento para guardias y jardineros.
El interior fue decorado, a petición de la esposa de Ávila Camacho,
Soledad Orozco, por el entonces prestigiado diseñador Harry Bloc, quien
amuebló “aludiendo a la Période Dorée del siglo XIX, y con
interés puesto sobre muebles franceses del periodo Luis XV y XVI, así
como en porcelanas de Sèvres y Meissen”.
Entre las habitaciones destaca el Gran Salón, con 140 metros cuadrados y doble altura,
decorado con opulencia y donde sobresalen el candil de 60 luces acompañado por otros dos de tipo monumental de pedestal, el enorme tapete de Aubusson y las diversas piezas de porcelana azul y bronce dorado que adornaban la chimenea, se describe en el blog Grandes casas de México.
La planta baja de la propiedad alberga una amplia estancia, continúa,
un comedor con 16 puestos, una galería, el despacho de don Manuel, su
biblioteca, el vestíbulo de la entrada principal, un salón familiar,
ascensor, estudio, desayunador, patio interior, cocina y alacena con
despensa y bodegas, estancia de empleados y escalera de servicio.
En la planta alta hay una galería-estudio, un saloncillo
acondicionado para doña Soledad, tres grandes habitaciones con vestidor y
baño, así como dos recámaras secundarias, cuartos para servicio interno
y su escalera, cuartos para lavado, planchado y almacenaje de blancos,
además del indispensable tendedero.
En su mejor época, añade el blog, por la residencia pasaron desde
Eleanor Roosevelt, Rita Hayworth y Dolores del Río, hasta los duques de
Windsor, los príncipes Felipe de Edimburgo y Bernardo de Holanda,
Fulgencio Batista, Harry S. Truman, Orson Welles, Carlos Pellicer, Juan
Rulfo y José Clemente Orozco.
“Manuel Ávila Camacho murió ahí el 13 de octubre de 1955; tiempo
después, doña Soledad Orozco mandó diseñar una capilla, como mausoleo
para su esposo (que finalmente no se usó). Fue edificada en 1957
siguiendo un proyecto del arquitecto Juan Sordo Madaleno.
“Aunque el ex presidente especificó que ‘se donara la casa para
escuela o biblioteca pública’, doña Soledad detalló que ‘el inmueble se
destinará para casa de visitas de altos dignatarios de gobiernos
extranjeros; que el gobierno sólo podrá tomar posesión hasta la muerte
de la donante; que junto con el predio y las construcciones se entregará
todo el mobiliario, lámparas, cuadros, estatuas, adornos útiles,
enseres y máquinas sin exclusión’”.
A 22 años de la muerte de Soledad Orozco, su última voluntad no ha sido respetada por los gobiernos de México.
Foto cortesía del blog Grandes casas de México, de Rafael Fierro Gossman
Mónica Mateos-Vega
Periódico La Jornada
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