María Teresa Priego
“En el escenario hago el amor con 25 mil personas, y luego me voy a casa sola”, Janis Joplin.
Eso que nos da por llamar: la casualidad. El 5 de octubre la cantante Janis Joplin, la extraordinaria “bruja Kózmica”, debía grabar un fragmento llamado: “Enterrada viva en los blues” (Buried alife in blues). No se presentó. Murió justo el día anterior, sola en un hotel de Los Ángeles. Por sobredosis. A los 27 años. ¿Cómo no pensar en Little girl blues?
La niña desamparada que contaba sus deditos, ¿qué más podía hacer? “Oh,
yo sé cómo te sientes, oh, niñita, niñita triste”. ¿Cómo no pensar en
esa voz desgarradora y magnífica, en su apariencia salvaje, en sus
ansiedades, su alcohol, sus anfetaminas, sus drogas?
Janis Joplin
Vivía
al límite, no pudo hacerlo distinto. Esa muchacha nacida el 19 de enero
en un ambiente muy conservador en Texas, su familia pertenecía a la
Iglesia de Cristo. La que quería ser institutriz o pintora. La que no
encajaba. La que se miraba en el espejo sin reconocerse. “Nunca pudo
entender cómo ser parecida a los demás”, declaró una compañera de
escuela. Subía al escenario protegida por sus túnicas, sus collares,
anillos, hileras de pulseras. Se escondía detrás de sus cabellos
alborotados. Se convirtió en una reina del rock y del blues.
Y se la devoraba cada vez ese inmenso desamparo. Sus hermanos menores
insisten: eran una familia feliz, amorosa, llena de ternura. Janis
escribía largas cartas a casa. Y sin embargo…
Escuchaba a Bessie Smith y a Lead Belly. Jazz, gospels, blues.
Se escapaba a los bares de Luisiana. Hablaba fuerte, usaba la falda
“demasiado” corta, era “demasiado” respondona, no soportaba ningún tipo
de limitación por “haber nacido niña”. En la universidad de Austin
-donde estudió arte por un tiempo breve- fue víctima de acoso constante.
Era distinta y quería una vida muy distinta. Tenía
problemas de piel y de peso. Como dicen los franceses cuando se refieren
al malestar de vivir: “estaba mal en su piel”. Una anécdota del campus
universitario es muy cruel: en una hermandad votaron por ella como “el
hombre más feo del campus”. Si una piensa en la idea de “femineidad” y
en todos los estereotipos femeninos de los años cincuenta, Janis
representaba la bruja temible, la rebelde, la extravagante, la
libertaria. Amó a hombres y a mujeres. El conservadurismo no era lo
suyo. Amaba leer, su hermana en una entrevista comenta que sus padres
eran “más sofisticados que el resto de las personas en su medio” y que
siempre los invitaron a la lectura. Sabemos que le gustaba Kerouac y que
admiraba a la Generación Beatnik. Allí instaló su pertenencia: “Yo no
soy una hippie. Los hippies creen que el mundo podría ser mejor, los
beatniks creen que el mundo no se va a arreglar y lo mandan al diablo
contentándose con estar drogados y pasársela bien”.
La música
Su dependencia al alcohol fue en aumento. Tuvo una historia de amor fracasada con Peter LeBlanc (llegó a planear casarse), quien la abandonó. Ese fue el gran tema en la vida y las canciones de Janis: el abandono. Pero no creo, no, que esa continua sensación de abandono
y esa fragilidad extrema tuvieran mucho que ver con LeBlanc. Lo suyo
era una soledad como de origen de los tiempos, una dificultad de vivir y
de relacionarse. “Soporto 23 horas al día a cambio de esa hora en el
escenario”. Llegó a San Francisco y se dejó abrazar con
fascinación por sus escenarios y sus noches muy largas. Breves
encuentros amorosos. Leonard Cohen escribió una canción tremenda y muy
triste: Chelsea hotel, a la memoria de una noche con
Janis en Nueva York. Se la encontró en el elevador y pasaron juntos esa
sola noche: “Te recuerdo claramente en el Hotel Chelsea/ ya eras famosa,
tu corazón era una leyenda. / Volviste a decirme que preferías hombres
bien parecidos/ pero por mí harías una excepción… Y dijiste: ‘no
importa, somos feos, pero tenemos la música’”.
Un
periodista menciona que en una ocasión revisó su bolsa, entre una
cajetilla de cigarros, las llaves de un hotel, una carterita, una
botella de alcohol vacía, encontró la biografía de
Zelda Sayre-Fitzgerald, la esposa de Scott. Bailarina, novelista,
pintora. Una mujer rebelde y disruptiva. La de Milford es una muy buena
biografía que reivindica la vida y el trabajo de Zelda. La pareja “dorada” y el tan desgraciado final de Zelda.
Bruja Cósmica
En
1970 viajó a Brasil con su amiga Linda Gravenites. Conoció a David
Niehous y se enamoró. Viajó con él y por un tiempo dejó de lado las drogas. David la invitó a continuar viajando juntos, ¿acaso el on the road
no era el gran sueño de la Generación Beatnik? Janis ya era una diosa,
el público las adoraba a ella y a su voz. No podía contra sus adicciones. Cuando Jim Hendrix murió de sobredosis cuentan que dijo: “¿Me pregunto si por mí habrá tanta publicidad? All is loneliness. Su
“salto a la fama” sucedió en junio de 1967 en el Monterey Pop Festival
en California. En septiembre estaba en los Ángeles para grabar su disco.
Publicó tres álbumes. Fascinó y sigue fascinando a millones de personas
en el mundo.
La película “La rosa” con Bette Midler le rinde
homenaje, a ella, la brujita cósmica. En su testamento dejó un legado de
2 mil 500 dólares para que sus amigos hicieran una fiesta en su
memoria. La invitación decía: “Las bebidas las invita Pearl”, era su
sobrenombre. Sus cenizas fueron esparcidas en el mar desde la bahía de San Francisco. Amy Berg, creadora del documental: Janis: Little girl blue, explicó: “Fue la primera dama del rock’n’roll, y no tuvo ningún modelo, estaba rompiendo límites, pero lo hizo en un mundo de hombres”.
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