Fueron demasiados los
años de preparación para precisar el lugar que les correspondía en el
complejo republicano liberal. Otro tanto para definir su igualdad con
las autoridades electas por voto popular. Llegaron a la plena
identificación, con los distintos gobiernos que los necesitaron dada su
baja legitimidad. Hasta que surgió la oportunidad de no requerir
tapaderas de ninguna especie. Simplemente se asentaron en los cuartos de
decisión y ahí, orondas, las élites de variada especie dispusieron a
gusto su estrategia y mando. Sólo restaba capitalizar (monetizar
también) logros, asunto al cual se dedicaron en los subsecuentes años.
Es debido a esta costumbre, ya normalizada por prolongado entrenamiento y
acción, que un cambio súbito de las reglas les causa tanto
desconcierto,
preocupacióny enojo.
El nuevo gobierno, sin equívocos, les indica que ocupen el lugar que
puede corresponder a su representación –si es que tienen alguna– entre
el rejuego de diferentes intereses y las renovadas visiones. El enfoque y
la misma filosofía del poder ha sufrido un drástico cambio de
principios y valores. No ha sido un trastoque sencillo de aceptar, menos
de asimilar. De ahí que no han desaprovechado ningún espacio, por
pequeño o sin importancia efectiva, para mostrar una postura retadora,
contestataria, afianzada en supuesta realidad incontestable. Se trata,
para estas élites o grupos de presión, de no salir de los cómodos
salones y cuartos decisorios donde se han movido con presteza. Algunas
personas, en lo individual, que se ven a sí mismas como dignas de
consideración, escucha o como titulares obligados de prebendas, dada su
alta calidad de élite, no aceptan y retoban de su nuevo rol.
Los múltiples organismos creados por esas mismas élites para simular o
aumentar su prestigio y representatividad atraviesan por un periodo de
ajustes drásticos. Ya no encajan, se les ha dicho, como protagonistas
decisorios en el proceso de transformaciones, deseado por la mayoría y
encabezado por los morenos y su líder. A partir del triunfo
electoral dio inicio, por mandato explícito, popular, la nueva temporada
de desarrollo. Una que se espera sea duradera para atender, con fija
mirada hacia abajo, las necesidades y ambiciones de los que han sido,
por décadas, expulsados de todo bienestar. En ese ancho espacio de
oportunidades, soslayado hasta ahora, se habrán de encontrar las nuevas
coordenadas para ejercer un poder atado a las mayorías. Serán ellas el
factor decisorio privilegiado. No más dictados cupulares exclusivos. La
experiencia es aleccionadora: años de servidumbre gubernamental para con
una escasa, rala capa de ciudadanos encumbrados, arrojó magros, tristes
resultados.
No se olvida que los grupos de presión han logrado entrelazar los
intereses de la colectividad con los de concentradoras élites. Las
consecuencias son inocultables, ocurren a simple vista y sin el mínimo
recato: aparece ahí una nación dividida, injusta, desigual y
desequilibrada en sus grandes agregados. Su prevalencia, durante
décadas, ha llevado a subvertir el orden de la justicia y mucho de la
racionalidad. Poco a poco, pero con la debida prisa, se van
introduciendo las jerarquías pertinentes en las decisiones de gobierno.
La disrupción no pasa de manera alguna desapercibida y, menos aún, sin
molestias y enojos para aquellos que se sienten desplazados. Hay enormes
intereses que quedan a descampado y sus beneficiarios buscan la forma
de protegerlos a toda costa y con el empleo de todos los recursos a su
alcance.
La llamada sociedad civil entra en esta controversia en liza, con
todo su arsenal. Con una variedad de organismos catalogados de
independientes que esta élite creó al paso de sus correrías. Ya no
tienen, hay que decirlo nuevamente, el eco esperado. El oído y la
atención del actual poder legal se ha diferenciado de esas imperiosas
voces, hasta hace poco dominantes.
Hay que afirmar, con el peso suficiente, que existen variadas formas
organizativas de la sociedad que, en verdad, sí representan, al menos
parte, de tal sociedad civil. Pero, en tiempos recientes, han surgido
otras muchas que son aliadas circunstanciales o permanentes, de los
grandes intereses, antes hegemónicos. Los medios de comunicación, por
ejemplo, son muestra clara de este fenómeno donde se ha logrado
sustituir el sentir popular por visiones adicionales. La casi totalidad
de ellos están en poder de un empresariado por demás conservador y
excesivamente beneficiado. En esos medios se han impuesto, amparados en
la educación de clase, una serie de motivadores sociales, orientadores
de opinión, expertos calificados y conductores de visión que contrarían,
diariamente, las acciones del nuevo gobierno. Manifiestan hondas,
sentidas, sabias preocupaciones por lo que ocurre y se lanzan a buscar
cualquier ángulo de ataque o mediación posible. Recibirán, pueden estar
seguros, similares respuestas desde la nueva forma de gobernar.
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