Manuel Fernández Guasti
es un físico comprometido desde hace muchos años con las causas
progresistas desde la lógica de la sociedad civil. En un constructivo
debate que hace 14 años tuvimos en La Jornada a propósito de la
pertinencia de tan distinguida señora, él recordó un “grafiti en una
barda deslavada y un poquito sucia que, confundida entre otros aerosoles
de Nietzsche, Dios y Clapton, bien clarito decía:
La sociedad civil no ha muerto, ¡andaba de parranda!
Le respondí con una pregunta: ¿es hoy la sociedad civil un concepto
útil para explicarnos los cambios políticos producidos en el país? Y una
respuesta: No, no creo que lo sea.
También, recordando una reunión para discutir las posibilidades de la
lucha social, en la que un campesino respondió a un intelectual que
decía hablar en nombre de la sociedad civil advirtiéndole:
Momento: sociedad civil serán ustedes, nosotros somos pueblo.
Apenas la semana pasada, el presidente Andrés Manuel López Obrador se
metió en este debate. Su intervención levantó una polvareda.
[La sociedad civil] antes era pueblo, nada más que ya se apropiaron de la sociedad civil. Yo no conozco gente de la sociedad civil, de veras, muy pocos, de izquierda, dijo. Y remató:
Todo lo que es sociedad civil tiene que ver con el conservadurismo, hasta los grandes consorcios promueven a la sociedad civil; es una bandera.
Durante dos décadas (entre 1985 y 2005) el concepto de sociedad civil
sirvió para que se identificaran a sí mismos un conjunto de actores no
partidarios y no empresariales, que se enfrentaban al Estado
autoritario, la desintegración del tejido social por parte de una
modernización salvaje y la falta de derechos políticos y sociales. En un
país con partidos débiles y poco arraigo, medios de comunicación
electrónicos estrechamente ligados al poder y sindicatos
antidemocráticos, surgió un nuevo asociacionismo nacido del encuentro de
sectores de la intelectualidad crítica con el descontento social, que
elaboró una agenda con dos ejes centrales: la construcción de una
ciudadanía ampliada y una nueva forma de inserción en el espacio público
basada en la más amplia participación ciudadana en las instituciones
gubernamentales.
Esta idea la había elaborado y puesto en práctica desde finales de la
década de los 70 una vertiente católica progresista que impulsó la
promoción al desarrollo popular. Con ella conceptualizaron su práctica y
su horizonte. La labor y la reflexión del sacerdote dominico Alex
Morelli y de Luis López Lleras fue fundamental para que muchos agentes
de la pastoral se vieran a sí mismos como constructores de la sociedad
civil.
Parte de la izquierda mexicana, ligada a luchas sociales y con la
lectura de la obra de Antonio Gramsci, se inspiró en la década de los 70
en la propuesta del revolucionario italiano sobre la necesidad de
construir hegemonía (coerción + consenso) y de la sociedad civil como
sujeto político-social capaz de desafiar al Estado autoritario mexicano.
En 1977 Carlos Pereyra publicó su trabajo clásico sobre Estado y
sociedad civil en Gramsci.
Tocados en 1982 por la nacionalización de la banca,
traicionadospor el PRI, muchos empresarios se incorporan a partir de entonces a la actividad política, más allá de su participación en las sociedades secretas de ultraderecha y en las cámaras patronales. Para tener un taxi propio que los llevara a las avenidas del poder político, los bárbaros del norte se lanzaron de lleno a la conquista del PAN. Lo hicieron, no sin antes reivindicar para ellos como propio el concepto de sociedad civil.
No les duró mucho el gusto. Los terremotos que sacudieron a la ciudad
de México en 1985 no sólo provocaron muertes y destruyeron edificios,
sino también resquebrajaron los cimientos de las estructuras de control y
representación social. Nuevos actores sociales, liderazgos políticos
emergentes y cultura de participación ciudadana emergieron de la
tragedia. Carlos Monsiváis la describió como una sociedad que se
organiza. Lo nuevo se volvió viejo a una velocidad pasmosa. Su incursión
en la política institucional desvirtuó la nueva cultura antiautoritaria
y autogestiva.
A partir de 2000, la nueva-vieja derecha entró a la disputa por el
término. Desde entonces, se volvió costumbre que, en nombre de la
sociedad civil mexicana, individuos prominentes, organizaciones no
gubernamentales y asociaciones filantrópicas busquen fijar las políticas
públicas o establecer la agenda nacional. Unos dicen defender la
calidad de la educación, otros luchar contra la corrupción gubernamental
y algunos más garantizar la seguridad pública. En los hechos defienden
sus negocios.
Tiene razón López Obrador en señalar que el concepto se lo ha
apropiado la derecha. Pero está equivocado en decir que no hay sociedad
civil que se reivindique de izquierda. A lo mejor él no conoce, o se fue
de parranda, pero de que la hay, la hay. La mayoría de los grupos
defensores de derechos humanos lo son. El trabajo de organismos como
Tlachinollan en Guerrero, Desmi y el Fray Bartolomé en Chiapas y Serapaz
es ejemplar. Con la pena, una cosa es que el concepto ya no sea lo que
fue. Otra que muchos de quienes se reivindican como sociedad civil no
sean de izquierda.
Twitter: @lhan55
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