Carlos Bonfil
Leonardo DiCaprio protagoniza esta controvertida comedia dirigida por Martin ScorseseFoto Ap
El
amo del universo. A la manera de Sherman Mc Coy, el tiburón de las
finanzas de Wall Street que con tanta agudeza retratan Tom Wolf en su
novela La hoguera de las vanidades (1987) y Brian de Palma en
su adaptación fílmica tres años después, Jordan Belfort (Leonardo
DiCaprio), es un dinámico e inescrupuloso corredor de bolsa que gusta
de llamarse a sí mismo Master of the universe, seguro de
poder someter a su capricho ególatra a todos los que le rodean y que,
como él, desean hacer dinero fácil y rápidamente.
El lobo de Wall Street, la cinta más reciente de Martin
Scorsese, consigue en su incisiva y delirante radiografía del distrito
bursátil neoyorquino y de su fauna de frenéticos corredores de bolsa,
algo que tal vez no procuraron del todo ni De Palma en la cinta
mencionada ni Oliver Stone en El poder y la avaricia (Wall Street,
1987): transmitir, sin el menor asomo de compasión o reprimenda moral,
toda la carga de cinismo y vanidad satisfecha de Jordan Belfort, tal
como se describe en su autobiografía.
Para describir la saga de Belfort, el impetuoso joven al que la revista Forbes denominó
el lobo de Wall Street, Scorsese recurre primero al esquema narrativo tradicional del pequeño gran pillo de hechura propia (self-made crook) que en una escena magistral toma sus lecciones por parte de un estafador mayor (Matthew Mc Conaughy) adicto a las finanzas fraudulentas, al sexo y a la cocaína. A partir de ese momento el tono de la cinta cambia. Con ritmo trepidante, Belfort relata en primera persona, de frente a la cámara, su ascenso fulgurante de alumno aventajado, mismo que se interrumpe brevemente con el crack financiero de octubre 1987, pero del que se recupera de manera vigorosa creando con algunos amigos una exitosa compañía, la Stratton Oakmont, que induce a ingenuos clientes de escasos recursos a diversas inversiones fantasma.
El secreto de Belfort es el arte del bluff del experto jugador de cartas, y de modo muy astuto, y con bluff
semejante, Scorsese hace que el camaleónico actor DiCaprio haga del
espectador no sólo un interlocutor posible, sino también un cliente más
frente al que despliega con dosis exactas de cinismo y encantador
desenfado los misterios de su talento delictivo.
Lo que distingue a El lobo de Wall Street de tantas otras
cintas de delincuentes de cuello blanco con pintoresca pinta de
gángsters, súbitamente promovidos en la esfera social, pero delatados
siempre por el exceso exhibicionista y un irredimible mal gusto, es el
innegable impacto de algunas exitosas series de televisión en el ánimo
y gusto de nuevos espectadores, y que Scorsese asimila y aclimata
inteligentemente a la pantalla grande. Hay en su nueva cinta elementos
de esa captura de un medio social neoyorquino plagado de intrigas y
golpes bajos que es la serie Mad Men, de Matthew Weiner, pero también del frenesí narrativo y la amoralidad desbocada presentes en la exitosa Breaking bad, de Vince Gilligan.
Muchas otras series, desde Los Soprano y Boardwalk empire hasta The wire,
proponen una manera nueva de sacudirse viejos lastres moralistas,
narraciones en exceso explicativas, dejos de sociología instantánea, y
exhibir de modo muy crudo, por momentos excesivo, el rostro real de la
avaricia y la insensibilidad moral de la delincuencia organizada en
todas sus variantes.
Desde esta óptica, la sátira social de Scorsese se vuelve algo
burlesco y desmesurado, como el propio personaje Jordan Belfort,
vulgar, fatuo, misógino y mezquino. A falta de descargas de metralla,
el director ofrece ráfagas de injurias y palabras soeces, tomas
subjetivas y coreografías grotescas que participan de un solo delirio,
bacanales de sexo y de droga consumida a raudales, notables
confrontaciones entre el estafador y su perseguidor del FBI (con algo
del Javert de Los miserables), y ese alucine total que es ver
a DiCaprio arrastrándose hasta su auto, hasta su casa, hasta la
obnubilación total, por el efecto de drogas caducas con efecto
potenciado.
Al cabo de esta larga pirotecnia visual (fotografía estupenda del
mexicano Rodrigo Prieto) y de este desbordamiento verbal al que
acompaña una sugerente selección de éxitos musicales de los años 80, el
espectador queda casi anonadado y, según el caso, satisfecho o irritado
por la manipulación combinada que sobre su ánimo han ejercido las
cínicas fechorías de Belfort y la maestría expresiva de Scorsese. Entre
Buenos muchachos, una película controlada e impecable, a los delirios de El lobo de Wall Street,
han pa-sado más de 20 años y muchas series de televisión insoslayables,
también los renovados capitales de impunidad y de cinismo en esos
crímenes de cuello blanco de los que dan un registro puntual todos los
diarios. Scorsese es, de nueva cuenta, y esperemos por todavía un buen
tiempo, el fascinante cronista de esta decadencia.
Hya tanto exceso que no me la puedo creer, es impresionante. Me gustó mucho la película y las actuaciones de DiCaprio, ha madurado bastante. Sale el chico de Silicon Valley, Thomas Middleditch en una escena muy pequeña, pero bueno, no por eso es mala. Es recomendable hasta cierto punto, si no eres tan moralista.
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