9/13/2014

“Machistas fuera de la lista!”





Hablar de “despatriarcalización” es una banalidad si el Estado no se enfoca prioritariamente en la violencia misógina como una pandemia que hay que combatir de manera integral –no basta castigar, hay que educar- en el sentido más correcto de la palabra.

“Zabala machista, fuera de la lista” es la acertada consigna que las feministas bolivianas están alentando en las redes sociales con gran respaldo de cientos de personas indignad@s por las absurdas declaraciones de un candidato del partido oficialista en las elecciones de 2014 en Bolivia.

No es la primera vez que un personaje vinculado al poderabre la boca para dejar escapar las serpientes que suelen tragarse en público por mero protocolo; ya se está haciendo costumbre soltarlas a la multitud, en medio de la misógina farándula del poder.

La misoginia como “aversión a las mujeres” está instalada en muchos políticos desde siempre, pero en este momento en Bolivia adquiere una forma especial pues no solamente está incorporada en las acciones y declaraciones de autoridades públicas oficialistas y no oficialistas, sino que busca legitimarse desde la ideología de lo “popular” o desde lo “alternativo revolucionario”. Indígenas, populares y clases medias profesionales han mostrado exactamente la misma cara. Esta vez, el perla que hace ingenua gala de su ignorancia es, ni mas ni menos, el primer candidato a Senador por el MAS en Cochabamba.

El presidente Morales ha pedido que lo disculpemos porque es un simple alarde de la prensa pro imperialista con un “candidato sin experiencia”, que “no es político” y “no sabía bien cómo comportarse en público”. La verdad es que después de todo lo que se ve, asusta imaginar cómo se expresaría este señor luego de pasar por los pasillos del poder.

Esto se veía venir y es cada vez peor. Como con otros espejismos, no tuvimos el reflejo de dar el combazo contra el machismo cuando todavía gozaban de gran confianza de tod@s. El machismo y la homofobia han sido una segunda piel de la política en el poder y su relación con las características de la violencia social que hoy vivimos ha sido subestimada. No sólo violencia física brutal, sino también aquella violencia psicológica, simbólica y cultural que hoy hace carne en la vida nacional.

La violencia misógina en Bolivia se ha incrementado de una manera alarmante. Aunque es un fenómeno global, eso no relativiza que hoy sean muchas más las mujeres bolivianas que mueren asesinadas y son agredidas, humilladas y golpeadas por hombres. Las Naciones Unidas dicen que hasta el 35% de las mujeres en el mundo experimentan violencia de género en sus vidas http://www.unwomen.org/es/news/in-focus/end-violence-against-women. Los datos para América Latina están siendo seguidos por las entidades multilaterales que trabajan y promueven los derechos de género http://www.cepal.org/oig/afisica/. Y aunque aún faltan los datos oficiales en Bolivia sobre la cantidad y las tasas de feminicidios que suceden en nuestro país http://www.cepal.org/oig/WS/getCountryProfile.asp?language=spanish&country=BOL, el CIDEM y otras instituciones dan cuenta de las alarmantes cifras de la violencia http://www.cidem.org.bo/index.php/cidem/acciones-realizadas/370-feminicidios-y-asesinatos-de-mujetres-por-inseguridad-ciudadana-y-otros.html. En lo que va del año, casi 100 mujeres han perdido la vida en eventos violentos, 59 de ellos han sido casos de feminicidio; el 61% de estos casos es ejecutado por personas relacionadas familiar o afectivamente. Las formas en que las mujeres son asesinadas son terroríficas, -uno de los últimos casos es una joven encinta que murió horriblemente a manos de un sicario contratado por el hombre que la había embarazado-. O el tristísimo caso de la Dra. Calvo en Santa Cruz asesinada por un guardia de seguridad de un garaje… Ya se ha cruzado un umbral muy peligroso.

Cuando denunciábamos con horror la muerte de mujeres en ciudad Juárez de México, como ejemplo de hasta qué punto las condiciones económicas precarias del neoliberalismo podrían costar en vidas humanas, no imaginábamos verificar que, aunque las condiciones económicas mejoran, la precariedad de las relaciones humanas y la violencia de género no declina.

Es que los hombres violentos creen que deben imponerse, dominar, conquistar, controlar a las mujeres? Dónde está el fondo de esa violencia? Es económica, es psicológica, es sexual? Es el poder? Son celos de los cuerpos? Es un afán de poseer y anular? Son frustraciones relacionadas con la reproducción? Es la necesidad de sentirse dueños del destino? Qué le habrá hecho pensar a nuestro personaje que para frenar la violencia de género hay que “educar” a las mujeres?

Riane Eisler, una de las más claras representantes del feminismo y la economía explica que esto es por la acumulación de poder patriarcal y por la prevalencia de la violencia como esquema civilizatorio de convivencia y de dominio social. En la historia, nos dice, no siempre ha sido así: las mujeres tuvieron un momento largo y privilegiado en el que las sociedades se erigían en torno a un poder distinto del que hoy conocemos.

Mucho de la violencia de género se explica por la educación machista que aún forma seres orientados a la dominación y el despojo del poder de otras, de las mujeres, en ese caso. Una parte seguramente se explica por el deterioro del tejido social y de los valores de convivencia. La OMS refiere “un bajo nivel de instrucción, el hecho de haber sufrido maltrato infantil o haber presenciado escenas de violencia en la familia, el uso nocivo del alcohol, actitudes de aceptación de la violencia y las desigualdades de género” como factores que inciden.

En este panorama es innegable que los mecanismos estatales débiles y la falta de incorporación seria de políticas de erradicación de la violencia de género contribuyen a que ésta se mantenga. Hablar de “despatriarcalización” es una banalidad si el Estado no se enfoca prioritariamente en la violencia misógina como una pandemia que hay que combatir de manera integral –no basta castigar, hay que educar- en el sentido más correcto de la palabra.

Las mujeres bolivianas se han propuesto una depuración de las listas en base a un criterio esencial: ningún machista debería ser candidato a representante o funcionario público. Podríamos añadir que ningún egocéntrico que se crea dueño de la verdad tampoco; alguna vez escuché a un funcionario decir que él era “buen político porque tenía la capacidad de ser cruel” (¡!). Cualquiera que haya sido el contexto de estas palabras, es un concepto profundamente patriarcal y violento. El hilo de continuidad entre el egocentrismo como patrón cultural de los políticos en el poder y las actitudes violentas, machistas y misóginas en una sociedad es muy evidente.

El plan de un nuevo Ser Humano para el 2025 no está proyectando cualidades humanas para un cambio social profundo que recoja lo mejor que tenemos –y claro que lo tenemos- como sociedad boliviana. El Vivir Bien, la igualdad, el respeto de la naturaleza, la igualdad, tienen que tener un contenido de equidad de género absolutamente.

El mensaje que las mujeres han propuesto hoy a la sociedad boliviana está apelando a un elemento muy importante de la política: una nueva ética que permita figuras públicas capaces de indignarse con la injusticia y la violencia y que tengan sólidamente asentados los principios de la equidad de género y el respeto humanos. Si funciona como demanda colectiva puede ayudar a que muchos violentos (aunque no se reconozcan como tales) se abstengan de participar y asuman que la política es un compromiso que demanda integridad como personas. Ese es un criterio que va a empezar a funcionar ahora en el control social a las autoridades y servidores públicos.
Hoy día a los políticos que están en campaña, no queda más que dejarles hablar, que sigan hablando, pásenles el micrófono y que hablen, si salen las serpientes muérdanse la lengua y váyanse a sus casas: si han logrado controlarlas, que se forme un ser humano diferente. Desde ahora, los políticos están sujetos al juicio de las mujeres y hombres que queremos vivir sin humillaciones ni violencia misógina u homofóbica que cueste más vidas.
A riesgo de quedarnos con pocos candidatos, seguiremos apoyando esta brillante y legítima demanda desde la sociedad: “Machistas fuera de las listas!"
- Elizabeth Peredo es picóloga social.

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