Miguel Concha
Ha
de ser fácil para los políticos profesionales responder después de las
elecciones a la pregunta sobre las nuevas relaciones entre los partidos
y la ciudadanía: pensar en la próxima elección; retener el puesto
alcanzado o alcanzar el ahora perdido; dar buenos servicios al jefe
político para lograr la recompensa laboral esperada; y, si es el caso,
para evitar las tropelías cometidas ahora, que se proponga y se apruebe
una nueva reforma electoral. En este caso parte de su quehacer será
pensar cómo violentarla mientras llega la siguiente reforma, y luego la
siguiente… Sin duda, estos no son los razonamientos de la sociedad
civil.
No se trata de evitar pensar en las próximas elecciones, sino en
prepararse para que se den bajo otras relaciones entre los partidos y
la ciudadanía. ¿Cómo hacerlo? Varias articulaciones de organizaciones
ciudadanas elaboraron agendas y las propusieron a los candidatos para
que asumieran los compromisos que implicaban. Por supuesto que un
primer paso ineludible es exigir su cumplimiento, incluso por aquellos
que no se comprometieron explícitamente con ellas, ya que las demandas
ciudadanas tienen un fundamento ético de validez más allá de la
voluntad del
representante. Y por ello la exigencia de cumplimiento deberá acompañarse de un argumento político de costo-beneficio para quien decida incumplirlos. Todo esto hay que hacerlo para avanzar en la cultura democrática, aunque sin tener demasiadas expectativas de respuestas entusiastas en la mayoría de quienes dicen representarnos.
Hace ya años que don Pablo González Casanova expresó que nuestros representantes representan que nos representan, pero que nos representan cada
vez menos. Por lo que habrá que dar otro paso, cuya realización no
depende de lo obtenido en el primero: juntar las demandas contenidas en
las agendas ciudadanas; reunir los derechos violentados, y, a fin de
elaborar un programa que no sea solamente la suma de las agendas,
ubicar los denominadores comunes. No es fácil integrar un programa
único de transformaciones de fondo para el país. Son muchos los
agravios y, por tanto, las demandas, y en su multiplicidad se corre el
riesgo de la dispersión de los movimientos sociales. Para integrarlos
se requiere metodológicamente tener en cuenta los siguientes pasos:
1)
Poner en común los problemas y las agendas de cada movimiento.
2)
Elaborar un diagnóstico de sus causas que permita comprender cuáles de
estas son comunes a todos los problemas.
3) Pensar las posibles
acciones frente a las causas. Lo que dotará de las hipótesis sobre los
caminos concretos a seguir.
4) Elaborar las estrategias compartidas
para luchar contra las causas que han generado los problemas
específicos que cada organización enfrenta, y establecer los
compromisos de acción que a cada quien le sea posible.
5) Comunicar a
toda la sociedad el diagnóstico, las hipótesis de acción, las
estrategias y los compromisos adquiridos, a fin de recibir el apoyo
creciente de la ciudadanía. Los movimientos que decidan seguir este
camino saben que no lo recorrerán solos, pues hay muchos apoyos
disponibles.
En las últimas semanas se presentaron dos documentos de
alternativas para la transformación democrática del país, elaborados
por grupos de académicos comprometidos con las causas sociales. Uno,
realizado por más de 300 académicos en toda la República, agrupados en
el Consejo Nacional de Universitarios, lleva por título Manifiesto ¡Reconstruyamos nuestra nación!
El otro, llevado a cabo por el grupo de intelectuales Nuevo Curso de Desarrollo, lleva por título México ante la crisis.
Ambos documentos contienen análisis y propuestas concretas para la
transformación actual del país, que mucho servirán para pensar
hipótesis de acción de los movimientos sociales. Pero además de la
producción de académicos están los esfuerzos de diversos espacios de
articulación social, tales como el Frente Amplio Social Unitario; la
Asamblea Nacional Popular; el Movimiento en Defensa del Agua, el
Territorio, el Trabajo y la Vida, y la Constituyente Ciudadana y
Popular, por sólo citar algunos de los múltiples espacios de
articulación existentes.
Sabemos que hay diferencias entre todos ellos que no son fáciles de
resolver. Por lo mismo, para poder llegar a hipótesis comunes, hay que
compartir agendas y diagnósticos. No se trata de subsumirse en una sola
organización, sino de que la diversidad de las existentes construya una
alianza estratégica para la transformación del país. Propongo tres
temas en los que podrá haber visiones compartidas que construyan
puentes de diálogo.
1) La defensa del territorio y la vida, en la que
pueden encontrarse reflejados todos aquellos movimientos que luchan por
la tierra y contra la explotación irracional de los recursos naturales:
los minerales, los energéticos y el agua misma, así como contra la
criminalización de quienes luchan por defender esos derechos y
recursos. 2) La defensa de los derechos sociales, en la que pueden
encontrarse quienes luchan contra la precarización del empleo, el
retroceso de la seguridad social, y quienes demandan trabajo digno para
todos.
3) La defensa del derecho a la participación y la demanda de las
condiciones indispensables para ello: acceso a la información pública,
combate a la corrupción de las autoridades, reivindicación de la
consulta popular, y exigencia de la revocación de mandato a los
funcionarios electos.
Tal vez pensar en estos temas parezca utópico. No lo es si tenemos
en cuenta lo que ya se ha avanzado. No es difícil pensar que en tres
años, en vez de distanciarnos por decidir quién nos represente, nos
encontremos en la demanda común de que gane quien gane se someta al
programa de la sociedad civil, y que, de no hacerlo, ésta pueda exigir
no sólo el cambio de representantes, sino también del sistema electoral
por otro que sí sea efectivo.
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