Por: Emma Martínez /
8 julio, 2015
08 de julio, 2015. Revolución
TRESPUNTOCERO).- El sur del país, es la representación desoladora de
una latente realidad, a la que con frecuencia se le resta importancia.
La última frontera de México, es un vasto campo de tragedias, donde
habita una sociedad indiferente, pero también ignorada, de rostros
escondidos y desgracias enclavadas dentro de una franja donde
realidades como la prostitución y delincuencia de menores extranjeros,
no trascienden más allá de los límites fronterizos, como si el mundo
nunca volteara en esa dirección.
El chico comenta que nació en la
zona tres de Guatemala, es alto y delgado, de tez blanca, con pecas en
el rostro y ojos cafés claros. Al hablar nunca ve de frente, prefiere
bajar la mirada y jugar con sus manos.
“Mi mamá y yo
vinimos a México para ganar un poco mejor en el comercio ambulante,
pero ella se volvió a embarazar, quién sabe cómo la pendeja, y ni me
diga que está mal decir eso, pero el wey que la preñó se fue, la dejó y
a principio pues como quiera que sea todo iba bien, yo limpiaba zapatos
y ella vendía cosas en los mercados, pero resulta que mi hermanito se
enfermó hace unos años, y cada vez que iba al doctor le daban cosas
diferentes y nada lo curaba, hasta al final, hace como un año le dijo
un doctor que el chamaquito tiene mal la sangre, que iba a costar mucho
su tratamiento…
Mi madre dijo que con lo poco que
ganábamos mi hermano se iba a morir, si a penas y comíamos, así que
ella se fue de prostituta al parque, porque no queda de otra, le dan
varios pesos a los policías para que no se la lleven y a mí me tocó
está pinche chinga. Aquí no soy el único, algunos weyes hasta les gusta
meterse con hombres, pero yo cada día me doy más asco, aquí nadie dice
nada, pero nos drogamos por la “depre”, yo le entró a cualquier cosa,
lo que sea con tal de olvidar. Jamás pensé que llegara a esto, y no me
voy al norte porque además de que es una chinga cruzar, me pueden
ejecutar y ahí sí que vale madres mi hermano y la que lo parió”.
Rodrigo, 14 años.
Obligados o por decisión propia, a
diario decenas de menores de edad, de origen centroamericano atraviesan
el río Suchiate, con destino al municipio de Tapachula, capital
económica del estado. Ellos no tienen ningún plan de continuar hacía
Estados Unidos, pero sí de tener un trabajo, trabajan lustrando zapatos
o vendiendo dulces, algunos más limpian los vidrios de los carros, pero
muchos otros, con la necesidad de obtener con mayor rapidez ingresos,
que a su vez sean constantes y seguros, recurren a la prostitución.
La zona ‘más común’, de prostitución
infantil en aquella región es el centro de la ciudad y calles aledañas;
la socióloga Alejandra Malpica asegura, “en los años que llevo
estudiando el fenómeno de la prostitución infantil, ésta se sigue
manteniendo arraigada al parque central, con más actividad por las
noches, después de las once, sin que por el día se detenga, pero con
mayor disimulo, siendo los policías quienes se encuentran al cuidado y
vigilancia de las niñas, sin embargo, desde hace aproximadamente tres
años, la trata de niños (hombres) comenzó a incrementarse, incluso aún
más que la de las menores”.
En dos meses Joel va cumplir trece
años, lleva un mes prostituyéndose, llegó hace unos cuantos más a
Tapachula, dice que el poco dinero que tenía se lo robaron los policías
una vez que lo encontraron durmiendo en el parque, ‘era eso o que me
metieran a la cárcel y les di lo que tenía’.
“Le pregunté a un chavo que vendía
dulces qué cómo se le hacía para entrar, ya nos fuimos con su jefe y me
puso a vender dulces, pero nos vigilan siempre a donde vayamos y uno de
los que nos cuida se dio cuenta que siempre me molestaban algunos
señores, me decían que cuánto por sexo con ellos”.
Pese a su coraje, que también
mantenía una cantidad de miedo, decidió transitar por sitios donde
hubiera más gente. “Pero luego de unos días, el vigilante le contó al
jefe, entonces me dijo que haría otra cosa, que ya no tendría que
caminar por toda la ciudad, trabajaría unas cuantas horas a partir de
las 2 de la tarde y toda la noche, estaba bien, pero resulta que el muy
cabrón decidió meterme a esto, porque según ganaré mucho, que porque
tengo ojos verdes y piel blanca”.
De mi gente ya no me acuerdo, cuando
comencé hacer esto y ahora yo no valgo, así que prefiero que piensen
que me morí o me fui a los Estados Unidos, aunque eso siempre les valió
en mi casa.
“Las Huacas, es el nombre del burdel
más grande de la frontera, ubicado a las afueras de Tapachula, y aunque
los habitantes lo saben un sitio inseguro, peligroso y violento al cual
incluso los taxistas se resisten a llevar pasaje. No les causa molestia
alguna y mucho menos indignación, que ahí hayan poco más de 40 niñas y
45 niños prostituyéndose. Ahí en ese antro conformado por 15
prostíbulos, hay hombres cuidando cada puerta, con mejores armas que
las de la policía, que pocas veces se acerca, anteriormente, todavía en
2010 las patrullas pasaban recolectando cuotas para a fin de no
llevarse a las menores, pero desde que llegaron los vigilantes, ya no
lo hacen”, asegura Malpica.
UNICEF, le ha cuestionado a la
autoridad de Seguridad Pública, por qué permitir un escenario tan
deplorable y evidente, a lo que han respondido, “La Huacas se fundó
específicamente como un sitio donde hay sexoservicio. Esto es para que
no pululen por toda la ciudad, porque así es mejor”.
Sobre la problemática Salud Pública se
ha opuesto a la existencia de ese sitio en muchas ocasiones, un
representante de la oficina de Salud Pública, que ha preferido omitir
su nombre, asegura a Revolución TRESPUNTOCERO, “donde
existe un mayor problema de prostitución infantil, Las Huacas, es el
mismo sitio donde por años hemos demostrado se genera gran parte de
enfermedades como el VHI, en niñas y clientes, aunque no mantiene un
índice de casos alto; hoy tenemos un grave problema de prostitución
infantil en niños, quienes se encuentran en mayor vulnerabilidad, si a
las niñas no las protegen y solamente les impiden el embarazo con la
píldora del día siguiente, a los menores los tienen a la deriva,
desatando graves enfermedades venereas, sin ningún caso aún de VIH,
pero lamentablemente en cualquier momento pasará”.
Y asegura, “no sabemos qué hacer,
porque tan solo en esa zona, se dedican al sexoservicio 44 niños,
provenientes de pueblos cercanos de Guatemala, tienen entre 12 y 16
años, la mayoría, sino es que todos, tenía otra idea cuando les
ofrecieron trabajo, cuando los dueños se dan cuenta que oponen
resistencia los amenazan con matarlos y los cuidan para que no salgan
ni a la puerta del burdel”.
Asimismo se afirma que a los que se
encuentran laborando por las noches en las principales calles de la
ciudad, tampoco se les puede dirigir la palabra, porque un vigilante es
capaz de dispararle a quien hable con ellos, excepto si es la policía
municipal, la cual nunca se acerca a ellos, porque en esos casos sí
pasan con los proxenetas a recoger la cuota, que va entre los 300 y 500
diarios.
Yo tengo 16 años, me llamo Salvador
y yo vine a la ciudad a lo que fuera, me fui de mi casa, porque no
aguanté al borracho de mi padastro, me fui el día que llegó borracho,
me abrió el pantalón con una navaja y me lastimó la entrepierna, luego
me violó, en ese momento no quise matarlo, saqué lo que pude y
desaparecí, pero hoy estoy aquí, aguantando lo mismo que él me hizo,
cuando yo estaba seguro que me iba a matar, pero no puedo asegurar que
ya no lo hice, por el momento gano 450 diarios, lo demás es de los
jefes y de los ‘polis’.
Un policía que accedió hablar con el
medio, afirma, “los niños, mucho más que ellas, vienen con mucha
violencia, odio y resentimiento, por la pobreza y el maltrato que
vivieron en sus casas, cuando se les trata de levantar depende quién
sea el cuidador, muchos creen que nos gusta solapar esta barbaridad, lo
que pasa es que si no lo hacemos, nos matan, nosotros también vivimos
amenazados, claro a unos les pagan, a los jefes les dan una cuota de
hasta 5 mil mensuales”.
Además comenta, “de vez en cuando se
les levanta, que dizque para disimular, luego las volvemos a soltar, me
han golpeado, son chamacos con fuerza, y odio, a veces me piden que los
deje más tiempo, para ellos eso es la gloria, que estar padeciendo el
tener sexo con hombres de hasta 70 años que por las noches van al
parque a buscarlos. Pero finalmente no les queda de otra que seguir en
eso, porque ya tienen contrato de muerte y porque tienen que comer, yo
les puedo decir, ‘piensa que esto te traerá cosas malas adelante, has
algo más, cuídate, intenta irte, pero salen y piensan que el jefe no es
uno y tiene jefe en todos lados, que irse para su casa ya no es opción
y que emigrar a los Estados Unidos es una jugada con la muerte, no
tienen para dónde hacerse, ya desde pequeños están condenados a la
barbarie”.
Según datos de UNICEF, poco más de 100
niños extranjeros se encuentran prostituyéndose en la frontera sur, y
al mismo tiempo drogándose, para ‘no sentir. “Desde que nacen, por las
condiciones de su hogar, su familia y el país, están destinados a una
infancia robada, lo que les queda de vida, siendo difícil y dolorosa,
no resta más que drogarse, viven en la calle, lo que tienen suerte
encuentra un sitio en el ambulantaje, los demás piden algunos pesos,
pero nadie los ayuda, acto seguido se suman a las filas de la
delincuencia, ya sea trasladando paquetes de drogas por la ciudad,
narcomenudeo, o el destino final y el que todos quieren evitar, la
prostitución, aunque este último grupo tiene una esperanza de vida muy
corta”, comenta Malpica.
Y asegura, “evitar estas problemáticas
podía significar el trabajo de dos décadas, poco más, pero con
constancia, compromiso de las autoridades y los activistas, pero
también y principalmente de la población, aunque lamentablemente
Tapachula, mantiene una sociedad muerta, pasiva que es indolente a lo
que pasa incluso con ellos como ciudad, aún más con los extranjeros. El
lado sur del país es un fantasma, donde todo pasa, permitido por una
ciudadanía autómata, que también es culpable”.
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