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“Los
mexicanos. Son seres maravillosos. Quise mucho al pueblo mexicano.
Encontré en él una generosidad inmensa y una gran honradez. En todas
partes se preocupaban por ayudarte”: Gisèle Freund.
“Nadie se ve tal y como le parece a los otros. Habitamos nuestro
rostro sin verlo, exponemos esa parte del cuerpo a cualquiera con
quien nos crucemos en la calle”: Gisèle Freund.
La exposición “Gisèle Freund y su cámara” continúa en el Museo de
Arte Moderno hasta el 2 de agosto. Regresé a mirarla, cada vez intento
regresar (y regresar) a una misma exposición. Escribo “una misma” y ya
sabemos que es una falta de exactitud: esa obra –que invita al viaje-
siempre es distinta. Con frecuencia una mira demasiado rápido, se
pierde de cantidad de detalles y sutilezas, mira largamente una obra y
mucho menos la otra. ¿Qué nos impacta ante una escena en una mañana
diferente de otra mañana? En la primera visita quedé hipnotizada por
cuatro fotografías: la mesa de trabajo de Virginia Woolf, una ligera
mesa de madera (de esas mesas plegadizas) en una terraza que mira al
jardín, su cuaderno, su pluma, sus flores. Es una composición tan
íntima, tan simple.
La mesa de trabajo de Virginia Woolf.
Más que las fotos de Woolf, me conmueve ese rincón tan suyo: Su mesa
de escritora. La Woolf de “Orlando”, “Las olas”, la que en algún
momento se planteó una pregunta cuya respuesta marcó a generaciones de
personas: “¿Qué necesita una mujer para escribir?”. “Independencia
económica y una habitación propia”. El silencio protector de una
habitación propia, si una lo piensa en términos espaciales. El
silencio/el ruido, la oscuridad/la luz de nuestras habitaciones
interiores.
La segunda fotografía que me hincó sus dientitos fue la de la
escritora Marguerite Yourcenar en su mítica isla. Descansando sobre las
piedras la escritora de “Memorias de Adriano”, “La obra negra”,
“Recuerdos piadosos”. Los cabellos desordenados, ese día –imaginamos-
soplaba un viento fresco en la isla. Un manuscrito en sus manos, los
reflejos de la luz en el rostro. Es casi como si una pudiera llamarla:
“Oye, Margarita, no olvido la belleza –nos la revelaste- del joven
Antinoo”. No olvido la frase que escribiste: “Soy como nuestros
escultores: lo humano me satisface, pues allí encuentro todo, hasta lo
eterno". Los segundos y las eternidades. Las eternidades y los
segundos.
Gisèle Freund padecía –y padecer viene de la misma raíz que pasión-
una intensa atracción por las/los escritoras/es, y las/los artistas;
para quienes la compartimos, la exposición es una fiesta apabullante y
nostálgica. La tercera foto fascinante de aquel día: Adrienne Monnier,
propietaria de la librería La Casa de los Amigos de los Libros, su
amiga Sylvia Beach, propietaria de la Shakespeare and Company, dos
librerías históricas en la calle de l’Odéon en París, y el escritor
James Joyce. El de “El Ulises”, “Dublineses”, “Finnegans Wake”.
Beach publicó la versión original de “El Ulises”, precedida por
lecturas de Joyce en la librería. Así de osada fue, así de temeraria.
La primera que estuvo dispuesta a imprimir las páginas geniales del
larguísimo viaje en un día de Leopoldo Bloom. Y su fantástica y
“libertina” Molly.
Marguerite Yourcenar en Desert Island.
La cuarta fotografía que me impactó en esa primera visita -y ahora
se las comparto- fue la de Eva Perón abriendo su cofre con anillos de
piedras preciosas para la cámara de Freund. En toda “ingenuidad”, y
con fondo de gobelino antiguo. “Que el mundo sepa lo que poseo”. Cuenta
Freund: “En 1950 Life me envió a realizar un reportaje sobre
el régimen de Perón y sobre Evita. Las fotos que le hice le gustaron lo
suficiente como para que me invitara a una sesión de su arreglo
personal. Al cabo de dos días…me abría sus roperos y sus joyeros”.
Vanidad de Vanidades. Esa buena parte del alma que puede quedar
empeñada en un joyero. Las fotografías de una vida millonaria y
“glamorosa” fueron/son un escándalo. Life fue prohibida en Argentina, la fotógrafa tuvo que salir del país, digamos, que con una cierta precipitación. Rumbo a México.
Gisèle nació en Berlín el 19 de diciembre de 1908, judía alemana,
hija de Clara y Julius Freund, su padre fue coleccionista de arte.
Mientras su madre intentó hacer de ella: “Una muchacha de bien”
enviándola –según cuentan- a una escuela para el aprendizaje de labores
propias de su sexo y condición, (como solía decirse en toda
rimbombancia), su padre le regaló una cámara para sus quince años. Le
mostró imágenes de fotógrafos a los que admiraba, la llevó a visitar
museos. Después le regaló una cámara Leica. Estudió historia del arte y
sociología en la universidad de Friburgo y en la de Frankfurt. Ante la
aterradora subida del nazismo, participó en las Juventudes Socialistas.
En 1933 al triunfo de Hitler, se exilió en París en donde estudiaba y trabajaba como fotógrafa freelance
creando retratos de escritores y haciendo reportajes. En 1936 presentó
en la universidad de la Sorbona una tesis que estudia la fotografía en
Francia durante el siglo XIX. “En esa época tenía veintitantos años,
estudiaba sociología e historia del arte. Para costear mis estudios
comencé a hacer reportajes fotográficos y retratos, gracias a la
pequeña Leica que me regaló mi papá unos años antes. No me imaginaba en
ese momento que la fotografía se convertiría en mi oficio”.
Conoció a la feminista Adrienne Monnier quien le presentó –también-
a André Malraux. Malraux necesitaba un retrato suyo para la reedición
de su obra “La condición humana”, retrato que se convirtió en un
clásico. En el Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura se
encontró con el fotoperiodista David Seymour (trabajarían por años en
la misma agencia), y fotografió a André Gide, Boris Pasternak, Aldous
Huxley. En 1935 inició su serie de reportajes para la revista Life:
fotografías de la depresión económica y sus consecuencias en el norte
de Inglaterra. En 1936 se casó con Pierre Blum y obtuvo la nacionalidad
francesa.
En ese entrecruzamiento entre su pasión por el retrato y la
literatura, Freund comenzó a experimentar y se convirtió en una
pionera en el uso del color con los retratos de Paul Valéry, James
Joyce, Ezra Pound, Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, André
Gide, Nathalie Sarraute, André Breton, et Jacques Prévert. Su retrato
a colores de James Joyce fue portada de mayo de la revista Time. “En
1938 descubrí la película a colores… Kodak y Agfa fabricaban un rollo a
color que podía utilizar en mi Leica...”. Freund visitaba Londres
cuando estalló la guerra, regresó a París, un amigo la previno: había
sido denunciada a la GESTAPO. Huyó a Lot en la Francia “libre”.
En 1942 visitó Argentina, fue amiga de Victoria Ocampo, fotografió a
Borges. Regresó a Francia. En la post-guerra, narra Freund: “París
volvió a ser uno de los centros intelectuales y artísticos donde se
mezclaban todas las opiniones y nacían las ideas. Fotografié a la
mayoría de esos escritores y artistas, pero hacía también nuevas fotos
de aquellos, ahora ya célebres, que había conocido antes de la guerra,
como Henri Michaux y Jean-Paul Sartre”. En 1948 se integra a la
agencia de fotoperiodismo Magnum, con Seymour, Robert Capa,
Cartier-Bresson.
“Revelarle el hombre, al hombre, ser un lenguaje universal,
accesible a todos, tal es para mí el objetivo primordial de la
fotografía”. “La cultura para un fotógrafo, es mucho más importante que
la técnica”. En 1965 se publicó “James Joyce en París” (“James Joyce à Paris”),
su primer libro de fotos. En 1968 es la primera fotógrafa que expone en
el Museo de Arte Moderno de París. En 1970 se publicó “El Mundo y mi
cámara”, (“Le Monde et ma caméra”), en 1974 “Fotografía y sociedad”, (“Photographie et societé”). “En 1977 “Memorias del ojo”, (“Mémoires de l’oeil”). En 1980 es la primera fotógrafa que recibe Le Grand Prix National des Arts.
LAS VISITAS A MÉXICO
Freund visitó, amó y fotografió México, fue muy amiga de Alfonso
Reyes y su esposa Manuelita. La exposición en el Museo de Arte Moderno
incluye una serie de fotos del escritor en su biblioteca: “Querido
Alfonso y querida Manuelita, la verdad es que me siento dividida entre
la dulzura de vivir en Francia y la grandeza amarga y misteriosa del
mundo mexicano. Pero lo que me atrae ante todo en México son los
numerosos amigos, su cálida amistad, la fraternidad y la comprensión
que siempre experimento entre ustedes”.
La hipnosis en mi segunda visita a la exposición: Las fotos que
Gisèle Freund le tomó a Frida resguardadas en la sección de la muestra:
“En la intimidad de Diego y Frida”. Frida Kahlo en 1948 con perritos y
alimentando a los patos del estanque, (la foto con la que comienza este
texto). Diego Rivera pintando, una serie de contactos de Frida en el
jardín.
“’He sufrido dos accidentes graves en mi vida’, me dice Frida sin
dejar de pintar, ‘Uno en el que un tranvía me atropelló cuando yo tenía
16 años: Fractura de la columna, veinte años de inmovilidad… el otro
accidente es Diego. A pesar de sus sufrimientos Frida no ha perdido su
gusto por el humor, ni su fe en la vida”, Gisèle Freund (tomé la cita
de la investigación de Sylvia Navarrete para la exposición). Frida en
su cama en 1951 junto a sus muñecas. En el mismo año: Frida y su
médico Juan O’Farrill. Y tantas más de ambos pintores.
“Diego me dijo inmediatamente: ‘Te enseñaré el país y te invitaré a
todas nuestras fiestas’. Diego sabía las fechas y conocía los lugares
de todas las fiestas, desde las más populares, hasta las más célebres”,
(cita tomada de Sylvia Navarrete). Y más: Miguel Covarrubias con
piezas prehispánicas, 1956. Retrato de María Asúnsolo, 1950. “Llegué a
México con muchas cartas de presentación. Una de ellas para María
Asúnsolo, una mujer muy famosa en la época, no sólo por su belleza,
sino por la galería de arte que había abierto en otro tiempo; me
presentó a mucha gente y se convirtió en una gran amiga mía”. Pérez
Prado, José Luis Cuevas, Pita Amor. “Fotografié el arte olmeca,
tolteca, maya, azteca… Cartier-Bresson opinaba que yo me interesaba por
el arte. Es verdad que en aquella época, fotografié mucho el arte
precolombino”.
“Tengo muchas fotos de lo que hoy llamaríamos el folclore mexicano.
Apasionaron a Francia y más tarde a toda Europa… también fotografié
escenas de la vida cotidiana, a los artistas célebres, y a los humildes
campesinos”. En 1954 terminó su relación con la agencia Magnum. Según
cuenta: “Me despidió Robert Capa cuando Estados Unidos me negó una visa
de entrada. Estaba yo en la lista negra del senador Mc Carthy, y Capa
tuvo miedo por el futuro de Magnum en Nueva York. Me dolió mucho”.
Freund continuó como fotógrafa independiente toda su vida.
Murió el 30 de mayo del año 2000 a los 92 años, como en el caso del
fotógrafo Cartier-Bresson (quien murió a una edad muy similar) su
trabajo atravesó el siglo XX. Realizó más de ochenta reportajes
alrededor del mundo como fotoperiodista, sobre todo para las revistas Time y Life.
La célebre retratista a la que no le gustaba ser retratada: “Quienes
quieran verme no tienen más que leerme, mi verdadero rostro está en mis
libros. Sin duda habría que ver en esta respuesta la voluntad de no
librar ante el público sino una imagen que se en sí misma una creación
de poeta, más que el aspecto físico que se debe al azar de la herencia
y la edad”.
La exposición es, por supuesto, bastante más vasta de lo que les
cuento/ soy capaz de contarles, está dividida en 8 núcleos: “Reportajes
en el contexto de la preguerra”; “Pionera del color”; “Camino a
México”; “Estancias en México”; “Las exposiciones de arte mexicano en
París”; “De vuelta a Europa: la consolidación como retratista”; “Freund
escritora: socióloga e historiadora de la fotografía”; y “Los Coloquios
latinoamericanos de fotografía”.
Me permití ofrecer un paseo breve, un tantito desordenado con
respecto a la cronología, y tan arbitrario a como suelen ser los
llamados del corazón y de los ojos. Una luego, luego, busca sus
querencias. Hasta el 2 de agosto. En el Museo de Arte Moderno: Esa
mesita, esa mesita de madera en la que escribía Virginia Woolf. Las
manos alhajadas de Joyce. El rebozo de Frida. Diego y sus diablos.
Frida fumando.
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