Navegaciones
Pedro Miguel
Hace
cosa de un año, en julio de 2014, empecé a generar la electricidad de
mi casa mediante paneles solares, y así lo informé en esta columna.
Hubo fallos y errores en la instalación que terminaron de corregirse
hacia septiembre y desde entonces los aparatos han funcionado
exclusivamente con energía del Sol, no me he quedado a oscuras ni una
sola vez y he mantenido, en lo fundamental, mis rutinas cotidianas de
siempre. En ese lapso he aprendido un montón de cosas y aquí van las
más importantes.
Por supuesto, inicialmente calculé mal la cantidad de módulos
fotovoltaicos que habría de necesitar para generar la electricidad que
consumo así como el número de baterías necesarias para almacenarla:
arranqué con seis paneles de 250 vatios cada uno para una potencia
total de 1.5 kilovatios y con 16 baterías de ciclo profundo T-105 de 6
voltios, más un controlador de carga Midnite Solar Classic 150, capaz
de operar a 80-96 amperios y un máximo de 150 voltios, y un inversor
AIMS de 6 mil vatios a 48 voltios. Muy pronto me resultó evidente que
en días nublados la cosecha de electricidad resultaba insuficiente para
mis necesidades y que el banco de baterías se descargaba durante las
noches más de lo recomendable: terminaba a un nivel del 50 por ciento
de la carga, lo que acortaría la vida útil de las unidades. Dupliqué en
cuanto pude el número de los paneles, para alcanzar un total de 12, con
una potencia sumada de 3 kilovatios, y agregué ocho baterías, para un
banco total de 24. Los módulos (cada uno mide 1.6 x 1 metro) ocupan un
area aproximada de 19 metros cuadrados del techo de la casa.
Adicionalmente, con el propósito de no castigar a las baterías, me
consagré a reducir el consumo: remplacé todos los focos de la casa
(incandescentes y
ahorradores) por focos LED, que chupan en promedio una décima parte de las lámparas de filamento y un tercio de las
ahorradoras. También cambié mi viejo refrigerador por un modelo más reciente, con un consumo eléctrico más moderado; cambié la computadora de escritorio –un monstruo dotado de una fuente de poder de 400 watts– por una portátil y sustituí mi monitor de 27 pulgadas por uno que consume la cuarta parte de electricidad y cuesta mucho menos, aunque no tiene tanta resolución. Finalmente, los calefactores eléctricos quedaron estrictamente prohibidos y en su lugar instalé calefacción con gas LP. Esas medidas me permitieron una reducción del 40 por ciento en los promedios de consumo anteriores y ahora el banco de baterías mantiene como mínimo el 60 o 70 por ciento de su carga, con lo que las pilas tendrán una vida útil de siete años o más.
Hoy sé que la lavadora y la secadora de ropa, la plancha y el horno
eléctrico deben usarse de día, jamás de noche, y que una vez que se
pone el sol es buena idea restringir el uso de la electricidad a las
actividades realmente necesarias, aunque no por ello me he privado de
cenar con amigos ni de recalentar comida en el horno de microondas a
las tres de la mañana. La bomba que sube el agua de la cisterna al
tinaco funciona de manera regular, lo mismo que el portón eléctrico, el
presurizador de agua, la licuadora, el molino de café y el taladro.
En este año no he necesitado echar a andar ni una sola vez la planta
de gasolina que instalé en la casa para alumbrarme durante los apagones
y que me sacó de tantos apuros cuando Felipe Calderón dio un manotazo a
Luz y Fuerza del Centro y nos arrojó a las garras de la Comisión
Federal de Electricidad. De hecho, no he sufrido un solo corte de
energía. Cuando considero importante dar a las baterías un momento de
gratificación –una vez cada tres o cuatro meses–, me espero a que haya
una mañana soleada y poco atareada y entonces apago el inversor durante
dos o tres horas y me pongo a leer. Tengo un par de baterías
adicionales de las que echo mano en esos casos para dar energía al
timbre, el teléfono y el módem. Además, como la corriente del inversor
es perfectamente regular y limpia de variaciones de voltaje, ya regalé
los reguladores que tenía por toda la casa para proteger los aparatos.
También me deshice de las unidades de respaldo (no-breaks o
UPS) porque no los requiero para nada. Aún no me acostumbro a la
sensación de tranquilidad que otorga la independencia energética y no
termino de maravillarme cuando pienso que la electricidad que consumo
esta noche fue generada hace doce horas.
Hasta
donde voy, lo más frustrante del proceso ha sido no poder socializar mi
experiencia de manera eficaz. Abrí una página de Facebook (http://is.gd/bZYfUz)
para compartir lo que había aprendido y organicé visitas a la casa en
las que participaron todas las personas que lo solicitaron y en las que
pudieron enterarse de todos los detalles de la instalación. Hasta me
gané una fama inmerecida e indeseada de ambientalista, a pesar de que
mi motivación explícita al optar por la electricidad solar no era
beneficiar a la Pachamama sino librarme de la CFE. He realizado y
distribuido innumerables cálculos de paquetes medios, básicos y
superbásicos con distintas configuraciones de equipos y cuyos costos
van de 15 a 50 mil pesos, más o menos. Sin embargo, hasta donde sé,
sólo una o dos personas han emprendido la electrificación solar de sus
casas basadas o inspiradas en lo que yo hice. Pero seguiré intentando.
Una de las preguntas que me han hecho con mayor frecuencia es: cuánto cuesta eso. Mi respuesta invariable es que
esovaría en cada caso y que si yo me endeudé por cien mil pesos o algo así, ello no es necesariamente significativo del costo de una instalación doméstica de energía solar, por cuanto mi idea inicial era generar electricidad y seguir viviendo como si siguiera conectado a la red pública, es decir, no cambiar ni un foco, y aquello era absurdo e irrealizable. Guiado por esa idea equivocada gasté de más (por ejemplo, en un inversor monstruoso, tres veces más grande de lo que realmente necesitaba), y además compré un sinfín de aparatos de medición que no son indispensables ni mucho menos. Creo que con lo que he aprendido en este tiempo ahora podría energizar la casa por las dos terceras partes de lo que gasté, incluso tomando en cuenta el alza del dólar.
Pero cada caso es único. La instalación de generadores fotovoltaicos
o eólicos en un domicilio debe planificarse, obvio, en función del
consumo correspondiente, pero también en función de la orientación del
edificio, de las temperaturas, los vientos y la irradiación solar
promedio de la zona. Por otra parte, la instalación (que según yo
requiere de trabajadores cualificados) puede abaratarse o encarecerse
significativamente dependiendo de las condiciones de la construcción.
La segunda pregunta más frecuente es: en cuánto tiempo amortizarás
tu inversión. Y mi respuesta invariable es que no lo sé ni me interesa
saberlo. Mi punto es que dentro de siete o diez años probablemente
deberé remplazar las baterías. Confío en que para entonces existan
soluciones de almacenamiento eléctrico mucho más baratas, elegantes y
limpias. Por ejemplo, en abril o mayo de este año el excéntrico Elon
Musk, dueño de la empresa de coches eléctricos Tesla, dio a conocer la
inminente llegada al mercado de una batería de iones de litio capaz de
almacenar 7 kWh. En cuanto a los paneles solares, tienen una vida útil
de dos décadas. Pero también en este aspecto la industria evoluciona y
acaso dentro de 20 años existan vidrios fotovoltaicos que se instalen
en lugar de los vidrios comunes de las ventanas y resulte innecesario
subirse al techo a cambiar nada. Por hoy, lo que puedo afirmar con base
en la experiencia es que es perfectamente posible bajar para siempre el
interruptor por el que pasa la conexión de la empresa eléctrica con
nuestros hogares y seguir viviendo como si nada, que para ello se
necesitan unos paneles solares atornillados al techo de la casa, unas
baterías de ciclo profundo, un controlador de carga, un inversor, un
par de fusibles y unos metros de cable, y que todo eso cuesta bastante
menos que un Tsuru de versión austera.
Twitter: @navegaciones
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