Al cumplirse cien años de su muerte el 2 de julio comenzó un proceso,
digamos, de reivindicación de aquel oaxaqueño que pasó de héroe a
villano.
En
Oaxaca muchos no lo ven como a un villano. No en tantos años desde la
mañana del 31 de mayo de 1911 cuando abordó en Veracruz el buque alemán
Ypiranga para su exilio político. De hecho, en la colonia
Reforma de la capital el estado hay un gran monumento al militar y
presidente de México en el que cada año se le rinde culto civil…
… Allá mismo, una de las calles principalísimas se llama como él; en
la ciudad de México –y en otras del país- hay calles que llevan su
nombre aunque se cuidan de agregarle ‘Coronel Porfirio Díaz’, por
aquello de sus valores militares, anti-intervención francesa y su Plan
de La Noria (1871) y luego el Plan de Tuxtepec (1876) en contra de
Sebastián Lerdo de Tejada…
Desde La Noria prometió respetar la Constitución de 1857 y ofrecía
la garantía de "que ningún mexicano se perpetúe en el poder y ésta será
la última revolución", y bajo el lema de "Sufragio efectivo; No
reelección" su movimiento triunfó: Ganó su primer periodo presidencial
y luego se mantuvo en el poder por más de treinta años…
Con todo, muchos años después, ya se debate en México traer sus
restos mortales desde Francia para depositarlos en su tierra oaxaqueña,
como él quiso siempre y la que era su cantaleta durante sus últimos
años parisinos cuando ya viejo y cansado miraba hacia el Atlántico para
atravesarlo y depositar la vista en su tierra.
Y eso de traerlo está en veremos: Jean Meyer ha de saber algo porque
escribió apenas: “Por eso ha sido imposible hasta la fecha,
oficialmente a lo menos, satisfacer las últimas voluntades del ‘tirano’
que pidió ser enterrado en su Oaxaca natal. Digo ‘oficialmente’ porque
a lo mejor su tumba parisina en el panteón de Montparnasse, siempre
florida, está vacía. Puede que unas almas piadosas hayan llevado
discretamente los restos del ‘héroe del 2 de abril a Oaxaca”. Hay
quienes aseguran que los restos de Díaz descansan hace mucho en la
iglesia de La Soledad, en Oaxaca.
En todo caso al cumplirse cien años de su muerte el 2 de julio
comenzó un proceso, digamos, de reivindicación de aquel oaxaqueño que
pasó de héroe a villano, aunque siempre patriota, en el sentido
histórico del término (Patria-padre-patriota); el mismo concepto que
para muchos ahora suena de modé, cursi y ‘chabacano’. Son los tiempos que ya anulan al ‘ancient regime’.
A don Luis González y González, nuestro historiador emblema, le
disgustaba aquello de la “Historia de Bronce”, la que construye héroes
epónimos, a la altura del arte y a los que se les hacen monumentos que
pueblan avenidas, parques y jardines nacionales. Es una historia útil
que enseña que los héroes del pasado fueron almas purísimas, sin pecado
concebidas, alejadas de toda pasión mundana y llenos de virtudes y amor
mexicano.
No se da paso, en esa ‘Historia de Bronce’, al ser humano en
claroscuros, con cornamenta y cola. No se da paso a la ‘Historia
crítica’ que el mismo historiador escrituró como aquella que analiza y
desglosa, para su crítica, hechos y actitudes, personajes y
circunstancias, para darles el tono de verdad humana que merece el
pasado…
Así que estamos en un tris de volcar a Porfirio Díaz en el molde de
la Historia de Bronce y por eso se le encuentran más virtudes que
defectos, más voluntad constructiva que destructiva, más
Modernizador que atrabiliario enemigo de las libertades; más un hombre hecho de Estado que amante del poder a toda costa.
Muerta la Revolución Mexicana por inanición desde el gobierno de
Miguel de la Madrid, buscan espacio, ya, para reivindicar al ‘villano’
que esa misma revolución institucionalizada creo. El monstruo que
representaba las viejas estructuras por las cuales miles de mexicanos
hicieron una revolución, aunque esa revolución terminó por ser agua de
borrajas, como ya se sabe. No importa. Si importa. Y toda revolución
tiene a sus propios héroes y a sus villanos. Díaz fue el favorito de
1911 a 1982; luego fue olvidado y renacido por estos días con el
pretexto de su centenario natal…
¿Fue un héroe? Sí lo fue. En el sentido de luchar por su país y
enfrentar más que con fortaleza militar si por astucia militar al
enemigo nacional ya extranjero o nacional; militar o político. ¿Qué
apaciguó y construyó la modernidad física y económica del nuevo México
después de años de desasosiego y asonadas militares y de luchas por el
poder político? Sí. También. Y más.
Pero también fue el villano de “¡Mátalos en caliente!” (1979); el
del abuso de autoridad, el de la ostentación, el de la contracción de
las libertades sociales, el enemigo de la libertad de expresión, el del
exterminio como forma de control y gobierno; el ‘Tirano Banderas’ de
Blasco Ibáñez; el de la corrupción campante, el de la
‘justa-injusticia’; el de ‘Poca política. Más administración’. Sí. Todo
esto y más.
Así que oficiosos historiadores han decidido que hay que rehabilitar
a Porfirio Díaz vista su parte ilustre y buena. Conservadores
historiadores que no hacen caso a las enseñanzas de nuestros mensajeros
del pasado: “La historia es maestra de la vida” (Cicerón), “El saber
histórico prepara para el gobierno de los estados” (Polibio), “Si los
hombres conocen la historia, la historia no se repetirá” (Brunschvigg)
y hasta “Quienes no recuerdan su pasado, están condenados a repetirlo”.
Fue Díaz un hombre de claroscuros; de aciertos evidentes y errores
fatales. Sesgar su imagen en tiempos revueltos suena más a
reivindicación de errores presentes que históricos. Usar a Clío para
desviar la atención de lo central de nuestros días a lo periférico es
bochornoso y absurdo.
Que Díaz descanse en su lecho histórico. De hecho él ya no existe
para muchos aquí. Aun así, apenas vale su recuerdo para recuperar
aciertos patrióticos, pero para no para permitir que se repitan sus
errores, nunca jamás. Díaz ya no pide nada. Nosotros sí.
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