Los sentimientos de la nación. Cartón de Rocha
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- La influencia de la atrasada cultura política de
Estados Unidos sobre México ha generado distorsiones muy problemáticas
en la esfera política nacional. Al norte del río Bravo los debates se
mantienen estancados en el enfrentamiento histórico entre los
“liberales” terratenientes y los “conservadores” monarquistas propio de
la Inglaterra del siglo XVIII. En lugar de copiar o importar aquellas
visiones, vale la pena inspirarnos en las tradiciones mexicanas y
francesas que han sabido resignificar el concepto de “liberalismo”, así
como articular nuevas visiones para lograr la transformación social.
En Francia tienen perfectamente claro que el
“liberalismo” es hoy una ideología de derecha. Si bien el ejemplo de la
independencia de Estados Unidos en 1776 fue una inspiración para la
Revolución Francesa en 1789, los franceses siempre se han distanciado
de las peligrosas implicaciones del liberalismo clásico de John Locke,
cuyo eje central es la defensa de los derechos de propiedad individual
de los grandes propietarios. Primero Jean Jacques Rousseau, después
Robespierre y más tarde Jean Jaurés articularon una poderosa línea de
pensamiento que recupera la importancia de la lucha de los burgueses en
contra de la monarquía, pero simultáneamente la supera al articular una
visión radical de la soberanía popular y la participación democrática.
En México hemos ido aún más allá que los franceses. La
visión política y las acciones sociales de figuras como Miguel Hidalgo,
José María Morelos, Benito Juárez, Ricardo Flores Magón, Emiliano
Zapata y Lázaro Cárdenas han dejado un legado de liberalismo
revolucionario que sería una verdadera tragedia ignorar o menospreciar.
Durante la Independencia, el 12º artículo de los Sentimientos de la
Nación llamó directamente a aprobar leyes que “moderen la opulencia y
la indigencia”. Unos años antes de que estallara la Revolución, el
programa del Partido Liberal Mexicano enunciaría que, “al triunfar el
Partido Liberal, se confiscarán los bienes de los funcionarios
enriquecidos bajo la Dictadura actual, y lo que se produzca se aplicará
al cumplimiento del capítulo de Tierras –especialmente a restituir a
los yaquis, mayas y otras tribus, comunidades o individuos, los
terrenos de que fueron despojados– y al servicio de la amortización de
la deuda nacional”. Más tarde, la Ley de Expropiación impulsada por
Cárdenas en 1936, y hoy todavía vigente, facultaría al Estado para
lograr directamente la “equitativa distribución de la riqueza acaparada
o monopolizada con ventaja exclusiva de una o varias personas y con
perjuicio de la colectividad en general, o de una clase en particular”.
En México no se trata solamente de defender la soberanía
popular, sino también de desmantelar activamente los aparatos del poder
despótico y de redistribuir las riquezas de los oligarcas y de la
nación entera entre los ciudadanos más humildes. Este espíritu
revolucionario se manifestó con particular fuerza en la Revolución
Mexicana de 1910-1917 y durante el Constituyente de 1916-1917. Ambos
han sido ejemplos mundiales de exitosas conquistas políticas de las
clases populares.
El liberalismo revolucionario mexicano, entonces, no
tiene nada que ver con el liberalismo neoliberal estadunidense. El
primero busca la liberación de los pueblos, y el segundo la
consolidación de un régimen de corrupción y autoritarismo. El primero
es de izquierda y el segundo de derecha.
Ahora bien, si no hubiera sido por las dos guerras
“mundiales” en Europa a principios del siglo XX, lo más probable es que
Francia hubiera caminado en el mismo sentido que México hacia un
sistema constitucional profundamente social e igualitario. Sin embargo,
su desarrollo institucional fue interrumpido por la pérdida de millones
de vidas, la destrucción de su infraestructura, su ocupación por la
Alemania nazi y, finalmente, por la subordinación a los intereses de
Estados Unidos durante el periodo de posguerra.
Francia hoy mantiene un sólido Estado de bienestar y
envidiables instituciones públicas. Sin embargo, la ausencia tanto de
un marco constitucional que tutele más claramente los derechos
sociales, como de partidos políticos vinculados con los movimientos
populares, ha debilitado su capacidad de respuesta frente al embate
neoliberal impulsado desde Alemania e Inglaterra.
Un claro botón de muestra de la debilidad del legado de
la Revolución Francesa en su país de origen ha sido el desempeño del
presidente “socialista” Francois Hollande. Sus supuestos compromisos
con los derechos humanos a nivel internacional y con las clases
populares en Francia han resultado ser aún más vacíos que las promesas
de “cambio” del “liberal” Barack Obama en Estados Unidos. La decisión
de Hollande de convocar a un líder tan corrupto, represor y repudiado
como Enrique Peña Nieto como su invitado de honor para la fiesta
nacional de Francia el próximo 14 de julio pinta de cuerpo entero al
actual presidente francés.
Afortunadamente, la izquierda mexicana no necesita ni de
los liberales estadunidenses ni de los socialistas franceses para
mantenerse firme en su compromiso con la justicia y la transformación
social. Tenemos más que suficientes experiencias históricas y teorías
propias para inspirar la construcción de una innovadora alternativa
política y social que pueda incluso poner el ejemplo al mundo entero.
En este contexto, el importante nuevo estudio sobre la
inaceptable desigualdad en el país redactado por Gerardo Esquivel para
Oxfam-México (disponible aquí: http://ow.ly/OMVPk) constituye una
llamada a despertar. Esta situación de profunda injustica es
precisamente el resultado de la consolidación de la lógica de
(neo)liberalismo estadunidense en México durante las últimas décadas.
Para escapar del callejón sin salida en que nos encontramos hace falta
desandar el camino de las mentiras estadunidenses y enorgullecernos de
la gran tradición política mexicana y latinoamericana de exitosas
luchas populares por la justicia y la democracia.
Twitter: @JohnMAckerman
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