Carlos Bonfil
Fotograma de la cinta de Aarón Fernández
Melancolía de los años verdes. Las horas muertas, segundo largometraje del mexicano Aarón Fernández (Partes usadas,
2007), es una meritoria apuesta por proponer en el cine mexicano algo
que de entrada aborrecen los clonadores de fórmulas del entretenimiento
hollywoodense: la exploración minuciosa de las sensaciones y vivencias
de un personaje, en este caso Sebastián (Krystian Ferrer), un
adolescente que asiste, entre perplejo y divertido, al despertar de su
sexualidad y, de manera para él más confusa aún, a lo que fugazmente
vive como una primera experiencia amorosa.
Esa exploración está hecha
de diversos elementos y detalles que el realizador organiza con
cuidado: una atmósfera sugerente en las desoladas playas de la costa
Esmeralda del estado de Veracruz, un motel de paso que Sebastián debe
atender por encargo de un tío enfermo, o la aparición de Miranda
(Adriana Paz), una corredora inmobiliaria que parece ser el único ser
con vida y apetencias propias en ese continuo tránsito de furtivos
amantes fantasmas.
Miranda intenta preparar al adolescente para las experiencias futuras que azarosamente serán satisfactorias o ingratas, sin que en ningún momento recurra el realizador a las tortuosidades sicológicas ni al tipo de melodrama con escenarios pintorescos que el cine mexicano solía presentar en cintas como Las figuras de arena (Gavaldón, 1969) o Playa azul (Joskowicz, 1991). En Las horas muertas lo que prevalece es la sobriedad narrativa y una fina sensibilidad en la exploración de la conducta adolescente, que es ya sello distintivo de algunos de nuestros mejores cineastas jóvenes.
Cineteca Nacional, sala 1: 12, 16:30 y 21 horas.
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