México
D.F., 27 nov. 13. AmecoPress.- Narrar con talento y coraje los
desastres de la humanidad, dar voz a quienes siempre se les excluye,
contravenir y denunciar las injusticias sociales a través de la
conversión de textos periodísticos y literarios, son las herramientas
que una diáspora de mujeres en el mundo han puesto al servicio del acto
revolucionario de la lectura. Mujeres que en el siglo XX y estos años
del XXI revelan eso que Elías Caneti llama ser escritoras de nuestro
tiempo, rastreadoras del sistema, cronistas indispensables.
La
semana que acaba de terminar nos dan testimonio, nos recuerdan esto que
digo, con una fuerza que otorga esperanza al momento difícil por el que
atraviesa la humanidad. Una viva, crujiente, encarnada con su sonrisa
de niña inocente, lectora de libros y vida insaciable y, hoy, multi
galardonada. Otra, desconocida en nuestro entorno que a los 94 años se
despidió sin haber sido jamás derrotada. Usó la palabra sin descanso.
Hablo de las
dos personajas que cubrieron las noticias de la semana que terminó.
Elenita Poniatowska que recibió el premio Cervantes 2013, calificada
simplemente por esa su capacidad de retrotraernos, con excelente
narrativa, historias que no pueden olvidarse, como la de Jesusa
Palancares en Hasta No Verte, Jesús Mío o El Tren que pasa Primero,
donde están en el centro los trabajadores ferrocarrileros y el contexto
del México y su milagro económico fundado en el trabajo y la
explotación de sus hijas e hijos.
La otra, nada
menos que Doris Lessing, Premio Nobel de literatura 2007, autora de un
libro fundamental sobre la injusticia humana, la discriminación de las
mujeres y el acento iniciativo de una visión no dogmática: El Cuaderno
Dorado (1969) y su larga narrativa que la hizo, hasta el final de su
vida, una rebelde convicta. Lessing sorprendió con su literatura y su
inteligencia indiscutible; describió en sus novelas la desgracia de
nuestro tiempo. Fue contraria a todo dogmatismo y fundamentalismo.
Una princesa
Polaca, la otra inglesa nacida en Irán, la antigua Persia. Una de
origen periodístico que ha sabido tomarle nota a la historia y romper
las fronteras del olvido, la otra según la escritora Marta Sanz, sacó a
la luz los choques de clase, género y cultura, buscando un territorio
común. Ambas en la primera plana diario El País, reconocidas y
actuantes.
De Doris
Lessing en México y entre los exégetas de la literatura, ni una línea.
Doris nació en Persia en 1919, y vivió en Rodesia. Murió el 17 de
noviembre pasado. Autora de un libro emblemático, El Cuaderno Dorado
que la hizo universal, generadora de una producción literaria
comprometida con la vida sin el temor al rechazo, opositora permanente
al apartheid y la segregación racial en Rodesia, quien hasta el último
suspiro, no pudo callar. Tiene un relato conmovedor, desconocido en
castellano, titulado Por que un niño negro de Zimbabus robó un manual
de física superior. Fue la autora del reportaje African Laughter, fue
perseguida, prohibida.
En los años
70, mientras Elenita en México con Jesusa Palancares nos mostró a esas
mujeres del pueblo, sus haceres y sus búsquedas, armando la crónica de
su tiempo, inclusiva y persistente, con esos oídos magníficos que da el
oficio periodístico, empezaba a estremecernos, Doris era leída
profusamente por las nuevas feministas, por su capacidad de mirar y
narrar con un lenguaje revolucionario, las diferencias entre hombres y
mujeres, en medio de las injusticias sociales del sistema capitalista y
excluyente.
Doris fue
capaz en sus novelas de prefigurar el horizonte de la solidaridad entre
mujeres; ella como Simone de Beauvoir nos narró y puso en claro
reflexiones sobre la repugnancia que sentimos sobre los estragos de la
edad, al final de su vida nos dejó aleccionadoras reflexiones sobre el
drama de la desigualdad, buscando con urgencia que en la sociedad nadie
sienta la culpa del verdugo ni la debilidad despótica de la víctima,
como escribió de ella Marta Sanz en la edición del 18 de noviembre de
El País.
Dos enormes
narradoras, cronistas, periodistas, novelistas, escritoras de su tiempo
que como en espejo nos devuelven con su trabajo, esa necesaria,
urgente, fundamental necesidad de lectura, de reflexión, de apropiación
de la palabra que sin lucha de sexos se ha entregado a millones de
personas para no olvidar el halo fundamental que es la vida sin dejar
de mirar al otro, a la otra, a los otros, en cada tramo de la historia.
De Elena, la
escritora Rosa Beltrán afirma que su obra se convirtió ya en un
referente indispensable para la cultura en México, pasando de la
oralidad a la transtextualidad, con hechos antes que términos nacidos
de su obra mucho antes de que pasaran como términos de la academia. No
podemos dejar de decir lo que aquí en México nadie señaló: Elena
documentó el abuso de niñas violadas y damnificados por el terremoto de
1985.
Y algo más,
como escribió Juan Villoro, Elena se adiestró con el oído en el
periodismo. Hace unas semanas, como siempre, la vi tomar nota en un
pequeño cuaderno, respirar abundante con lo que la inspira, retratar lo
que veía, la encontré siempre reportera sin descanso. Me la encontré en
un homenaje a Laura Bonaparte, tras su muerte. Y sí, en efecto Elenita
es maestra en desarrollar, una empatía fundante con sus informadores:
se diría los hechos antes que los adjetivos, tal cual exige ese
periodismo, esa escritura, esa narrativa de la nota a la novela, que
encarna realidades.
Y Doris, nos
legó entre muchos textos uno abrazador y dignificante que Seis Barral
le publicó en 1962: La Costumbre de Amar un conjunto de 17 relatos que
recrean la vida común, con una veracidad sin tapujos, de lo que somos
hombres y mujeres; del paso del tiempo, sobre las pequeñas miserias,
como escribe y describe sobre ese texto José María Guelbenzu.
Dos ejemplos
de lo que la narrativa ligada a nuestro tiempo, de la misma manera como
lo hizo Elena Garro y Rosario Castellanos, son legados para fortalecer
nuestro espíritu, en épocas donde la vulgaridad de la lucha por el
poder, de las mentiras y simulaciones, podrían estrangularnos de no
variar nuestra mirada y no acoger lo humano verdadero que puede
salvarnos en estos tiempos de desazón y desesperanza.
Con ellas me quedo. A leerla voy.
Foto: Archivo AmecoPress.
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