Chirapaq
Adital
Por Tarcila Rivera Zea*
Revertir las condiciones de pobreza y exclusión en las que viven las
mujeres indígenas
es el mejor modo de erradicar la violencia.
Presión sobre territorios indígenas empuja a las mujeres a migrar a las urbes
en donde son víctimas de explotación laboral y sexual.
Foto: Luiz Vasconcelos.
Recientemente el Perú fue sede de la Conferencia Global de Mujeres Indígenas, que reunió
a lideresas de África, el Pacífico, Europa, Asia, América Latina, Norteamérica
y Rusia. En una sola voz, las indígenas del mundo entero nos pronunciamos en
contra de toda forma de violencia, venga de donde venga, y de cualquier modo en
que se manifieste.
Estamos en contra de la agresión a nuestros cuerpos, originada en la
violencia doméstica, el abuso sexual, prácticas como la ablación y la forma más
extrema de violencia, el feminicidio. Sin embargo, para las mujeres indígenas,
la violencia se expresa en múltiples formas que, hasta hoy, son invisibles para los demás.
Vivimos en países que no reconocen nuestra existencia y no asumen
nuestra protección. No contamos con posibilidades de acceder a una educación de
calidad y tener autonomía económica. Y tampoco somos conscientes de las
obligaciones que nuestros Estados tienen para con nosotras. Consideramos que
esta situación de completa vulnerabilidad, en las que nos vemos sumergidas, es
una forma más de violencia.
Para las mujeres indígenas existe además una forma de violencia tan o
más perniciosa, aquella que se realiza contra la naturaleza. Mientras que las
mujeres Inuit de Groenlandia ven como el crecimiento de las aguas hace
desaparecer sus comunidades, como consecuencia del cambio climático, las
indígenas Quechua de Perú se enfrentan a empresas mineras por la defensa del
agua.
Cada día esta presión empuja a las mujeres indígenas fuera de sus
comunidades, hacia las urbes, en donde son víctimas de explotación laboral y
sexual. Desaparecen así las guardianas de estos territorios y con ellas su
conocimiento ancestral, que asegura la biodiversidad en el mundo y que pueden
ser la respuesta para enfrentar los embates del cambio climático.
Nuestra propia experiencia nos ha demostrado que no lograremos erradicar
la violencia solamente atacando los efectos.
El Perú es el segundo país con mayor población de mujeres indígenas en
América Latina, con alrededor de 3.2 millones. De acuerdo a un estudio del
Banco Mundial en este país, el 60% de las mujeres victimas de violencia tienen
mayor probabilidad de perder a su hijo antes del término del embarazo, el 21.3%
de sufrir complicaciones durante el parto y el 19.6% de contraer alguna
enfermedad de transmisión sexual. Más de la mitad de estas mujeres se
encuentran en zonas rurales.
La violencia contra la mujer tiene consecuencias también en su salud y
el bienestar de sus hijos, y estos costos son asumidos por todos los
ciudadanos. Según Programa para el Desarrollo de la ONU – Pnud , tan solo en
América Latina, invertimos el 2% del PIB en paliar las consecuencias de la
violencia. En el Perú, el Estado gasta un promedio de 36 millones de soles (alrededor
de 12 millones de dólares) en programas sociales que atenúan, mas no
desaparecen el problema.
Una mujer indígena que accede a una educación de calidad tiene mayores
probabilidades de salir de la pobreza, convirtiéndose en parte de la fuerza
productiva de nuestros países, asegurando además el manejo sostenible de sus
recursos.
Al celebrarse el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia
contra la Mujer pedimos a aquellos que tienen en su poder el contribuir en la
erradicación de este problema a actuar de forma inmediata. Las mujeres
indígenas requerimos programas sostenibles que conduzcan al cambio de esa
realidad. El tomar la decisión de invertir en nosotras no es solo una deuda
moral, sino un modo de potenciar el desarrollo de nuestros países.
[* Tarcila Rivera Zea es una de las más reconocidas activistas indígenas
en el Perú y el mundo. Entre sus logros destacan la fundación del Enlace
Continental de Mujeres Indígenas de las Américas ECMIA y el Foro Internacional
de Mujeres Indígenas FIMI. Es presidenta de CHIRAPAQ, Centro de Culturas
Indígenas del Perú, asociación dedicada a la afirmación de la identidad
cultural y el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígena].
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