Lydia Cacho
Esta semana, como dicen las norteñas, vámonos enterando de quiénes son las madres de la Revolución. Vamos mirando a nuestro alrededor, escuchando y admirando a las que han hecho mucho por la patria y por las mujeres. Mi abuela decía que hay que mirar atrás para entender que sin las mujeres no habría patria.
Podemos decir que les debemos buena parte de la emancipación de las mujeres a nuestras antepasadas revolucionarias, maestras, empleadas, obreras, monjas, estudiantes y campesinas; porque cuando se inició la lucha armada en la Revolución Mexicana —e incluso en los albores de este movimiento— ya las mujeres se habían convertido en protagonistas (aunque a algunos historiadores se les olvide, incluyendo a quienes escriben textos en Wikipedia).
Las mujeres revolucionarias pusieron el corazón en la contienda, plasmaron su voz en los primeros periódicos y revistas femeninos, vistieron con enaguas a la palabra patria, se cultivaron y fueron tocando la puerta de otras mujeres invitándolas a participar en la lucha. Ellas fueron co-creadoras de la prensa clandestina, del movimiento anti-reeleccionista. En 1884 Laureana Wright creó Violetas del Anáhuac, la primera revista feminista mexicana. Luego Juana Belén fundó Vésper combatiendo la dictadura de Porfirio Díaz. Julia Sánchez lanzó El Látigo Justiciero, donde criticaban ferozmente la oligarquía reinante en México. También las mujeres, otrora amas de casa que sabían bordar punto de cruz, tocar el piano y hacer moles de todos los colores, además de leer, escribir e incluso hablar otros idiomas, se convirtieron en las intelectuales, demostraron que la mujer busca su desarrollo, su libertad, su autonomía y es corresposable del porvenir de su país.
La mujer no fue solo soldadera que cargaba las cananas y guisaba para los soldados, aunque vergonzosamente eso enseñen en las escuelas del país. Fueron miles quienes empuñaron las armas, al frente de batallones de soldados y guerrilleros, derrotando hasta al ejercito federal de Porfirio Díaz y de Victoriano Huerta. Fueron miles también quienes empuñaron las plumas para escribir y las que organizaron círculos de mujeres para pensar en una revolución incluyente y efectiva. Cómo olvidar a Elena Arizmendi y Leonor Villegas de Magnón las fundadoras de la Cruz Blanca Constitucionalista, con las enfermeras que estaban al frente de la batalla curando heridos y participando de la guerra como informantes y para encontrar a los hijos desparecidos de familias desesperadas. La historia de Leonor fue genialmente novelada por Mónica Lavín en su libro Las rebeldes (ed. Grijalbo 2011).
Y las trabajadoras de Río Blanco, parte fundamental del movimiento obrero mexicano, que junto con las participantes del Club Femenil Antirreeleccionista Hijas de Cuahutemoc, las hermanas Serdán, cambiaron la geografía política del país. Y Josefa Espejo, la esposa de Emiliano Zapata que jugó un papel relevante en sus estrategias y en la seguridad del héroe nacional (aunque casi nadie lo sepa, ella fue indispensable en la fortaleza de Zapata).
Estaba también Rosa Bobadilla, La Coronela quien fue líder de la Liga de Comunidades Agrarias; además de librar 169 batallas con su carabina 30-30 Rosa, por haber quedado viuda y perder a sus dos hijos en la batalla, se dedicó a dar asilo a las viudas de la revolución y presionó para que los hijos e hijas de las viudas jóvenes aprendieran a leer y escribir en Morelos de donde es oriunda y donde murió ya de anciana.
También se quitaron el mandil y salieron de la cocina las Constitucionalistas Aguerridas, y las Socialistas del Sureste: Elvia Carrillo Puerto, Consuelo Zavala, Rosa Torres y Beatriz Peniche, por cierto primera regidora del Ayuntamiento de Mérida, Yucatán. Todas ellas mujeres comunes de todas las clases sociales, que descubrieron la libertad de expresión y lucharon porque sus hijas tuvieran una patria sana y respetuosa de la condición femenina.
A pesar de la guerra las mujeres siguieron participando en la cultura, produciendo obras literarias, musicales y teatrales, sobre todo en un contexto revolucionario nacionalista y popular, como Guadalupe Rivas Cacho, iniciadora de la revista de sátira política en nuestro país (digamos que la precursora de las actuales Reinas chulas), junto a Guadalupe estaban otras creadoras del teatro político, como Celia Montalván y Rosa Navarro, quienes a pesar del riesgo hacían montajes de sátira política en los que hablaban del machismo, la desigualdad, los abusos del poder y el clasismo en México.
Esas revolucionarias de gran fortaleza, inteligencia y valentía dejaron un legado para la libertad de expresión. Por ellas hoy en día las mujeres podemos hacer periodismo, participar en la vida política e intelectual. Esa es la revolución silenciada en los medios en esta semana de festejos.
@lydiacachosi
Periodista
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