Colectivo La digna voz
Es
un fracaso la actualidad de la llamada izquierda. Y aunque preferiría
moderar el uso de la expresión “izquierda” (sabedor de la caducidad de
la antinomia izquierda-derecha en la arena partidista), acá se va a
utilizar sólo con fines prácticos e ilustrativos, para denotar lo que
corrientemente se entiende como “oposición”. Ahora, aquí el problema
semántico se convierte en problema político-teórico, precisamente
cuando uno se pregunta: ¿qué es oposición?, o bien, ¿qué
características o idearios debe representar la oposición? Basta de
responder sin brújula a la pregunta leninista ¿qué hacer? Dada la
crisis de la izquierda, o la aventura desorientada de la oposición,
vale la pena responder a estas interrogantes cruciales para el
desarrollo de la lucha política venidera. Vale decir: meditar antes que
actuar.
Puedo escuchar las feroces críticas de los prosélitos del credo
de la “acción”. Y a modo de replica, recuérdoles las palabras de
Horkheimer, el filósofo de Frankfurt: “La acción por la acción no es de
ningún modo superior al pensar por el pensar, sino que éste más bien la
supera”; porque la ausencia de teoría, añade Adela Cortina, “deja al
hombre inerme ante la violencia”. Cabe matizar, no obstante, la
observación de Adela: el problema en el fondo no es la indefensión ante
la violencia, sino la falta de un horizonte teórico para fundar otra
violencia. Explícome (para evitar que me acusen de promotor de la
violencia bruta): Todo orden entraña violencia –gobierno, reglamentos
jurídicos, miscelánea de mecanismos para la conservación de un sistema
etc.–; la cuestión radica en distinguir entre una violencia que
conserva el orden, y una violencia que transforma –transgrede– tal
orden.
Cabe advertir que cierta violencia puede adoptar una forma
radicalmente pacífica (allí está la figura de Gandhi), que acaso nos
parece la más pertinente para confrontar un sistema donde la política
es la continuación de la guerra, y no a la inversa como equivocadamente
infería el alemán Carl von Clausewitz. Nuestro diagnóstico es el
siguiente: la violencia conservadora, esto es, la violencia orientada a
la preservación-consolidación del orden establecido, cosecha logros
aquí y allá, con relativa desenvoltura. Entre tanto, la violencia
transformacional atraviesa una de sus crisis históricas más agudas.
Aunque la confusión puede tratarse como un síntoma positivo, o
deseable, es preciso, si la “oposición” no ha de perecer, traducir esta
confusión en una propuesta que redunde en autenticidad transgresora. Y
en la crisis, que no en la confusión, es a donde situamos a los
partidos de “izquierda” en México: PRD, Morena, y anexos. Insistimos:
no en la confusión, pues muchos de sus militantes parecen tener
perfectamente claro su afán de servir a los poderes constituidos. Estos
partidos representan, más bien, el epítome de la crisis de la
“oposición”. A falta de horizontes, la izquierda partidaria se sostiene
como “alternativa”, aunque sólo imaginariamente, canalizando toda la
vitalidad transformadora de una sociedad, a la manera de un embudo,
hacia escenarios donde el poder ejerce un dominio total.
Ceñidos al
tablero dual de la representación política multipartidaria y los
confines de la economía capitalista, la “izquierda” en el presente es
incapaz de articular un discurso radicalmente incompatible con las
coordenadas del orden material y simbólico actual. (¡No basta con
oponerse a neoliberalismo!). Su “visión y misión” (adviértase el tono
peyorativo), está enquistada en las perspectivas de “lo posible”. Si la
crisis y confusión ha de sortearse, es hora de que articular e imaginar
“lo imposible”: esto es, de construir una auténtica alternativa al
sistema, que no existe en la arena política formal o institucional.
Tan
sólo figura en los márgenes de la institucionalidad. Y en todo caso es
allí donde debiera mirarse si algún día la “izquierda” formal ha de
cultivar un triunfo siquiera minúsculo. Aunque no pocos se ofendan,
vale decir que las múltiples cepas “izquierdistas” que actualmente
cohabitan en las pantanosas ciénagas de la política oficial sólo sirven
al poder, a su reproducción, legitimación e indiscutible éxito. Es
preciso concertar las nupcias de la violencia transgresora
(preferentemente pacífica) con un discurso libertario que reclame “lo
imposible”.
La semana anterior se planteó una primera pista
prescriptiva, cuyo propósito era conminar a la reflexión, a pensar
teóricamente: “En las disputas públicas entre partidos o facciones, los
unos suelen responsabilizar a los otros de los desastres. Pero el
problema real, que a menudo se ignora, radica en esa categoría
conceptual que a izquierdos o derechos o híbridos acomodaticios les
produce indigestión: se llama guerra de clases.
Esta guerra a veces
atraviesa periodos “fríos” de relativo armisticio, y a veces de alto
impacto, de conflagración abierta y sin telones decorativos. El
neoliberalismo es una violenta estrategia política para la restauración
del poder de clase, que imperiosamente recrudece la guerra… A nuestro
juicio, y basándonos en la virulencia de los atracos y la
militarización de la vida pública, México está atravesando la segunda
modalidad de guerra. Para trazar una propuesta política alternativa, es
preciso realizar un diagnóstico franco, desinhibido, certero. Y si
admitimos que el conflicto no es entre ideologías o fracciones
partidarias, sólo resta promover el paso a la acción e involucramiento
en este conflicto con absoluta conciencia de la situación concreta: la
intensificación de la lucha de clases en México”
Eduardo Galeano insiste en la importancia de la articulación de un
horizonte de “lo imposible”, tan obstinadamente ignorado por la
izquierda que no es oposición, o por la oposición que no es izquierda:
“Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez
pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve
para caminar”.
Recordatorio a Morena, al infame PRD y consortes: mucho ayuda el que no estorba.
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