11/19/2013

Novela y política



 
Alberto Aziz Nassif

Ya sabemos que la literatura tiene la capacidad de adelantarse al análisis social. Hay que renunciar a la tentación de ser profetas sociales decía un gran sociólogo. Ahora sabemos que muchos de los grandes hechos históricos han sido sorpresa para la economía o la ciencia política, como la caída del Muro de Berlín, pero no para la literatura y el cine que presagian el futuro. Algo similar sucede con la novela. Es el caso del reciente libro de Jorge Zepeda Patterson, Los corruptores, sobre el regreso del PRI a la Presidencia.

El autor ha dicho que hay información que no se puede decir mediante el periodismo. El recurso de decir algo por otros medios a los convencionales ha sido usado con mucho éxito por algunos autores. Uno de los más emblemáticos es Umberto Eco, que en lugar de hacer un tratado de semiótica sobre las bibliotecas de los monasterios europeos en la edad media, hizo una gran novela, El nombre de la rosa. El género policiaco y el thriller ayudan a decir lo que en prensa sería complicado probar. Sin embargo, la cercanía entre periodismo y novela política es tan fuerte que Los corruptores es como una película sobre filmar una película, un recurso usado en el cine.

¿Dónde termina la realidad y empieza la ficción? La novela se ubica en el momento actual y reconstruye un pentagrama de los poderes, medios y clase política. Los personajes son ficción y cada lector puede recrear similitudes y diferencias con actores de la política del país. La libertad de novelar los juegos de poder es seductora y el ritmo permite una narrativa vertiginosa. Todo sucede en tres semanas.

El fondo del argumento gira en torno a una pregunta: ¿qué va a pasar con el regreso del PRI a Los Pinos? El debate entre los personajes, que representan a la nueva autoridad, la oposición y el periodismo, presenta un panorama que ya se conoce parcialmente o se intuye. Sin embargo, los presagios y las primeras acciones corren de forma paralela con la trama de la novela. Desde el 1 de diciembre de 2012 sabemos —como afirma un personaje de la novela— que se inició un reacomodo de los “factores de poder, los monopolios, los medios de comunicación y hasta el crimen organizado (que) están regresando al redil dictado por el presidencialismo, no porque vayan a desaparecer o a debilitarse, sino porque van a acomodarse con el nuevo amo” (p. 102). La pregunta sobre cómo se da la reconfiguración del presidencialismo es un tema importante: desde que llegó la alternancia, la presidencia se convirtió en minoritaria y el gobierno perdió la mayoría.

La agenda de reformas en curso es otra de las preocupaciones. Una de las protagonistas de la novela, dirigente de un partido de izquierda le dice al secretario de Gobernación: “-Estoy preocupada por la letra chica de las reformas que preparan, licenciado Salazar. En apariencia son democráticas y a favor de la sociedad, aunque en la práctica muchas de ellas constituyen un paso atrás. Consejos ciudadanos para esto y para aquello, pero siempre asegurándose de que las cabezas sean designadas por ustedes” (p. 255). Lo que pasa con el IFE, IFAI y el reciente Ifetel, ¿será mera una coincidencia?

El presidencialismo es una preocupación, pero lo más relevante es el reacomodo del poder. Hay una ambigüedad sobre la apuesta del gobierno del PRI, porque no sabemos cuál será el resultado: entre un proyecto de recuperación de capacidades regulatorias del Estado o sólo reacomodo con los intereses dominantes. Esa tensión animará el seguimiento de lo que pase en el país en próximos días y meses.

En otro diálogo del titular de Gobernación con otro protagonista, un periodista independiente, dice que el nuevo presidente no “es Putin ni Berlusconi” y el periodista responde: “Yo no sé si Prida (el presidente) es buena o mala persona, lo que sí sé es que si logra una sociedad más participativa será mejor presidente”. La respuesta del secretario es: “una sociedad más participativa no hace al país más eficiente. La democracia está sobrevalorada” (p. 332).

Más adelante otro de los protagonistas afirma que el gobierno “no puede detener a los cárteles” (p. 414). Hasta ahora no sabemos si este gobierno podrá regular a las televisoras; si tendrá interés real en combatir la corrupción; si le interese una sociedad más participativa o sólo que vote cada tres años. Lo que sí sabemos es que la realidad novelada de Los corruptores es un libro que se lee de una sentada…
Investigador del CIESAS

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