Juan Arturo Brennan
Sabiéndolo acomodar. Y cuando digo
todo, no creo estar exagerando. La prueba más reciente de que el jazz es, en efecto, una expresión musical all inclusive, la tuve hace unos días durante el notable concierto del cuarteto del baterista Matt Wilson en la Sala Telefónica de la SACM. En una de las piezas interpretadas esa noche, quizá la más extensa y compleja de la sesión, fue posible percibir alternativamente la presencia de música apta para el belly dancing, los sinuosos trazos melódicos de la música klezmer, acentos centroeuropeos que remiten por igual a la música de los tarafs o a la banda de Goran Bregovic, y para darle sabor al caldo, un toque de bossa nova.
Para esta presentación, el grupo de Wilson fue completado por Chris Lightcap en contrabajo, Kirk Knuffke en cornet y
Jeff Lederer en saxofón tenor y clarinete. Me pregunto retóricamente:
¿qué tan usual es encontrar a un grupo de jazz sin piano, anclado por
un baterista, y formado solo por músicos blancos?
Para abrir la sesión, el cuarteto de Matt Wilson se encargó de
calentar el foro con una extrovertida e hiperactiva pieza caracterizada
por energéticas descargas atonales, con una buena dosis de lo
aleatorio, y con una clara intencionalidad hacia el uso de los rangos
extremos de los instrumentos.
A lo largo del resto de la sesión, el grupo dio más muestras del
amplísimo rango que puede cubrirse en una tocada de jazz, proponiendo
un set de rolas en el que estuvieron incluidos tanto
Duke Ellington como Beyoncé Knowles y Yusef Lateef, pasando por varias
piezas originales de Matt Wilson. Por cierto, resulta que el
extrovertido e hiperkinético baterista parece haber sido enviado
directamente desde los años 50 por los encargados de Central Casting,
con todo y un cierto aire a Dave Brubeck.
Durante el programa, Wilson y sus colaboradores siguieron dando
muestras de diversidad sonora, al proponer desde algunas piezas de alto
contenido calórico sustentadas en la batería ricamente desaforada de
Wilson, hasta tiernas y contemplativas serenatas. Todo ello sazonado
con una saludable cuota de experimentalismo que incluyó, entre otras
cosas, un clarinete mocho despojado de una parte sustancial de su
tubería, varios juegos de campanitas de plástico, y la sutil inclusión
de las voces de los músicos en la última pieza de la noche.
Entre
toda esta música expertamente tocada por Wilson, Lightcap, Knuffke y
Lederer, me causó especial impresión una pieza en la que el contrabajo
y la batería se disparan hacia su destino a una velocidad endemoniada,
mientras que el cornet y el saxofón discurren de manera somnolienta y
parsimoniosa; el contraste resultó muy llamativo, sobre todo debido al
control ejercido por ambos pares de instrumentistas y al buen ensamble
de ambas líneas de conducta. Y del control al descontrol: simplemente
no hay manera de que nuestro público, ante ninguna manifestación
musical, pueda palmear, zapatear o chasquear los dedos con un mínimo
decoro en cuanto al sentido del ritmo. Pareciera que somos una nación
patológicamente arrítmica; ¿será culpa de los vagoneros del Metro, o
hay causas más profundas?
Dato organológico extra: algunos de los asistentes al concierto de
esa noche, interesados particularmente en el instrumental, no pudimos
dejar de fijarnos en el soberbio e inusual cornet de Kirk
Knuffke, que al parecer causó envidia a más de un trompetista presente.
Gracias a uno de ellos, Eugenio Elías, quien promueve y organiza este
ciclo, me enteré de que se trata de un cornet fabricado a
mano por la casa Monette, creadora de lo más exclusivo y sofisticado en
materia de trompetas y boquillas. De ello puede dar cuenta, por
ejemplo, Wynton Marsalis.
El ciclo 2013 de NY Jazz All Stars concluye el 30 de noviembre, en
la misma sala de conciertos, con el grupo comandado por Ali Jackson,
asiduo colaborador de Marsalis y actual baterista de la Orquesta de
Jazz del Lincoln Center. Es probable que para esa fecha se anuncie ya
la programación jazzística para 2014. Ojala así sea.
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