5/27/2014

El mal uso del dinero público


El intenso debate acerca del todavía vigente “haber de retiro” que el Congreso de la Unión aprobó para los magistrados de la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, en realidad no fue más que una especie de catarsis colectiva por el hartazgo que millones de ciudadanos sentimos por el abuso y el dispendio con el que se utilizan los dineros públicos.


Como dice la sabiduría popular, es muy fácil gastarse el dinero cuando es ajeno, pero en México nuestros políticos han llevado esa máxima a niveles insospechados e insostenibles que nos llenan de vergüenza.
¿Qué tipo de reacción puede tener un profesionista que apenas llega a la quincena con su sueldo, que carga con una hipoteca, que está pagando a duras penas la escuela de sus hijos y que ahorra en todo lo que puede, cuando se da cuenta que a unos funcionarios públicos que tienen ingresos de más de 4 millones de pesos anuales, que reciben aguinaldos de casi 400 mil pesos y bonos por “riesgo profesional” de casi 800 mil pesos anuales, les acaban de autorizar la posibilidad de que ellos mismos se asignen una pensión que puede tener carácter vitalicio?

Es normal, comprensible y justificable la explosión de ira y descontento que pudimos atestiguar frente al despropósito incluido en el artículo 209 la Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, reformada en el contexto de la expedición de las leyes relativas a la reforma político-electoral.

Pero esa misma ira y ese enfado deberían mantenerse para ver de qué manera el Estado se gasta el dinero que pagamos de impuestos y cómo podemos hacer para seguir exigiendo que se rindan cuentas de una forma más efectiva. Basta con mirar la manera en que se compran medicinas, se construyen carreteras o aeropuertos, se gestiona la nómina magisterial o se hacen las contrataciones en Pemex para identificar enormes despilfarros de dinero público. Por no hablar de la enorme corrupción que existe en algunos gobiernos estatales y municipales, que son tomados como verdaderos botines de guerra por los funcionarios que allí se desempeñan.

Deberíamos utilizar la potencia de las nuevas tecnologías para ir construyendo perfiles de gasto público que nos permitan identificar esos abusos. Podríamos comenzar pidiendo información sobre el costo que tiene en México construir un kilómetro de carretera (o repararlo, da lo mismo) y comparar ese costo con lo que se gasta en otros países en algo semejante. Lo mismo se podría hacer con el costo de nuestras escuelas o universidades, con el costo de nuestros monumentos (con la infame Estela de Luz a la cabeza, desde luego), con lo que invertimos en educación en comparación con los resultados que obtenemos y un largo etcétera. Solamente se puede mejorar aquello que se puede medir; y en materia de gasto público todavía tenemos mediciones que son muy incipientes.

En los últimos años, a la luz del marcado pluralismo informativo que tenemos en el país, han aflorado una buena cantidad de abusos en el ejercicio del dinero público. Los minuciosos informes que año tras año presenta la Auditoría Superior de la Federación los documenta con extrema y muy pedagógica minuciosidad. Pero cuando salen al debate público generan una ola que pronto se apaga y que a las pocas horas o días se sustituye por el siguiente tema de interés. Hemos tenido una opinión pública que ha dejado pasar muchos escándalos y que ha sido poco sólida al momento de exigir rendición de cuentas y sanciones para los responsables.

¿No es momento de cambiar ese patrón de conducta? ¿No es momento de revisar las millonarias pensiones de las que se habla poco o nada y el resto de gastos superfluos de nuestros gobernantes? ¿No sería bueno que entre todos le pongamos la lupa a nuestros presupuestos gubernamentales para evitar fugas, sobrecostos, contratos simulados, aviadores en cargos públicos y un largo etcétera? De nosotros depende.

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