5/31/2014

Ser mujer, indígena, campesina y luchadora en un continente machista


Desde las kuna de Panamá, hasta las mixtecas de la frontera México-Estados Unidos, las mujeres indígenas y rurales luchan contra “ellos”–las empresas transnacionales, los gobiernos con sus planes de “desarrollo” respaldados por policías y militares.

Laura Carlsen


Managua, Nicaragua. “Nosotras estamos en territorios estratégicos, estamos viviendo en territorios que no sólo generan vida, sino que también están siendo codiciados. Ellos están luchando por estos territorios, pero nosotras también estamos luchando”. Lolita Chavez Ixcaquic, líder maya k’iche’, educadora y defensora de derechos humanos en Guatemala, resume así el desafío principal que enfrentan las mujeres indígenas y rurales en Mesoamérica hoy. Está hablando a unas 30 mujeres líderes de la región, reunidas en la Escuela Alquimia Feminista, en Managua, en un encuentro celebrado del 12 al 19 de mayo.
Desde las kuna de Panamá, hasta las mixtecas de la frontera México-Estados Unidos, las mujeres indígenas y rurales luchan contra “ellos”–las empresas transnacionales, los gobiernos con sus planes de “desarrollo” respaldados por policías y militares, los invasores, los grupos paramilitares y criminales.
Y simultáneamente luchan contra la discriminación y la opresión patriarcal en sus propias comunidades, organizaciones y familias. Reportan que la suya es una labor ardua y lleno de peligro, pero se nota por la alegría y energía que traen al encuentro que a la vez es una lucha marcada por la esperanza y el amor, y por el gusto de trabajar con mujeres que han sufrido experiencias similares y que comparten sus visiones de una vida mejor.
Aunque vienen de organizaciones que trabajan sobre temas que abarcan los derechos de las mujeres, la representación política, y los derechos colectivos de los pueblos indígenas, la cuestión de defensa de la tierra y territorios siempre está presente. Por un lado porque las amenazas se agudizan día tras día. Claudia Ángel, zapoteca de México, explica la manera en que el proceso actual de despojo impacta en sus comunidades. “Para los pueblos indígenas es muy fuerte que no tengamos tierras. Porque la tierra es la base de nuestro sustento, de nuestra vida– no sólo de la alimentación, sino incluso de la vivienda. Es muy cruel no tener tierra.”
Y, por otro, porque la tierra no es en “tema” para ellas. Es la vida misma, y el centro de su cosmovisión. Como dice Jessica Muller, miskita de Nicaragua, “trabajamos por la reivindicación de los derechos humanos de mujeres y niños y por los derechos de la madre tierra”.
Enfrentando a los megaproyectos, en defensa de la tierra y territorios
Al compartir sus luchas, se observa una etapa de “re-colonialización” en sus países con la llegada de las transnacionales tras los recursos naturales, explica Emérita Sánchez, de Panamá. Emérita es una reina de verdad, del pueblo Naso Tjer Di, uno de los pocos pueblos indígenas del continente con una monarquía tradicional. Para ellos la historia es la guía para el futuro, y para un presente en que ven la repetición de las prácticas coloniales que sufrieron sus ancestros.
Emérita cuenta la historia de que cuando llegaron los españoles a su tierra e intercambiaron el oro de los indígenas por un espejo:
“El señor (naso) llevaba el espejo a la casa y dijo ‘mira, me regalaron eso, es nuevo’. Y la mujer lo queda viendo y dice ‘O, es una mujer–¡otra mujer!’ y era ella misma,” dice, entre risas. Continúa: “entonces son las cosas que nos cuentan nuestros abuelos que con eso robaron nuestro oro, y cuando se dieron cuenta que teníamos mucho oro, empezaron a matarnos, nos terminaron. Y hoy siento que es lo mismo. Nuestros ríos, nuestros recursos–todo lo que nosotros tenemos, nos van a matar por eso. Ahora, en otra forma…”
En su pueblo han instalado la hidroeléctrica del Teribe en los ríos Bonyic y Teribe, bajo el rey anterior, ahora acusado de ser cómplice de la empresa. Aunque no pueden quitar la planta, el pueblo recientemente logró renegociar el acuerdo con la Empresa Pública Medellín para lograr beneficios para sus 12 comunidades. Decidieron no permitir la entrada de ninguna otra hidroeléctrica en su territorio, debido a la afectación al rio y el agua. Han pedido el reconocimiento de una Comarca Naso-Teribe por el gobierno panameño.
Las hidroeléctricas, promovidas bajo el Proyecto Mesoamérica y financiadas por los bancos internacionales y gobiernos nacionales, son unas de las amenazas más fuertes.
En El Salvador, las mujeres están luchando también por el derecho al agua, en este caso contra la contaminación y la privatización de áreas urbanas. Alejandra de la Asociación de la Mujer Salvadoreña, narra la lucha en defensa del agua, y contra la instalación de una fábrica de baterías Record en San Salvador “porque iba a traer plomo a nuestra agua”, como habían documentado en otros casos.
“Hicimos marchas, mandamos proclamas, y se hizo una concientización. Y lo que se logró es que se consensuaran con la misma gente de allí”. Como resultado de la movilización, se detuvo el proyecto.
“Pero se van a ir a otro lado,” avisa Alejandra. “Entonces así está la lucha– para que todos estén conscientes de que vienen estas empresas a robar a nuestros recursos y dañar el medio ambiente y matar a nuestra gente, porque ellos son grandes pero ¿a costo de qué? A costo de nuestra salud y la vida propia de nosotros.”
Todos los países representados–particularmente México, Guatemala. El Salvador y Nicaragua–están frente una embestida de la minería. Ana Sandoval, una joven que lucha contra el proyecto de minería Progreso VII en La Puya, Guatemala, dice que la lucha empezó sin tener ninguna información sobre el proyecto, hasta llegar a un consenso contra la mina, que “nunca contó con el consentimiento de la comunidad”. Hasta la fecha, organizan rondas 24 horas al día para no permitir la entrada del equipo de la empresa.
El movimiento de La Puya tiene un firme compromiso con la no-violencia. En este contexto, el liderazgo de las mujeres es una garantía. Ana dice que aunque los turnos son principalmente de hombres, “en el momento que hay algo, somos las mujeres las que estamos al frente. Los hombres al principio decían ‘cómo es que las mujeres van a estar ahí , nosotros también. Pero ellos han logrado ver que una mujer puede resistir más que un hombre, porque el hombre por naturaleza es más violento y la resistencia de nosotros es pacífica, cero violencia”. Estas mujeres se exponen a grandes riesgos en defensa de su comunidad.
Últimamente, la resistencia de La Puya enfrenta una de las tácticas comunes entre los gobiernos de la región: la criminalización. Con varios participantes detenidos, han tenido que gastar mucho tiempo y recursos en la defensa legal.
Megaproyectos eólicos y de cultivo de piña y palma africana, son otras de las principales amenazas a sus comunidades y culturas. Graciela Arias, kuna de Panamá, advierte también sobre el riesgo del negocio “verde por plata”, que implican los proyectos de captura de carbón en su tierra.
“En mi pueblo está llegando un señor y le dice a la gente que va a trabajar y es como decir que para él todo lo que está verde es plata y nosotros no sabemos qué es esto”. Dice que ahora las autoridades están hablándole para indagar en el proyecto y dejar claro que no puede entrar sin el consentimiento de las comunidades.
Ser mujer, indígena, campesina y luchadora
Las múltiples identidades de las mujeres indígenas y rurales plantean la necesidad de abarcar muchas frentes de lucha.
“Estamos luchando por nuestros derechos específicos como mujeres dentro del movimiento, por los derechos colectivos. Se ha agudizado en nuestro país el mapeo de mineras, empresas eólicas, hidroeléctricas. Estamos saturadas de empresas transnacionales dentro de los ámbitos de la mujer y de los pueblos indígenas. Estamos muchas veces muy saturadas, porque tenemos que luchar en dos sentidos,” destaca Claudia.
Ellas han tenido que encarar múltiples obstáculos para participar en la lucha. Rosalina señala: “si una mujer esté casada, no le gusta a los hombres que ande ahí (en la lucha). En las comunidades hay mucho machismo, pero cada vez hay más participación de las mujeres. Me falta mucho para desenvolverme más en la defensa de los derechos, para que las cosas cambien un poquito.”
La violencia contra la mujer surge como un problema mayor. Varias mujeres enfocan su acción y la de sus organizaciones en el tema, trabajando en los niveles domésticos, comunitarios y sociales y también en ellas mismas. Muchas traen heridas profundas. Lilián López, maya k´uiché de Guatemala, señala que esto tiene que ser parte de su formación como líderes, pues “no podemos pensar en liderazgos fuertes si no nos sanamos a nosotras primero.”
El tema de la Escuela, organizada por JASS (Asociadas por los Justo) fue “construyendo el poder colectivo de las mujeres, formación en liderazgo estratégico para mujeres indígenas y rurales en defensa de sus derechos”. Después de una semana de compartir ideas e intercambiar experiencias y reflexiones, las mujeres compararon sus dibujos sobre cómo ser líder hechos antes del curso, con unos que hicieron terminado el curso. En los primeros, se ven figuras grandes con unas figuritas pequeñas alrededor. El los segundos, hechos a base del proceso de rescatar y analizar sus propios valores y prácticas, se ven círculos de mujeres, del mismo tamaño, unidos en colectivo, en muchos casos con animalitos y ríos y mares alrededor.
Ada Inés Osorio, miskita hondureña, observa: “yo creía que ser líder era eso (indica el dibujo de la figura grande), solamente hablar de temas, de derechos y eso, pero sin incluir lo que son recursos naturales, y ahora he aprendido que no es así, ser líder es mucho más que eso, incluyéndole todo, y para todos y todas.”

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