Leonardo Garcia Tsao
En
México esto ya se ha vuelto una manía: en cuanto un lugar reúne
pintoresquismo turístico, infraestructura hotelera y una sala
multiplex, a alguien se le ocurre organizar allí un festival de cine,
sin pensar en algo que lo distinga de los demás, ni en objetivos que
vayan más allá de reunir a espectadores hipotéticos a ver películas.
Es mérito, pues, del Baja International Film Festival que haya
conseguido un nicho distintivo en esa proliferación de festivales de
cine. Hacer una programación concentrada en los países que integran
América del Norte –Canadá, Estados Unidos y México– le dio un perfil
especial a su competencia, sobre todo tratándose de ejemplos de cine
independiente en el caso del segundo (es decir, no compiten películas
hollywoodenses que, de cualquier forma, se exhibirán en nuestro país).
A eso se añade otra sección competitiva, México Primero, dedicada a las
primeras o segundas obras de realizadores nacionales. Los premios –en
efectivo o en servicios– fueron más que generosos.
Pero lo más interesante del BIFF (esas son sus siglas) en su segunda
edición fue la manera en que ha enfocado más bien asuntos de producción
y distribución en su agenda. Con un taller de Work in Progress centrado
en exclusiva al cine mexicano, el festival se ha propuesto favorecer la
terminación de las películas que se encuentran casi en su etapa final.
Asimismo, se dispusieron foros de discusión para promover la
coproducción entre los tres países mencionados. También se estableció
otro apoyo a los jóvenes cineastas con algo llamado Gabriel Figueroa
Film Fund para proyectos en etapa de desarrollo o postproducción.
En ese sentido, fue admirable la capacidad de convocatoria del
festival, pues la asistencia de relevante gente de la industria de las
tres zonas fue más que satisfactoria. Y aunque los múltiples invitados
estaban repartidos entre una variedad de hoteles, había un útil punto
de encuentro en la comida gratuita ofrecida por los organizadores
dentro del centro comercial Puerto Paraíso, donde también se encuentra
el complejo de Cinemex donde se proyectaron las películas (enmiendo lo
escrito por mí hace unas semanas en estas mismas páginas: Morelia ya no
es el único festival que lo hace).
La
programación en sí fue acertada aun tomando en cuenta que Morelia
acaparó un buen número de títulos mexicanos recientes. El BIFF sólo
repitió tres en sus dos competencias –Las horas muertas, de Aarón Fernández; Los insólitos peces gato, de Claudia Sainte-Luce (que resultó la ganadora de México Primero), y La vida después, de David Pablos–, y pudo estrenar un par de ficciones, La filosofía natural del amor, de Sebastián Hiriart, y LuTo, de Katina Medina Mora, así como un par de documentales: Bering-equilibrio y resistencia, de Lourdes Grobet, y el interesante misterio ¿Quién es Dayani Cristal?, dirigida
por Marc Silver con la colaboración de Gael García Bernal. (De hecho,
la única película de todo el programa cuya presencia fue inexplicable
fue Machete Kills, de Robert Rodríguez, no sólo estrenada en Morelia, sino ya en exhibición comercial.)
Y si uno se queja a veces de que los festivales duran demasiado, en
este caso se protestaría lo contrario: el BIFF resultó demasiado corto
con sus cuatro días de actividades. Un par más serían recomendables
para las diferentes instancias del festival. Por lo menos, poder agotar
un programa atractivo, que no se excedió en número por esa confusión
tan común entre cantidad y calidad.
Se anunció hacia el final un cambio de nomenclatura. El próximo año
se llamará Los Cabos International Film Festival. Con cualquier nombre,
este festival tiene todo para crecer y afianzarse.
Twitter: @walyder
No hay comentarios.:
Publicar un comentario