6/21/2014

Los dientes y el balón

Carmen Boullosa

El mundial y su rechinar de dientes —en el chirriar de dientes estamos desde que nos desalojaron del Edén en aquella primera y mítica tormenta de ladrillo, cuando por una manzana dejamos de pagar la hipoteca de nuestra alma—. Lo de volar la bola también viene de entonces, cuando, en un memorable pase, Eva lanzó con un cañonazo el restante corazón de la manzana —el desecho se convirtió en la primera siembra del hostil terruño, de sus semillas brotó el primer árbol—.

El mundial y sus ilusiones, como querer esconder con el júbilo popular los problemas. Si no se tapa el sol con un dedo, sí que serviría llevarse el trofeo para apagar fuegos —sería más eficaz que un pendiente de esmeraldas regalado por un ricachón marido infiel a la encuernada esposa—.

Ni Adán ni Eva rechinaban los dientes cuando vivían en el Paraíso. Antes del “se ganarán el pan con el sudor de su frente y sufrirán bruxismo” (“bruxismo” es decir pomposo “chirriar de dientes”), todo iba sobre hojuelas. Jugar nos regresa al Edén, es un antídoto para el rechinido dental, cuando vuela el balón, los higos, los helechos y el aire fresco del Paraíso vuelven a escena. Por fracciones de segundo, estamos tan bien como un Adán previo al desalojo, escapamos al tiempo y no nos sabemos mortales. Jugando, la bola gana la partida contra la fuerza de gravedad, y nosotros somos campeones. Pero irremediablemente el balón cae, no anota gol a nuestro favor, de inmortales, pasamos a ser ratones. Ratones humanos, ¡a crujir dientes!

Para echar a volar el balón en un campeonato mundial hacen falta más que las espontáneas patadas y piruetas del jugar espontáneo: a los profesionales también les chirrian los dientes. Por no hablar de los entrenadores, sus piezas dentales hasta acá rechinan. El bruxismo abunda en el medio futbolista. A los de la FIFA y a los fanáticos también les rechinan los dientes, como a los antiguos egipcios.

Según explica una exposición del Museo Británico que analiza con herramientas médicas a las momias, los egipcios sufrían caries y abscesos, cuando no les faltaban piezas dentales. El bruxismo, y no sólo la dieta, debió cooperar al mal estado de sus dentaduras. A la momia de un hombre joven le encontraron todo intacto, los huesos impecables, las caderas y la columna vertebral sanos, sin mella alguna. Nada parece indicar le pegara con los pies al balón pero, eso sí, tenía caries. Concluyamos, porque es obvio, que aunque esta momia no fuera un jugador profesional ni un entrenador ni un fanático ni un político deseoso del trofeo, le chirriaban los dientes.

A una tardía momia, que también tenía caries, la identificaron como cristiana por el tatuaje, tenía en el muslo la M del culto a San Miguel, el arcángel que se representa siempre con la espada en la mano, como si nos expulsara perpetuamente del paraíso. Llevando a cuestas la memoria del pecado original, sin duda esta mujer rechinaría sus dientes.

A los egipcios contemporáneos les chirrian los dientes y, si no a todos, sí a las mujeres. La epidemia de violaciones masivas es un espanto. Los violadores, cuando no en sus actos criminales, ¿se echan sus cascaritas, o han perdido el gusto por el juego? Por violadores, no puedo sino imaginármelos también crujiendo dientes, por lo tanto con caries. Lo mismo a los disidentes, perseguidos por el nuevo régimen. Al exitoso cómico Basem Yusef, orillado a cancelar su programa de televisión de altísimo rating (el Al Bernameg), le están chirriando los dientes, como a sus 10 millones de seguidores.

No calificó la selección egipcia (su notable sobrenombre, “Los faraones”, no bastó para propulsarlos), pero igual les diagnostico bruxismo a los jugadores y al entrenador, aunque estén todos en la banca, o por lo mismo.

Bajo el hechizo del balón volando, continúa el rechinar de dientes. El gato (sin cascabel o con cascabel) del balón, inevitablemente cae en cosa de segundos. Y a otra cosa, mariposa… pero mientras tanto, como bien dice Daniel Saldaña París: ¡vamos, Belice!

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