Sin
duda que usted leyó las declaraciones de López Obrador acerca de la
“poca importancia” de los matrimonios homosexuales y el aborto (pero si
no lo ha hecho, por favor, léalas; saboree con calma las bellas
palabras del líder de la izquierda en México). Las concepciones
político-morales del Peje lo han hecho el hazmerreír del país,
justificadamente. Pero hay que detenerse un momento en ellas para
entender el proyecto político del tabasqueño, hoy encarnado en Morena.
En esas pocas frases se resume el personaje López Obrador, pero también
las ambigüedades de su partido político. Proporcionan una puerta de
entrada inmejorable para entender al lopezobradorismo como fenómeno
social.
Si el aborto y los matrimonios homosexuales no son tan
importantes, ¿qué lo es? La respuesta es clara: la corrupción, deus ex
machina, fuente y origen de todos los problemas que aquejan a nuestro
país, desde la disminución de la cantidad de mariposas monarca en los
bosques de Michoacán hasta las muertas de Juárez.
La solución
es simple: ser honesto, no dejarse sobornar. En eso consiste el papel
histórico de la izquierda en nuestro país, en no ser corruptos. ¿Y
luego? No hay luego. Eso es todo. De ahí, todo lo demás nacerá,
naturalmente. Ojo, López Obrador no nos dice que esté en contra de los
abortos, sólo que es un asunto que, una vez que él y su élite moral
estén en el poder, podrá ser tratado sin prisas. Digamos, en el segundo
año de su gobierno. (Lo de las mariposas monarcas y las muertas de
Juárez, por extensión, también serán tratados… en el cuarto y quinto,
respectivamente).
Esa concepción recuerda a la del movimiento
obrero blanco, conservador, estalinista, durante la segunda mitad del
siglo xx. Tras la explosión de las “otras causas” (de las mujeres, los
“disidentes sexuales”, las minorías raciales) en el post-68, los
partidos comunistas (y socialdemócratas) les decían: ¿para qué se
preocupan por esas cosas pequeñoburguesas? ¿No se dan cuenta que lo
esencial en este mundo es luchar por el socialismo? Una vez llegados
ahí, ustedes podrán dedicarse a liberarse sexual, racialmente. Pero
primero lo primero.
Como ahora el Peje con los pro-aborto y los
homosexuales, el movimiento obrero conservador no le decía a las
mujeres que había que buscar la mayor igualdad de género inmediatamente
y al mismo tiempo aceptar que el capitalismo generaba estructuralmente
la desigualdad; le decía que tenían que subordinar su lucha a otra,
porque era menos importante.
Hay un problema político y uno
programático con las ideas de López Obrador. El primero es que asumir
que sólo la izquierda es honesta es, por un lado, estadísticamente
falso, y por el otro implica subestimar a la derecha. Para darse cuenta
de lo primero no hay que rascarle mucho (lo último que nos dio la
prensa es la alianza entre Monreal y Cuauhtémoc Gutiérrez —alias “Jabba
the Hut”— en la Cuauhtémoc).
Lo segundo es más importante: el
conservadurismo como ideología no es más afín a la corrupción que el
liberalismo o el izquierdismo, porque la corrupción no tiene que ver
con las ideas (ni, en el fondo, con la moral personal), sino con la
sociedad. El dicho “la oportunidad hace al ladrón” adquiere aquí su
versión moderna: la oportunidad hace al corrupto. Decir que la
izquierda tiene el monopolio de la honestidad (aparte de ser falso)
aliena a esa enorme masa conservadora que hay que ganar, un sector de
la cual cree honestamente en esos ideales. La iglesia de cristo se
corrompió, el partido bolchevique se corrompió. Morena se puede
corromper, si no lo está ya. La izquierda no es una élite moral. Pero
lo esencial es el lado programático de las declaraciones de López
Obrador, la idea de que con honestidad todo se resuelve. Mejor dicho:
el “lado programático” es un eufemismo para referirse a la falta de
tal. Sonará obvio, pero, queridos lopezobradoristas, la honestidad no
es un programa. La idea de la república amorosa, que hace años parecía
simplemente el devaneo inútil de un publicista cursi, sigue siendo
parte del horizonte ideológico de Morena. Cuando AMLO habla de eso, se
lo cree de verdad.
¿Qué expresan, en el fondo, esas ideas? Al
López Obrador, administrador eficiente en un momento de auge económico
y borrachera democrática; al político astuto que supo presentarse como
el defensor de la soberanía en la época en la que esta se había
extinto. En términos intelectuales y electorales: una combinación
inteligente del clientelismo más efectivo que el PRD aprendió
directamente del PRI con la sanción moral de una intelectualidad
moralmente comprometida que, habiendo renunciado a los horizontes
ideológicos que un día le dieron forma, cristalizó sus prejuicios en un
caudillo paternalista: la confusión complaciente de la influencia con
el poder (populismo); la admiración bovina de la burocracia (el
administrador); el desprecio profundo por la igualdad (el fracaso
histórico del PRD y Morena por hacerse de un espacio entre la clase
obrera).
En pocas palabras, la incapacidad de la
intelectualidad de izquierda en hacerse las preguntas que de verdad
había que hacerse. La crítica liberal de una Denise Dresser expresa
incluso el límite de este discurso: acusa a AMLO de estar peleado con
el mercado cuando lo último que López Obrador propone es estatizar
ninguna cosa; o quitarle al dominio del mercado ningún sector
importante de la vida social.
Son esas las raíces históricas e
ideológicas del lopezobradorismo. Hoy, a 15 años de su entrada como
jefe de gobierno del DF, su programa se reduce al más craso moralismo:
la honestidad y la pureza de corazón. La trayectoria de la izquierda
institucional puede resumirse en una frase: una revolución democrática
patética y conservadora produjo, años después, una regeneración
nacional supina y moralista.
@CamiloRuizTass
No hay comentarios.:
Publicar un comentario