Ilustración: Pe Aguilar / @elesepe1
La comparecencia del
secretario de Educación, Emilio Chuayffet Chemor, ante la Comisión
Permanente del Congreso, se llevó a cabo sin que hubiera sorpresas: la
evaluación educativa sigue adelante, aunque las autoridades del ramo
estén conscientes de que no aportará nada positivo en favor del sistema
educativo. No sólo porque su diseño es ajeno a la integralidad que
requiere una verdadera reforma educativa, sino porque se trata de un
mecanismo indispensable para avanzar en la desculturización del país,
conforme a la gran estrategia del Grupo de los Siete orientada a
controlar a la humanidad con el objetivo supremo de asegurar la
explotación y usufructo de las riquezas del mundo.
Es preciso partir de un hecho
incuestionable: las plutocracias de las súper potencias que conforman
al Grupo de los Siete (Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, Francia,
Japón, Canadá e Italia) no quieren correr el riesgo de tenerse que
enfrentar al bloque formado entre Rusia y China, como es previsible que
llegue a suceder en los próximos años, y cuando la crisis del
capitalismo neoliberal sea de tal magnitud que no pueda ofrecer
soluciones a los gravísimos problemas estructurales de sus pueblos. La
alianza entre los dos gigantes será inevitable para defenderse de las
asechanzas y provocaciones de los émulos de Hitler, que lo son en tanto
que su sueño es consolidar un mundo gobernado por los súper poderes
fácticos occidentales.
En este marco geoestratégico
nada pueden hacer “gobiernos” como el de México, sino obedecer sin
chistar las directrices que llegan desde Washington. Para los
plutócratas del Grupo de los Siete es fundamental liquidar las culturas
nacionales, porque son el principal escudo que tienen los pueblos para
defender su historia, sus tradiciones, su presente y su futuro. Esto lo
tenía muy claro uno de los fundadores del Club Bilderberg, el príncipe
Bernardo de Holanda, cuando afirmó: “Es difícil reducar a la gente que
ha sido educada en el nacionalismo. Es muy difícil convencerlos de que
renuncien a parte de su soberanía en favor de una institución
supranacional”.
De ahí la trascendencia del
golpe de Estado de los tecnócratas que encabezó en 1982 Joseph Marie
Córdoba Montoya, para liquidar la ideología de la Revolución Mexicana y
comenzar a reducar al pueblo de México. En poco más de tres décadas,
los sucesivos “gobiernos” al servicio de Washington lograron grandes
avances, como lo podemos constatar en la actualidad, cuando sin
provocar una gran protesta social la tecnocracia reaccionaria impuso,
con la complicidad de la “izquierda”, las mal llamadas reformas
estructurales, entre las que la educativa y la energética son la
esencia de la total entrega de la soberanía nacional a intereses
extranjeros.
Por eso la voz discordante de
Manuel Bartlett en la comparecencia de Chuayffet quedó como algo
anecdótico, como la protesta impotente de un pueblo condenado a ser
víctima de intereses descomunales que no reconocen fronteras,
principios, ideologías ni mucho menos los dramáticos sufrimientos de
las clases mayoritarias. Bartlett, en sus intervenciones, fue al fondo
de la imposición de la reforma educativa, de la que las evaluaciones
son la parte más visible pero menos importante, porque lo fundamental
para la oligarquía es lograr el control pleno de los maestros, para
convertirlos en una masa sin ninguna influencia social, simple mano de
obra esclava prescindible cuando sea conveniente.
La Suprema Corte de Justicia
de la Nación (SCJN) dictaminó la constitucionalidad de la mal llamada
reforma educativa, como era de esperarse, así que la represión contra
la Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación (CNTE) se
habrá de endurecer, porque el gran objetivo de Washington es
irrenunciable: hacer de México una colonia estadounidense. Para
lograrlo cuenta con el decidido apoyo y beneplácito de una oligarquía
voraz, insaciable e inmoral, que lleva a cabo el trabajo sucio que
ordena el gobierno de la nación vecina. ¿Acaso no son sus integrantes
los principales interesados en liquidar a la disidencia magisterial?
Bartlett fue muy claro al
señalar el origen extranjero de la reforma educativa, y muy incisivo al
afirmar que su finalidad es básicamente acabar con la educación
pública, gratuita y laica. Al final de su intervención ejemplificó con
la persecución por parte de la SEP a la Universidad Obrera de México, a
pesar de contar con ocho décadas de vida, tan solo porque lleva a cabo
una labor social en beneficio de jóvenes de escasos recursos y “ser de
izquierda”. La gran interrogante es cómo enfrentar las embestidas de
los poderes fácticos trasnacionales y de la derecha “mexicana”. Solo
hay una respuesta: la unidad de todos los despojados por el
neoliberalismo.
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