Jesús Cantú
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Al PRI le funcionó la estrategia de compensar su
pérdida de votos con la eventual ganancia del PVEM para conseguir la
mayoría en la Cámara de Diputados. Aunque el saldo neto de la pérdida
de un punto porcentual del PRI, entre la elección del 2012 y el 2015, y
la ganancia de 1.3 puntos porcentuales del PVEM, representa únicamente
0.3 puntos de incremento, eso le permitió tener nueve diputados más de
los que tiene en la actual legislatura, para llegar a los 250,
exactamente el 50% de las curules.
Así, aunque en conjunto
apenas obtuvieron el 40.3% de la votación nacional emitida (32.6% del
tricolor y 7.7% del verde), eso les permitió obtener una
sobrerrepresentación de 9.7 puntos porcentuales, superior a los 8 que
formalmente permiten la Constitución y la ley electoral.
En la elección se combinaron varios factores que jugaron
a favor de dicha coalición, que en realidad decreció en 2 puntos
porcentuales en la votación total emitida (que es total de los votos
depositados en las urnas) al pasar de 38% en 2012 a 36% en 2015. Al
revisar la votación del PAN y de la izquierda en su conjunto (PRD, PT,
MC y Morena –aunque este último no estaba en el 2012) resulta que los
blanquiazules perdieron 4.9 puntos porcentuales, al pasar de 25.9 al
21.0, y la izquierda aumentó 1.2 puntos al pasar de 27 a 28.2%.
Sin embargo, al llegar a la votación nacional emitida
(que es la votación total emitida menos los votos nulos, los votos por
candidatos no registrados, los votos por candidatos independientes y
los votos de los partidos que no alcanzaron el 3% de la votación válida
emitida –la total menos los votos nulos–), que es la que se utiliza
para hacer el reparto de las curules plurinominales y para medir el
porcentaje de sobrerrepresentación, los números cambian porque en 2012
hubo 4.98% de votos nulos, muy similar al porcentaje de 2015, y 0.08%
de votos por candidatos no registrados, lo que da un total de 5.07% que
se restaron para obtener la votación nacional emitida; pero en el 2015
hay que agregar los porcentajes de los candidatos independientes y de
los dos partidos que perdieron el registro; así se llega a un total de
10.48% de votos que se redistribuyen proporcionalmente en el resto de los partidos.
Así, para efectos prácticos, el PRI y el PVEM, con el
36.1% de los votos depositados en la urnas, logran el 50% de las
curules, es decir, una sobrerrepresentación de casi 14 puntos
porcentuales, 6 puntos porcentuales más del 8% establecido en la
legislación. El PRI y su aliado, aunque sí aumentaron su número de
legisladores, decrecieron en su porcentaje de preferencia electoral.
El saldo favorable para el PRI y su comparsa no es
producto del respaldo de la ciudadanía al “proyecto que estamos
impulsando”, como señaló el presidente Enrique Peña Nieto, sino de una
muy buena ingeniería electoral que han venido perfeccionando a lo largo
de cinco procesos electorales y que en esta ocasión se conjugó con los
factores ya señalados.
En la elección intermedia de 2003, la primera en la que
el tricolor y el verde hicieron una alianza parcial, lograron en
conjunto el 43.4% de la votación nacional emitida (VNE) y obtuvieron el
43.6% de la curules (218 diputados), lo cual resultó simplemente de
haber logrado la representación equivalente a su votación. En la
elección de 2006, en la que fueron en alianza total para las elecciones
presidenciales, en las que cayeron al tercer lugar de la votación,
incluso se quedaron con una subrrepresentación, pues lograron el 29% de
la VNE y el 24.6% de las curules.
En 2009 decidieron no hacer alianza alguna; su porcentaje de votación sumado fue de 46.8% y
una representación de 52.8%, lo que les permitió tener el control de la
Cámara de Diputados en la segunda mitad del sexenio de Felipe Calderón.
En 2012, nuevamente optaron por la alianza parcial y consiguieron en
conjunto el 40% de la VNE y el 48.2% de las curules, es decir,
ligeramente por encima de la sobrerrepresentación permitida, y fue esa
curul adicional, que les dio el 0.2%, lo que les permitió tener la
mayoría en la Cámara baja al sumar a los 10 diputados del Partido Nueva
Alianza.
Y en esta elección, con el 40.3% de la VNE, obtiene el
50% de la Cámara, lo que implica una sobrerrepresentación de casi 10
puntos porcentuales. La clave estuvo en el número de triunfos de
mayoría relativa que alcanzaron (8 más que en la elección de 2012) y en
la distribución de éstos entre los dos grupos parlamentarios (el PRI
obtuvo 9 menos y el PVEM –que no logró ninguno en los distritos en los
que participó sólo– 17 más), lo que les permitió a ambos partidos
obtener un porcentaje de sobrerrepresentación: al PRI de justo los 8
puntos porcentuales y al Verde de 1.7, y así transformar un crecimiento
porcentual que les debería redituar al PRI únicamente 1.5 diputados más
en uno que le permitió ganar 9, es decir, 7.5 diputados más de los que
le corresponderían.
Así, al menos cuatro factores se conjugaron para permitir
al tricolor y al verde eludir las disposiciones constitucionales y
lograr una sobrerrepresentación mayor a la permitida: las fórmulas
legales; la ingeniería electoral de los estrategas políticos; la
dispersión de los votos de la izquierda, y el excesivo porcentaje de
votos desperdiciados (nulos, por candidatos independientes y por dos
partidos políticos que perdieron su registro).
Lo cierto es que el resultado no es un mayor apoyo al
proyecto presidencial, sino una burla a la voluntad ciudadana, que en
realidad se manifestó claramente en contra de los partidos que
participaron en el Pacto por México y las reformas que impulsaron, ya
que en su conjunto perdieron más de 15 puntos porcentuales entre una
elección y otra; el PAN, 4.9; el PRI, 2.7, y el PRD, 7.5, si los
porcentajes se obtienen en relación al total de votos depositados en
las urnas.
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