Ilustración: Pe Aguilar / @elesepe1
El absurdo e indignante
triunfalismo de Enrique Peña Nieto contrasta con la visión realista del
Papa Francisco. Mientras el inquilino de Los Pinos festina los “buenos”
resultados de las mal llamadas reformas estructurales, el líder del
catolicismo mundial enarbola con firmeza la defensa de los valores
humanos y critica duramente que “la Tierra, nuestra casa, parece
convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería”. A ello
habrá de contribuir de manera criminal el “proyecto” reaccionario del
grupo en el poder.
Así lo reconoce el Papa
Francisco en la encíclica Laudato si (Alabado seas, en latín),
documento que pone en tela de juicio el modelo impuesto a la humanidad
por el Grupo de los Siete con el objetivo demoniaco de apropiarse, solo
ellos, de la mayor parte de los recursos del planeta, con la
complicidad de “gobiernos” inmorales, corruptos y apátridas como el
mexicano. Aquí en nuestro país el problema es mayor, por la voracidad
de una oligarquía mezquina y muy corta de visión, que no entiende que,
como se dice coloquialmente, “está matando la gallina de los huevos de
oro”. ¿Acaso no se consolidó el progreso del país, la formación de una
clase empresarial fuerte, cuando el Presidente Lázaro Cárdenas expropió
la industria petrolera?
En cambio, lo que ahora
quiere el “gerente general” del Grupo de los Siete en nuestro país, es
apuntalar la hegemonía de éste y asegurar que en el futuro sólo sus
intereses predominen, incluso con el apoyo del Estado para “legitimar”
su presencia depredadora. Esta es la prioridad inamovible de Peña
Nieto, como insiste una y otra vez, para que no quede duda de que va
con todo el poder del “gobierno” que encabeza nominalmente, con ese
objetivo supremo. Con un cinismo terrible afirma que “los beneficios
de las reformas estructurales ya se están sintiendo”, y hasta agradece
el “respaldo y apoyo amplio” de la sociedad a su “proyecto de nación”.
Cabe preguntar: ¿cuáles
beneficios?, ¿cuál “respaldo y apoyo” de la sociedad? Como la
burocracia dorada está acostumbrada a mentir descaradamente, Peña Nieto
sostiene que los resultados electorales de los comicios recientes, son
comparables a un plebiscito ciudadano de apoyo a su programa de
reformas. Es obvio para el ciudadano común que se engaña solo, porque
con menos de 30 por ciento de los votos emitidos, que no llegaron al 50
por ciento del padrón, no puede hablarse de consenso ciudadano. Aparte,
está el hecho de que la mitad de los sufragios favorables al PRI fueron
literalmente comprados con la entrega de despensas y ahora con la
innovación del obsequio de pantallas de televisión digital, entre otras
mañas ya históricas.
Con base en propaganda
engañosa, tal como lo hizo Felipe Calderón, ahora el inquilino de Los
Pinos quiere convencer a los ciudadanos desinformados, que
desgraciadamente son la mayoría, de que su “proyecto de nación” es el
idóneo para impulsar el progreso del país y crear mejores condiciones
sociales. ¿Por qué no ha sido posible alcanzar tales objetivos en tres
décadas, cuando México todavía contaba con recursos naturales y una
estructura menos desfavorable? ¿Cómo esperar, vale insistir en este
punto, que entregando a las más poderosas empresas trasnacionales
nuestros principales recursos energéticos, y abaratando al máximo el
mercado laboral las cosas ahora sí van a ser diferentes?
El Papa Francisco sabe
perfectamente que eso no es posible para el mundo, incluido nuestro
atribulado país, porque los problemas que está provocando el
fundamentalismo neoliberal “están íntimamente ligados a la cultura del
desecho, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las
cosas que rápidamente se convierten en basura”. Califica esta relación
de “estructuralmente perversa” y sostiene que se trata de “una
concepción mágica del mercado”. Sin embargo, en nuestro país las cosas
se han llevado a extremos intolerables, lo que presagia terribles
consecuencias para las nuevas generaciones de mexicanos.
De ahí el imperativo de que
la gente común empiece a darse cuenta, a pesar de la cascada de
propaganda demagógica, de que no poner un alto a la voracidad del grupo
en el poder, a la mezquindad de la élite oligárquica, nuestros hijos y
nietos estarán condenados a una esclavitud como la que anheló Hitler
para sostener al Tercer Reich. La responsabilidad de las organizaciones
democráticas y progresistas es fundamental para ayudar a reflexionar y
abrir los ojos al pueblo.
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