El País (Costa Rica)
Los
buenos deseos de un año feliz son rituales. No pasan de ser simples
deseos, pues no consiguen cambiar el curso del mundo donde los
superpoderosos siguen su estrategia de dominación global. Sobre esto
necesitamos pensar y hasta rezar, pues las consecuencias económicas,
sociales, culturales, espirituales y para el futuro de la especie y de
la naturaleza pueden ser nefastas.
Muchos como J. Stiglitz y P.
Krugman esperaban que el legado de la crisis de 2008 sería un gran
debate sobre qué tipo de sociedad queremos construir. Se equivocaron de
medio a medio. La discusión no se dio. Al contrario, la lógica que
provocó la crisis ha sido retomada con más furor. Richard Wilkinson,
uno de los mayores especialistas sobre el tema desigualdad, estuvo más atento y dijo hace ya tiempo en una entrevista al periódico Die Zeit
de Alemania: “la pregunta fundamental es ésta: ¿queremos o no queremos
realmente vivir según el principio de que el más fuerte se apropia de
casi todo y el más débil se queda atrás?
Los super-ricos y
super-poderosos decidieron que quieren vivir según el principio
darwinista del más fuerte, y que los mas débiles se aguanten. Pero
comenta Wilkinson: «creo que todos tenemos necesidad de mayor
cooperación y reciprocidad, pues la personas desean una mayor igualdad
social». Este deseo es negado intencionadamente por esos epulones.
Por lo general, la lógica capitalista es feroz: una empresa se come a
otra (eufemísticamente se dice que se fusionaron). Cuando se llega a un
punto en que sólo quedan algunas grandes, cambian de lógica: en vez de
guerrear, hacen entre sí una alianza de lobos y se comportan mutuamente
como corderos. Así articuladas detentan más poder, acumulan con más
seguridad para sí y para sus accionistas, sin tener en cuenta para nada
el bien de la sociedad.
La influencia política y económica
que ejercen sobre los gobiernos, la mayoría de ellos mucho más débiles
que ellas, es extremadamente coercitiva, interfiriendo en el precio de
las commodities, en la reducción de las inversiones sociales,
en la salud, educación, transporte y seguridad. Los miles de personas
que ocupan las calles en el mundo y en Brasil intuyeron esa dominación
de un nuevo tipo de imperio, cuyo lema es: «la avaricia es buena» (greed is good) y «devoremos lo que podamos devorar».
Hay excelentes estudios sobre la dominación del mundo por parte de las
grandes corporaciones multilaterales. Es conocido el de David Korten Cuando las corporaciones rigen el mundo (When the Corporations rule the World) .
Pero hacía falta un estudio de síntesis, y éste ha sido realizado por
la Escuela Politécnica Federal Suiza (ETH), en Zurich, en 2011, que se
cuenta entre los más respetados centros de investigación, compitiendo
con el MIT. El documento ha implicado a grandes nombres, es corto, no
más de 10 páginas, y otras 26 sobre su metodología, para mostrar la
total transparencia de los resultados. Ha sido resumido por el Prof. de
economía de la PUC-SP Ladislau Dowbor en su página web (http://dowbor.org). Nos basamos en él.
De entre los 30 millones de corporaciones existentes, el ETH seleccionó
43 mil para estudiar mejor su lógica de funcionamiento. El esquema
simplificado se articula así: hay un pequeño núcleo financiero central
que tiene dos lados: de un lado están las corporaciones que componen el
núcleo y del otro, aquellas que son controladas por él. Tal
articulación crea una red de control corporativo global. Ese pequeño
núcleo (core) constituye una super-entidad (super entity).
De él emanan los controles en red, lo que facilita la reducción de los
costos, la protección de los riesgos, el aumento de la confianza y, lo
que es principal, la definición de las líneas de la economía global que
deben ser fortalecidas y dónde.
Ese pequeño núcleo,
fundamentalmente de grandes bancos, detenta la mayor parte de las
participaciones en las otras corporaciones. La cúpula controla el 80%
de toda la red de corporaciones. Son apenas 737 actores, presentes en
147 grandes empresas. Ahí están el Deutsche Bank, el J.P. Morgan Chase,
el UBS, el Santander, el Goldman Sachs, el BNP Paribas (entre otros
muchos). Al final menos del 1% de las empresas controla el 40% de toda
red.
Este dato nos permite entender ahora la indignación de los Occupies
y de otros que acusan al 1% de las empresas de hacer lo que quieren con
los recursos procedentes del sudor del 99% de la población. Ellos no
trabajan ni producen nada. Solamente hacen más dinero con el dinero
lanzado en el mercado de la especulación.
Fue esta absurda
voracidad de acumular ilimitadamente la que gestó la crisis sistémica
de 2008. Esta lógica profundiza cada vez más la desigualdad y hace más
difícil la salida de la crisis. ¿Cuánto de inhumanidad aguanta el
estómago de los pueblos? Todo tiene su límite y la economía no lo es
todo. Pero ahora nos es dado ver las entrañas del monstruo. Como dice
Dowbor: «La verdad es que hemos ignorado al elefante que está en el
centro de la sala». Está rompiendo todo, los cristales, la vajilla y
pisoteando a las personas. ¿Pero hasta cuándo? El sentido ético mundial
nos asegura que una sociedad no puede subsistir por mucho tiempo
asentada sobre la sobreexplotación, la mentira y la antivida.
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