Jenaro Villamil
Salinas Pliego y Azcárraga Jean, dueños de TV Azteca y Televisa, respectivamente. Foto: Octavio Gómez |
MÉXICO,
D.F. (apro).- En el 2014 se debe concretar la licitación de, por lo
menos, dos cadenas de televisión abierta, en señal digital, a la que se
comprometieron el gobierno federal, el Congreso y el nuevo organismo
regulador, el Instituto Federal de Telecomunicaciones (Ifetel).
Ingenuamente,
se cree que con dos cadenas nacionales (o una serie de grupos
regionales) se podrá acotar el enorme poder e influencia que tienen
Televisa y TV Azteca sobre la población y la clase política mexicana.
El gran riesgo no es que mejore la televisión sino que se agudicen los
vicios, trampas y la degradación de contenidos bajo un modelo que
privilegia lo comercial sobre lo creativo, el rating por encima
de la especialización de las audiencias, la docilidad política hacia el
gobierno para obtener enormes privilegios y recursos públicos.
Veamos por qué más cadenas de televisión no garantizan una mejor pantalla.
Desde
hace 21 años no hay una licitación de cadenas de televisión en México.
En 1993, Carlos Salinas concretó la privatización del Instituto
Mexicano de Televisión (Imevisión) que tenía bajo su control las dos
cadenas que se formaron con los canales 13 y 7. Se le licitó a un
empresario mueblero y de electrodomésticos, Ricardo Salinas Pliego, que
en dos décadas se transformó en el cuarto hombre más rico de México (9
mil millones de dólares) con un grupo de radiodifusión y de
telecomunicaciones que le ha servido lo mismo para chantajear, obtener
favores que multiplicar su fortuna y diversificarla hacia instituciones
financieras, de seguridad y hasta medio ambiental.
TV Azteca sólo compitió brevemente con Televisa entre los años 95 y 2000 en los tres géneros que mayor rating generan en las audiencias mexicanas: telenovelas, deportes y espectáculos musicales de concurso (realitys). Desde el asalto al cerro del Chiquihuite para apropiarse de Canal 40, el decretazo del gobierno de Vicente Fox (2002) y la Ley Televisa (2006),
TV Azteca y Televisa consolidaron su papel como duopolio. Entre 2006 y
2012 fortalecieron su alianza para impedir cualquier otro competidor,
como se vio en el caso de Telesur-Saba, Slim, o cualquier otro
interesado. Simularon competencia cuando, en realidad, llegaron a un
arreglo para repartirse la distribución, producción y venta de
publicidad y contenidos, para frenar cualquier cambio jurídico que
afecte sus intereses y, desde 2011, para unirse en un pacto monopólico
en contra del Grupo Carso (Telmex-Telcel) y de la competencia en
televisión restringida (MVS-Dish).
TV Azteca imitó a Televisa,
pero en una versión más degradada, no mejorada, de su modelo de
contenidos. Copiaron la filosofía de una “televisión para jodidos”
(apotegma de Emilio Azcárraga Milmo) e hicieron una televisión cada vez
más jodida. A nivel político, ambas se han convertido en televisoras
presidencialistas, es decir, dóciles al presidente de la República en
turno, a cambio de servir como voceros del gobierno y obtener múltiples
beneficios. No son leales más que a sus intereses y saben cómo
secuestrar a políticos, empresarios y jueces para tenerlos de su lado.
La
mejor descripción del esquema duopólico está en el documento emitido
por el Ifetel el 20 de diciembre de 2013, en el acuerdo publicado en el
Diario Oficial de la Federación para dar a conocer el programa de licitación y adjudicación de las señales de televisión disponibles:
“Actualmente,
este mercado registra un alto nivel de concentración, ya que Grupo
Televisa (GTV) y Televisión Azteca (TVA) en su conjunto concentran,
directa o indirectamente, 95% de las concesiones, 96% de la audiencia y
99% de los ingresos por publicidad, asociados con la televisión abierta
comercial…
“Estos niveles de concentración se ven acentuados por
la presencia de grandes barreras a la entrada. Entre estas barreras
destacan los altos requerimientos de inversión para que un nuevo agente
pueda contar con contenidos audiovisuales transmitidos por las
estaciones de televisión propiedad de los agentes establecidos, misma
que se ha visto fortalecida por la ausencia de competencia durante
varias décadas. Esta situación limita las posibilidades de que un nuevo
competidor pueda incrementar su participación en las preferencias de
las audiencias con el consecuente impacto en ingresos por concepto de
publicidad, el cual constituye la principal fuente de ingresos de las
estaciones de televisión abierta comercial.
“Asimismo, existe
preferencia de las audiencias sobre los contenidos audiovisuales
transmitidos por las estaciones de televisión propiedad de los agentes
establecidos, misma que se ha visto fortalecida por la ausencia de
competencia durante varias décadas”.
El diagnóstico es muy
certero, salvo que el organismo regulador no plantea un modelo distinto
de televisión sino una réplica del modelo comercial –heredado de
Estados Unidos–, con la diferencia de que será en tecnología digital,
en lugar de la analógica, lo cual constituye otra barrera de entrada
grande (menos de 20% de la población tiene acceso a la televisión
digital).
El gran riesgo es que la licitación de los 246 canales
disponibles en 123 puntos o plazas de transmisión (para que se formen
dos cadenas de 123 frecuencias o una serie de cadenas regionales, no
está claro) es que simplemente se conviertan en una réplica ya mala del
duopolio existente: más telenovelas, más racismo telegénico, más
telenoticieros dedicados a ser publicistas del gobierno, más programas
deportivos concentrados sólo en la industria de futbol, más programas
chocarreros y talk shows y reality shows que pretenden enganchar a la audiencia con historias tremebundas.
En
otras palabras, que la competencia no sea para mejorar los contenidos y
plantear otro modelo de televisión sino simplemente para reproducir los
vicios y las taras del duopolio Televisa-TV Azteca.
Es mentira
que no exista otro modelo de televisión comercial más que el conocido
en México en los años de hegemonía de Televisa y de copia de la
televisión estadunidense.
Desde el origen de la televisión en
México, el poeta y ensayista Salvador Novo, encargado por el gobierno
de Miguel Alemán Valdés de elaborar un informe (octubre de 1947), junto
con el ingeniero Guillermo González Camarena (creador de la televisión
a color en 1940), planteó que sí existen por lo menos dos modelos
distintos.
Novo describió el modelo británico (BBC, como
monopolio público no sometido a intereses comerciales) y el modelo de
Estados Unidos (industria de explotación comercial).
“La
diferencia –escribió Novo– y la absoluta incompatibilidad entre ambos
sistemas podrían entenderse mejo si, al reflexionar que radio y
televisión atañen y alcanzan persuasivamente a todas las capas de la
sociedad, consideramos que ésta teóricamente asume la forma de una
pirámide.
“Apoderarse de esta pirámide es la meta de radio y
televisión… Pero los fines que se sirven mediante tal apoderamiento son
–como los métodos– radicalmente diferentes. Al comerciante le
importaría fundamentalmente llegar con sus programas a la base más
ancha, que es la que garantiza el máximo de compradores… La medida del
éxito de un sistema comercial de radio o televisión, en consecuencia,
es la del número de oyentes que conquista.
“En cambio –sentenció Novo– la responsabilidad del monopolio no es para los comerciantes”.
El
gobierno mexicano optó por un monopolio comercial hipermercantil y
sumamente sumiso al poder gubernamental. Un mezcla de lo peor del
monopolio al estilo soviético con la comercialización al estilo
estadunidense.
Eso fue hace más de sesenta y cinco años. ¿Qué
tipo de modelo y de contenidos queremos para la televisión en México?
¿Vamos a seguir privilegiando sólo el poder del rating o el
poder de audiencias especializadas, segmentadas y que reclaman variedad
y calidad? ¿Vamos hacia modelos de televisión presidencialistas, más
pendientes de quedar bien con el gobierno que con la propia audiencia?
¿Vamos a tener más Laura Bozzo’s, más Rosa de Guadalupe y más
infomerciales disfrazados de información de todos los gobernadores que
se convertirán en clientes potenciales de este fraude telegénico e
informativo? ¿Se van a incorporar las lecciones y aprendizajes de una
televisión más libre que se transmite vía Internet y a través de
audiencias que autogeneran sus contenidos (modelo streaming) o seguiremos con el carísimo e inviable modelo de broadcasting?
Estas son las preguntas pendientes que no están resueltas en el proceso de licitación de las dos nuevas cadenas de televisión.
Les corresponde al Congreso y al organismo regulador Ifetel convocar a una reflexión seria sobre estas preguntas.
Twitter: @JenaroVillamil
Comentarios: www.homozapping.com.mx
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