MÉXICO,
D.F. (apro).- El 21 de septiembre un comando entró a la parroquia de
San Miguel Totolapan, Guerrero, y se llevó al sacerdote Ascencio Acuña
Osorio y dos días su cuerpo apareció su cuerpo flotando en el cauce del
río Balsas a la altura de la comunidad de Las Tinajas.
En una acción similar, el lunes 22 el cura Gregorio López fue levantado por un grupo armado y el religioso apareció, días más tarde, muerto.
Ambos sacerdotes salieron de la diócesis de Ciudad Altamirano, ambos
condenaron en distintos momentos los ataques, enfrentamientos, cobro de
cuotas, asesinatos y levantones de parte del crimen organizado en el triangulo de la muerte: Arcelia-Iguala-San Miguel Totolapan.
Los dos religiosos, jóvenes y comprometidos con sus feligreses, eran
incómodos a los intereses de Los Templarios, La Familia o Guerreros
Unidos, todos de la misma ralea y un mismo objetivo: acabar con quien
les estorba, hacer alianzas con quien sea necesario para seguir
aceitando la fábrica del crimen organizado.
Y no hay que olvidar que “crimen organizado”, en México, no excluye a la clase política.
En la Sierra, Tierra Caliente o Costa de Guerrero da lo mismo ser
cura, estudiante, comunero, empleado, pequeño comerciante o niño,
presidente municipal o policía, todos pueden tener el mismo destino:
ser sicario para el narco, irse a la pizca de enervantes o simplemente
callar y pasar a ser cómplice de “la maña”; no hacerlo implica aparecer
en un río flotando, asesinado con signos de tortura o simplemente
desaparecido.
No son los estudiantes de Ayotzinapa, algunos asesinados u otros desparecidos, ni los sacerdotes levantados
lo único que preocupa y duele, es todo el sistema mexicano corrupto y
cómplice de grupos que, en su búsqueda de poder, control y dinero, se
unen sin importar la vida de nadie.
No es el grupo político de Enrique Peña Nieto, los Guerreros Unidos,
Templarios, Zetas, Familia u otro nombre que identifique a algún grupo
criminal; tampoco es el grupo político de Carlos Salinas de Gortari, de
Ernesto Zedillo, de políticos locales y limitados del PRD o algunos
corruptos del PAN, son todos que en su ambición se entrelazan, hacen
pactos, acuerdos, alianzas cómplices de muerte.
Guerrero, Michoacán, Estado de México, Tamaulipas, Veracruz,
Durango, Baja California, no importa la entidad, en todos esos sitios
están los políticos aliándose con los del dinero, no importa si lo
obtuvieron del crimen organizado llamado narcotráfico o si lo lograron
robando a ahorradores, son la misma estirpe de poder, corrupción y
muerte.
Los mexicanos, en su mayoría, creen que nunca les alcanzará el
dolor; incluso una parte de la sociedad considera que si trabaja,
cumple con su familia y paga sus impuestos, no los tocará la desgracia,
aunque no se han dado cuenta que ya son parte de ella y que sólo es
cosa de tiempo para que el dolor roce sus corazones.
Esto último, a menos que la ciudadanía reaccione, salga a la calle,
se organice y arrebate el poder a los políticos para crear nuevas
formas de convivencia.
2014 fue año de muerte sí, desparecidos, fosas y persecución a
defensores de derechos humanos, pero también lo fue el año de Acteal,
el de Aguas Blancas, el del Fobaproa, el 68, el 71… Fueron años de
abuso y muerte en México.
Sin embargo, este 2015 tiene que ser un año de vida, de dejar de
sobrevivir, dejar de ser humillados y pisoteados por aquellos
acomplejados que con un poco de poder arrebatan la vida a otros. Sólo
la sociedad organizada puede cambiar el precipicio al que se ha
arrinconado a México.
No basta con manifestaciones, se requieren acciones, denuncias en el
extranjero y sobre todo atreverse a dejar el confort de la aparente
tranquilidad. No queremos más muertos ni perseguidos; ¿qué haremos para
evitarlo? Pensemos y actuemos en consecuencia.
Twitter: @jesusaproceso
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