Otra promesa del candidato Peña Nieto fue poner límites a los monopolios que dominan grandes sectores de la economía mexicana.
lasillarota.com
Para
cualquier político, el factor del tiempo es esencial. Si no se sabe
aprovechar, se está ante la posibilidad de incurrir en un enorme
desperdicio de recursos políticos. Me temo que eso es lo que le está
pasando al gobierno de Enrique Peña Nieto.
A más de dos años de haber iniciado su gestión, los resultados tangibles que había prometido durante su campaña política parecen haberse evaporado. Ya nadie habla de los cientos de compromisos firmados “ante notario” ni sabemos el grado de avance que llevan cada uno de ellos (una lista de 266 de esos compromisos puede verse aquí.
Cuando se dispuso el impuesto de un peso a los refrescos dentro de la muy impopular reforma fiscal impulsada por el presidente, se dijo que lo recaudado iba a destinarse a la construcción de bebederos en las escuelas públicas. No se ha explicado con claridad el grado en que dicha promesa se ha cumplido o si sigue vigente.
Tampoco las metas de crecimiento económico parecen estar cercanas. Como candidato, Peña Nieto habló de triplicar el crecimiento económico de los últimos 10 años. Aunque nunca mencionó una cifra concreta, podemos deducir que esa promesa equivaldría aproximadamente a un crecimiento del 6% anual. Lejos de las promesas de campaña, la economía mexicana creció 1.1% en 2013 y la estimación del Banco de México para el 2014 es de un crecimiento de entre un 2 y un 2.8% de crecimiento. El próximo año se avizora todavía más complicado, debido a la bajada del precio de petróleo, que se ha hundido a menos de 50 USD por barril.
¿De dónde va a salir un crecimiento del 6%, bajo esas condiciones? ¿Qué crecimiento acumulará el gobierno de Peña Nieto cuando entregue a su sucesor el mando del país en el año 2018?
Sobre el otro gran tema que preocupa a los mexicanos, la seguridad pública, los datos no parecen dar lugar a un optimismo desmedido. Más bien al contrario. La masacre de Ayotzinapa no es más que una muestra de la violencia que sigue imperando en muchas partes del país, aunque no en todas por fortuna. Guerrero tiene una tasa de homicidios de 63 por cada 100 mil habitantes (datos del INEGI correspondientes al año 2013), pero Chihuahua trae un dato muy preocupante de 59 por cada 100 mil. Si esas entidades fueran países, estarían entre los más peligrosos del mundo.
La tasa de homicidios en Irak es de 8 por cada 100 mil habitantes y la de Afganistán es de 6 por cada 100 mil. El país más peligroso del mundo es Honduras y tiene una tasa de 90 homicidios por cada 100 mil habitantes. Para darnos una idea, localidades como Ciudad Juárez han llegado a tener tasas de 300 homicidios por cada 100 mil habitantes (en 2011, con importantes reducciones en los años posteriores) y en el 2013 la tasa de homicidios en Acapulco fue de 112, lo que lo colocaría –en caso de ser considerado como un país- como el más peligroso del mundo.
La tasa de secuestro no ha descendido en el gobierno de Peña Nieto, como tampoco lo ha hecho la de extorsión telefónica.
Otra promesa del candidato Peña Nieto fue poner límites a los monopolios que dominan grandes sectores de la economía mexicana. El tiempo pasa y no se sabe que haya (hasta el día de hoy) más competencia en las telecomunicaciones, en el mercado del cemento, en el control de las señales televisivas, energía, producción de tortilla, servicios financieros, etcétera.
Otro punto muy delicado tiene que ver con el combate a la corrupción. El candidato Peña Nieto propuso que todas las declaraciones patrimoniales del gabinete y de sus más altos cargos gubernamentales serían públicas. Desde el primer día del gobierno de Peña uno de los miembros del gabinete no se sintió vinculado por ese compromiso y hasta el día de hoy su declaración patrimonial no es pública (el procurador Murillo Karam). El resto de declaraciones en realidad son públicas de forma muy limitada, ya que no permiten un cotejo fidedigno de lo que los funcionarios tenían cuando comenzaron a ejercer sus cargos, y por tanto será imposible saber si lo que tengan cuando salgan habrá o no correspondido con sus ingresos declarados.
La declaración pública del propio presidente es de hecho incompleta, ya que no incorpora lo relativo a su cónyuge. De hecho, la riqueza declarada por el presidente (de 45 millones de pesos) no parece corresponder con los ingresos que ha tenido a lo largo de su carrera política. Las cuentas nada más no cuadran y los conflictos de interés surgen un día tras otro, poniendo en un limbo ético a los dichos presidenciales a favor de la transparencia y el combate a la corrupción.
La lista de incumplimiento podría seguir y abarcar muchas páginas. Lo que es importante destacar, ahora que las fechas imponen hacer una especie de “corte de caja” o resúmenes de lo logrado, es que el tiempo pasa y lo que se quiso caracterizar como un gobierno eficaz ha resultado más bien todo lo contrario. Los resultados brillan por su ausencia. La legitimidad del Presidente y el empuje de su gobierno parecen descender día tras día. El deber de los ciudadanos es recordar esos hechos evidentes y exigir que no se nos vaya otro sexenio más en puras promesas incumplidas. No vaya a ser que se nos convierta en una tradición de la política mexicana.
@MiguelCarbonell
A más de dos años de haber iniciado su gestión, los resultados tangibles que había prometido durante su campaña política parecen haberse evaporado. Ya nadie habla de los cientos de compromisos firmados “ante notario” ni sabemos el grado de avance que llevan cada uno de ellos (una lista de 266 de esos compromisos puede verse aquí.
Cuando se dispuso el impuesto de un peso a los refrescos dentro de la muy impopular reforma fiscal impulsada por el presidente, se dijo que lo recaudado iba a destinarse a la construcción de bebederos en las escuelas públicas. No se ha explicado con claridad el grado en que dicha promesa se ha cumplido o si sigue vigente.
Tampoco las metas de crecimiento económico parecen estar cercanas. Como candidato, Peña Nieto habló de triplicar el crecimiento económico de los últimos 10 años. Aunque nunca mencionó una cifra concreta, podemos deducir que esa promesa equivaldría aproximadamente a un crecimiento del 6% anual. Lejos de las promesas de campaña, la economía mexicana creció 1.1% en 2013 y la estimación del Banco de México para el 2014 es de un crecimiento de entre un 2 y un 2.8% de crecimiento. El próximo año se avizora todavía más complicado, debido a la bajada del precio de petróleo, que se ha hundido a menos de 50 USD por barril.
¿De dónde va a salir un crecimiento del 6%, bajo esas condiciones? ¿Qué crecimiento acumulará el gobierno de Peña Nieto cuando entregue a su sucesor el mando del país en el año 2018?
Sobre el otro gran tema que preocupa a los mexicanos, la seguridad pública, los datos no parecen dar lugar a un optimismo desmedido. Más bien al contrario. La masacre de Ayotzinapa no es más que una muestra de la violencia que sigue imperando en muchas partes del país, aunque no en todas por fortuna. Guerrero tiene una tasa de homicidios de 63 por cada 100 mil habitantes (datos del INEGI correspondientes al año 2013), pero Chihuahua trae un dato muy preocupante de 59 por cada 100 mil. Si esas entidades fueran países, estarían entre los más peligrosos del mundo.
La tasa de homicidios en Irak es de 8 por cada 100 mil habitantes y la de Afganistán es de 6 por cada 100 mil. El país más peligroso del mundo es Honduras y tiene una tasa de 90 homicidios por cada 100 mil habitantes. Para darnos una idea, localidades como Ciudad Juárez han llegado a tener tasas de 300 homicidios por cada 100 mil habitantes (en 2011, con importantes reducciones en los años posteriores) y en el 2013 la tasa de homicidios en Acapulco fue de 112, lo que lo colocaría –en caso de ser considerado como un país- como el más peligroso del mundo.
La tasa de secuestro no ha descendido en el gobierno de Peña Nieto, como tampoco lo ha hecho la de extorsión telefónica.
Otra promesa del candidato Peña Nieto fue poner límites a los monopolios que dominan grandes sectores de la economía mexicana. El tiempo pasa y no se sabe que haya (hasta el día de hoy) más competencia en las telecomunicaciones, en el mercado del cemento, en el control de las señales televisivas, energía, producción de tortilla, servicios financieros, etcétera.
Otro punto muy delicado tiene que ver con el combate a la corrupción. El candidato Peña Nieto propuso que todas las declaraciones patrimoniales del gabinete y de sus más altos cargos gubernamentales serían públicas. Desde el primer día del gobierno de Peña uno de los miembros del gabinete no se sintió vinculado por ese compromiso y hasta el día de hoy su declaración patrimonial no es pública (el procurador Murillo Karam). El resto de declaraciones en realidad son públicas de forma muy limitada, ya que no permiten un cotejo fidedigno de lo que los funcionarios tenían cuando comenzaron a ejercer sus cargos, y por tanto será imposible saber si lo que tengan cuando salgan habrá o no correspondido con sus ingresos declarados.
La declaración pública del propio presidente es de hecho incompleta, ya que no incorpora lo relativo a su cónyuge. De hecho, la riqueza declarada por el presidente (de 45 millones de pesos) no parece corresponder con los ingresos que ha tenido a lo largo de su carrera política. Las cuentas nada más no cuadran y los conflictos de interés surgen un día tras otro, poniendo en un limbo ético a los dichos presidenciales a favor de la transparencia y el combate a la corrupción.
La lista de incumplimiento podría seguir y abarcar muchas páginas. Lo que es importante destacar, ahora que las fechas imponen hacer una especie de “corte de caja” o resúmenes de lo logrado, es que el tiempo pasa y lo que se quiso caracterizar como un gobierno eficaz ha resultado más bien todo lo contrario. Los resultados brillan por su ausencia. La legitimidad del Presidente y el empuje de su gobierno parecen descender día tras día. El deber de los ciudadanos es recordar esos hechos evidentes y exigir que no se nos vaya otro sexenio más en puras promesas incumplidas. No vaya a ser que se nos convierta en una tradición de la política mexicana.
@MiguelCarbonell
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