El foco sobre el papel de las
mujeres en la comunidad internacional y el mundo del espectáculo
resulta suficiente para que se hable de #añodelasmujeres. Pero, ¿cuán
realista es esta calificación?
El diario.es
El final de año parece implicar, mediáticamente hablando, una vista
atrás con la intención de lograr una síntesis de lo que aconteció. Eso
desata el consabido furor por las listas, y también, el ansia de dejar
claro cuales fueron los protagonistas de la temporada.
Este 2014 fue bautizado como “el año de las mujeres”. En innumerables
medios internacionales asistimos en los últimos días a la utilización y
discusión de la etiqueta. ¿Fue este el año de Beyoncé, Malala
Yousafzai, y Laverne Cox, se pregunta la NBC? ¿Acaso la aparición de la
canciller Angela Merkel y la jefa de la Fed, Janet Yellen en la lista
de los más poderosos de Forbes puede considerarse un triunfo de género,
cuestiona Phoebe Greenwood en The Guardian? Lo cierto es que el foco
sobre el papel de las mujeres en la comunidad internacional y el mundo
del espectáculo resulta suficiente para que se hable de
#añodelasmujeres (en inglés, #yearofwomen), junto con el otro gran
titular, el del #añodelaprotesta. Pero, ¿cuan realista es esta
calificación?
Youtube, literatura y política
En términos absolutos, en lo que a cultura pop se refiere, las cifras confirman la etiqueta. 2014 fue el año en el que ocho de los diez videos musicales más vistos en Youtube eran de solistas mujeres
-la lista la encabeza Kate Perry, y también incluye a Shakira y Meghan
Trainor-. Para tener en cuenta lo relevante de esta cifra, hay que
considerar que ocho del top diez fueron vídeos publicados entre los
meses de enero y junio, lo cual da una idea de la importancia mediática
que han tenido Taylor Swift y Nicki Minaj, que llegaron a esta lista en
tan sólo cuatro meses.
Por otro lado, en lo que respecta a los libros, en
cualquier sección encontrábamos libros escritos por mujeres entre los
más vendidos. Naomi Klein en ensayo político, Donna Tartt en novela, o
la saga de E.L. James en literatura erótica habían sido los bestsellers
del año, por no hablar de Lena Dunham, cuyo libro publicado este año
había recibido un anticipo de 3,7 millones de dólares, y, aún así, no
llegaba a alcanzar a “Bossypants” de Tina Fey, por el que habían pagado
cinco millones el año anterior.
Otro de los ejes
más usados para analizar el #añodelasmujeres ha sido la presencia
femenina en diversos ámbitos activismo político. La centralidad de
Femen o Pussy Riot aún en 2014, el Premio Nobel de la Paz a Malala
Yousafzai, el discurso de Emma Watson en las Naciones Unidas o la
portada de TIME dedicada a la actriz defensora de los derechos LGTB
Laverne Cox se enarbolan como ejemplos de triunfo de la pluralidad en
los discursos políticos, especialmente en temas relativos al género.
Pero, ante esta etiqueta, surge un torrente de
críticas: ¿se trata de un discurso triunfalista? ¿Es esta una respuesta
real a lo que ha transcurrido durante el año?
Algunas de las polémicas más famosas del 2014 nos devuelven una imagen
cuanto menos contradictoria. Quizás una de la más reciente sea
Gamergate, una controversia surgida en el mundo de los videojuegos que
escaló rápidamente. A principios de agosto, el programador Eron Gjoni
publicó una serie de posts en los que detallaba el fin de su relación
sentimental con la desarrolladora de videojuegos Zoe Quinn.
En los textos, Gjoni acusaba a Quinn de haber tenido una relación
paralela con el periodista especializado en videojuegos Nathan Grayson,
y acusaba a su exnovia de hacerlo para que el crítico escribiera
artículos positivos sobre uno de los juegos de Quinn, Depression Quest.
Pese a que Grayson o la revista para la que trabajaba jamás publicaron una crítica sobre Depression Quest,
eso no supuso un problema para que se iniciara una feroz campaña en
4chan y IRC, entre otros foros, dónde aparecieron fotos íntimas de
Quinn e innumerables detalles sobre su vida sexual. En algunos de los
mensajes se exhortaba a llevarla al suicidio con la publicación de más
información.
Pero el caso no quedó ahí: poco tiempo
después, la crítica feminista Anita Sarkeesian fue amenazada de muerte
en diversas ocasiones por denunciar en su canal “Female Frequency” los
estereotipos narrativos de las mujeres en los videojuegos. Semanas
después de ejercer la crítica, apareció un videojuego en el que se
animaba a diversos personajes a vejar a su avatar. Al mismo tiempo, en
la red, aparecía el hashtag #Gamergate, dónde se amenazaba a todo aquel
que apoyara a Quinn y Sarkeesian.
El caso tiene
claras similitudes con lo que muestra el documental “Mission
Investigate: Surfing the web of hate”, recientemente presentado en el
festival Miniput, en el que se explica la historia de algunas blogueras
suecas famosas y, sobre todo, se analiza el caso de una chica de 21
años, Julia, que escribió un post en la página de Facebook de H&M y
recibió cientos de comentarios humillantes. Los reporteros Nicke
Nordmark y Hasse Johansson fueron en busca de algunos de los hombres
que amenazaron a Julia para preguntarles: ¿por qué?, y el resultado
resulta, cuanto menos, inquietante: porque se puede.
Ataques y filtraciones
Otra de las polémicas del año tiene que ver, precisamente, con lo que
se vivió como un triunfo en la presencia de protagonistas femeninas en
los medios. Este fue el año del discurso de Emma Watson, que
reivindicaba una mayor centralidad femenina en la actualidad política,
pero este tuvo como consecuencia una oleada de supuestas amenazas y
trolls que resultaron ser, en un enrevesado desenlace, una maniobra
orquestada por SocialVevo para capitalizar las tendencias de la red.
Fue también el año en el que se filtraron fotos de desnudos de Jennifer
Lawrence y que, ante la respuesta de la actriz, que definía la
situación como “un delito sexual”, fue atacada de nuevo
a través de perfiles falsos en Wikipedia que postearon sus fotos
íntimas. Recientemente, se filtró a su vez que Lawrence, sin duda una
de las actrices más relevantes del año, había recibido únicamente un 7%
de las recaudaciones de taquilla de La Gran Estafa Americana, a diferencia de sus compañeros hombres, que obtenían el 9%.
Incluso la respuesta que se ha enarbolado ante la alegría por el premio
Nobel a Malala Yousafzai esconde cierta amargura. Como comentaba Phoebe
Greenwood: “al fin y al cabo, para ganar el premio a Yousafzai antes le
tuvieron que prohibir la entrada a un colegio disparándole en la
cabeza”.
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