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El momento para repatriar los
restos del general Porfirio Díaz es éste, cuando su modo de gobernar al
país es imitado por el régimen oligárquico que lleva en el poder más de
tres décadas, tiempo similar al que disfrutó el polémico mandatario que
dirigió los destinos de los mexicanos con mano de hierro, con el fin
avieso de garantizar altos niveles de bienestar y de privilegios a la
élite de entonces.
No está en duda que fue un
patriota antes de tomar las riendas del Estado mexicano, como tampoco
debe estarlo el hecho de que fue un dictador que prolongó durante
treinta y tres años una dura agonía para las clases mayoritarias, los
peones esclavizados que estaban plenamente a merced de hacendados
déspotas, quienes forzaron la permanencia de un régimen feudal en su
exclusivo beneficio, como sucede en la actualidad. Por eso no es
descabellado el anhelo de quienes desearían que los restos del polémico
oaxaqueño, fueran traídos ahora con motivo del centenario de su
fallecimiento en París, el 2 de julio de 1915.
Los hechos patentizan, con
absoluta objetividad, la redición del régimen que encabezó el héroe de
la batalla del 2 de abril de 1867, pero sin las luces que tuvo como
estadista, mucho menos como mexicano honesto y visionario, que sin duda
lo fue. El sistema político actual revivió lo peor del Porfiriato, a
extremos aun más dramáticos, como lo patentiza la ausencia de un Estado
de derecho capaz de eliminar los riesgos de una catástrofe social y
económica sin parangón en la historia del país. Sin embargo, hay una
gran diferencia: mientras Porfirio Díaz era el gran Tlatoani,
idolatrado por los aristócratas que lo adulaban sin recato, en la
actualidad el inquilino de Los Pinos no tiene más poder que el que le
dejan ejercer los oligarcas que controlan las instituciones para
disfrutar de enormes privilegios.
La descomposición del Estado
es terrible y avanza de manera acelerada, imparable mientras la ultra
derecha siga ejerciendo el mando de las instituciones. La violencia
contra los más pobres es cotidiana, como lo revelan hechos que no se
han podido ocultar, como los asesinatos de periodistas, las matanzas de
San Fernando, Tamaulipas; Tlatlaya, estado de México, e Iguala, en
Guerrero. Asimismo, la esclavitud en pleno siglo veintiuno es una
realidad, como lo ejemplifican los jornaleros que son explotados
vilmente por los nuevos hacendados, como los del Valle de San Quintín,
en Baja California Sur.
Esta realidad neoporfiriana,
la confirman los datos que dio a conocer en días pasados la
organización “Walk Free”, durante la Convención de la Red de
Soluciones, promovida por el Centro Concertación, AC. Se informó que en
México más de 260 mil personas viven literalmente en condiciones de
esclavitud, y que nuestro país ocupa el lugar 18 entre las naciones que
más padecen este flagelo. Por otra parte, para nadie es un secreto que
nos encontramos en la cresta de la ola de la crispación social producto
de la galopante pobreza de dos terceras partes de la población,
realidad que nos va emparejando con la que se vivía en el Porfiriato.
Aunque no pasará mucho tiempo para que sea igual o peor la desigualdad
social entre una y otra época, porque el régimen reaccionario
encabezado ahora por el PRI se va a endurecer a medida que avance la
miseria y cunda la desesperanza de la mayoría, incluidas las clases
medias.
Así lo permite vislumbrar la
terquedad de la élite oligárquica en que no haya marcha atrás en la
puesta en marcha de las reformas educativa y energética, con las cuales
quiere asegurar un futuro donde no tengan cabida las presiones de las
clases populares, porque estarían firmemente atadas a los designios de
la cúpula que rige la marcha de las instituciones nacionales. La
firmeza de Peña Nieto para obedecerla es un pésimo aviso de que nos
esperan días terribles.
Lo más dramático es que no
estaremos solos los mexicanos en este maremágnum de exterminio, como lo
demuestra la firmeza con la que el Grupo de los Siete quiere imponer
sus condiciones a la humanidad. Esto explica que la élite oligárquica
crea que no falta mucho tiempo para traer los restos de don Porfirio,
con la pompa que suponen se merece como adalid de la reacción.
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