Por: Sanjuana Martínez - febrero 13 de 2012 - 00:02
“Cuando comenzó a manosearme sexualmente, pretendiendo al principio que era un juego, quedé conmocionada, resistí, le pedí que parara. Pero no se detuvo. Mientras me manoseaba me decía que él ‘era un sacerdote’ y que ‘no podía actuar mal’. Sacó fotos de mis partes más íntimas y de mi cuerpo y me dijo que era ‘estúpida’ si pensaba que actuaba mal. Recé para que no lo hiciese más… pero volvió a la carga. El hecho de que mi agresor fuese un cura agregó mucha confusión en mi espíritu. Esos dedos que habían abusado de mi cuerpo en la noche anterior me ofrecían la hostia al día siguiente. Las manos que habían fotografiado mi cuerpo expuesto, sostenían a la luz del día un libro de oraciones cuando escuchaba mi confesión.”
Es el testimonio de la irlandesa Marie Collins, de 64 años de edad, única víctima invitada al simposio “Hacia la curación y la renovación” organizado por el Vaticano en la Universidad Gregoriana de Roma, cuyo acceso fue negado a la prensa y al resto de las miles de víctimas de pederastia clerical que hay en el mundo.
El testimonio de Marie guarda similitud con la mayoría de las víctimas. Abusada sexualmente a los 13 años, quedó marcada el resto de su vida. Vivió un calvario para conseguir romper el cerco de silencio que cubre los crímenes sexuales del clero, exhibir la protección endémica de la jerarquía al agresor sexual con sotana y finalmente para obtener justicia.
Marie fue violada por este sacerdote en un hospital a los 13 años y no pudo hablar de su experiencia hasta mucho después: “Tenía 40 años cuando hablé por primera vez de mi agresión a mi médico de cabecera. Me aconsejó que advirtiera a la Iglesia. Pedí cita con un cura, que rechazó tomar el nombre del agresor y me dijo que probablemente era culpa mía. Esta respuesta me destrozó. Diez años más tarde, la prensa cubrió ampliamente la serie de abusos sexuales por parte de curas. Por primera vez comencé a comprender que mi agresor se lo había hecho quizá a otros. Le escribí a mi obispo… Aquí comenzaron los dos años más difíciles de mi vida. El cura que me había agredido estaba protegido por sus superiores. Le dejaron (seguir) durante meses en su parroquia, donde preparaba a los niños para la confirmación”.
Marie descubrió entonces la “omertá” de la Santa Sede que cubre los delitos sexuales del clero. El silencio cómplice de obispos y cardenales. El amparo a los delincuentes sexuales del Vaticano. El rechazo y el descrédito contra las víctimas que hace la jerarquía católica. Y quedó destrozada.
Fue entonces cuando decidió ir a las autoridades del hospital donde fue abusada. Ellos la escucharon y le ayudaron a interponer la denuncia. Se preocuparon por su estado e inmediatamente recurrieron a la policía para exigir una investigación.
“Al cabo de una larga batalla, mi agresor fue llevado ante la justicia y encarcelado por sus crímenes contra mí. Fue nuevamente encarcelado el año pasado por reiteradas agresiones sexuales contra otra niña, un cuarto de siglo después de haber abusado de mí. Esos hombres pueden cometer abusos durante toda su vida dejando tras de sí un cortejo de vidas destrozadas”.
Marie reconoce que su verdadera curación empezó hace quince años cuando su agresor compareció ante la justicia y particularmente cuando reconoció su delito. Después de su recuperación, colaboró con la Iglesia de Irlanda en la protección a menores, algo que la revitalizó y le proporcionó más sentido a su vida.
La voz de Marie chocó en los cimientos de la Santa Sede donde nunca antes existió un espacio público para que las víctimas expusieran su verdad y contaran su historia de dolor y sufrimiento.
Este simposio donde participaron 110 conferencias episcopales del mundo, significa un nuevo “mea culpa” del Vaticano en su conflictiva historia de protección al clero agresor sexual. Durante cuatro días hubo novedades interesantes para analizar. Por ejemplo, el anuncio de una escuela antipederastia.
Se trata de un centro de estudios con sede en Múnich, Alemania donde se impartirán clases a distancia sobre como evitar y cómo actuar ante los casos de pederastia de los sacerdotes. La escuela estará financiada por la Papal Foundation, algunas diócesis alemanas y las Hermanas de la Misericordia de Múnich con 1.2 millones de euros para el lapso de tres años.
El propósito, impartir clases a sacerdotes y educadores católicos de 30 horas por Internet en cinco idiomas: inglés, francés, español, italiano y alemán. Está dirigido también a los 5,000 obispos que existen en el mundo, a los miles de sacerdotes y demás personal involucrado en las iglesias católicas para que mejoren sus prácticas y conocimientos psicológicos a la hora de abordar las denuncias de abusos sexuales de sacerdotes. De esta manera habrá intercambio de experiencias entre las diferentes conferencias episcopales, análisis de las implicaciones jurídicas, técnicas de seguridad en las parroquias y protección a los niños y apoyo y soporte inmediato para las víctimas.
Supuestamente el objetivo principal es proteger a la infancia desde la prevención y la formación. En mayo del año pasado el Papa Ratzinger dio un lapso de 12 meses de plazo para que las conferencias episcopales del mundo elaboraran un manual para prevenir los abusos sexuales del clero que afectan a los más pequeños del rebaño católico.
El simposio y el anuncio de la escuela antipederastia no ha satisfecho a las asociaciones de víctimas de abusos sexuales del clero. Survivors Voice consideró ambas cosas como “puro teatro” encaminado a un “golpe de efecto de relaciones públicas” y la asociación italiana de lucha contra la pederastia señaló que “aún falta voluntad” dentro de la Santa Sede por atender debidamente los crímenes sexuales del clero.
Levanta sospechas y suspicacias el hecho de que el Vaticano haya prohibido la entrada al simposio de las víctimas. Invitar solo a Marie Collins no significa apertura, pareciera más bien, que fue elegida por su escasa critica hacia los estamentos vaticanos que han permanecido en silencio ante los execrables delitos sexuales del clero.
También resulta notorio que la escuela antipederastia no incluya lo más importante: el análisis de los archivos secretos de las conferencias episcopales sobre los curas pederastas. La apertura de estos documentos es esencial para determinar el comportamiento y la estela de sufrimiento que han dejado durante décadas miles de agresores sexuales con sotana. Se podría investigar el perfil de un cura abusador.
Hasta ahora no hay señales claras de cambio, ni muestras de que los códigos de conductas perversas por parte del Vaticano a la hora de abordar los delitos sexuales del clero hayan cambiado. Empezar a hablar de que los abusos no son un pecado, sino un delito no es suficiente. La Santa Sede debe demostrar con hechos que está dispuesta a poner a disposición de las autoridades a los agresores sexuales con sotana. Es necesario ofrecer pruebas contundentes de colaboración absoluta con las investigaciones para poner tras las rejas a los agresores.
Recordemos al cardenal Norberto Rivera diciendo que él no es “ministerio público” para poner a disposición de las autoridades a los curas pederastas. Y recordemos también los que les dijo a las víctimas: “Ustedes olvidarán pronto lo que les hizo el padre Nicolás Aguilar Rivera. Al rato, ya ni se acordarán. Deben saber perdonarlo. El padre es un hombre enfermo”.
Pensar que con 30 horas lectivas por Internet en su escuela antipederastia a distancia será suficiente para terminar con los abusos sexuales del clero, la protección sistemática de los obispos, su complicidad, silencio y desprecio a las víctimas, es un error.
En lugar de escuelitas, lo que el Papa Joseph Ratiznger necesita de manera urgente es abrir los archivos secretos, señalar a los agresores sexuales con sotana, ponerlos a disposición de las autoridades y arropar a las víctimas con la reparación. Luego será necesario no solo poner en práctica un manual para la prevención y atención de la pederastia clerical, sino todo un sistema de protocolos para la uniformidad de los obispos a la hora de asumir con rigor y compasión las denuncias de las víctimas.
La Santa Sede ha gastado 2,000 millones de dólares en compensaciones. Es solo el principio de un largo camino de reconciliación que debe empezar con verdad y justicia, no con simulaciones.
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